Jazz de otoño y otros poemas
ENA COLUMBIÉ
Jazz de Otoño
El jazz es lo único que hace variar de sitio los prejuicios depositados en un caletre.
Ramón Gómez de la Serna, Jazzbandismo
Inofensiva y hermosa
la voz desgarra el mutismo
y se disuelve en los acordes.
El instrumento clama y la garganta
rebota majestuosa.
Hay intensidad en los sonidos
los rostros se distienden.
Como de piedra quedan todos
entre los grandes silencios
enganchados en la curva melódica
que acomoda las palabras.
La voz se va de un modo discreto
tal como llegó.
Entonces se escucha el clamor
el estallido del pópulo
ante lo injusto del tiempo
que siempre se lleva la belleza.
La ronda de la locura
El piano repica en su cabeza
quiere ahuyentar la tristeza
que pelea por ocupar su mente.
Ella grita para que ocurra la magia
prefiere aislarse y disfrutar su soledad
enfrentando las sombras.
Textos intensos llenan los papeles
miles de versos cajas de poemas geniales
son tirados diariamente a la basura.
Alda Merini sólo quiere escribir y enamorarse
pero el amor le está prohibido
el médico da la orden quiere castrarla.
Ella sube el volumen eleva el tono del bajo
y retiene la música en su cabeza
la deja allí para escucharla
si se cumple el castigo y la encierran.
Toda la música habla de ella
del brillo inmaculado de sus versos.
Cuando la melodía agobia
la convierte en ruido de animales
de todos los animales.
Escucha el rugir percutivo de tigres
las aves y sus cantos aflautados
siente la trompeta como un asno fónico
y el piano convertido en tronar.
La música viste su soledad
está Loca, loca, loca de amor por ti
pero el médico no sabe
y repite que le está prohibido amar.
Poesía y locura entran y salen
de Alda y sus silencios.
Es una marginada que lee desnuda
sus poemas recién escritos
y luego los olvida o los regala
porque teme que se le echen encima.
Solo el vacío del amor la calma
y el rock templado semejante al jazz.
Ella no entiende el límite
y se ríe con salvajes carcajadas
que buscan espantar el miedo.
Escucho jazz y espero a Weldon Kees
Francisco me condujo a Weldon Kees
y nos fuimos amasando como hoja y rama
tolerando ver la savia y dolor que nos cundía
y el abrazo de punta a punta en la distancia
nos hizo mejores a pesar el caos.
Estamos en otoño y salgo a la escalera
a contemplar el patio
las hojas sobre el césped
la calle vaga y los truenos
mi túnica se mueve con el soplo del viento
y el olor a esencia vegetal está marchito.
Es un milagro que Weldon regrese hoy
con toda esta lluvia
la niebla y la caída de la noche.
A pesar del cielo que se rompe
setenta años es mucho tiempo de espera
sin señal alguna sin fondo al que asirse.
Ahí están los cuentos las pinturas las fotos
las partituras de blues melancólicos y el piano
también la maleta que quedó en el sótano
y la botella de Jack Daniel’s sin terminar.
Todo está empolvado y a la espera
pero los poemas no
esos andan tras los amaneceres con humo
y cantantes de góspel por Nueva Orleans
buscan corregir los bordes de un paisaje
que puede terminar con la ausencia.
Detrás del muro un trozo de piedra
habla de las bifurcaciones las cumbres
que se levantan desnudas ante él
y pienso que debe existir una gruta
que acorte los pasos al valle serpenteante
porque una línea no es sólo luz y sombra
es también el camino de regreso.
Por eso soy paciente y traigo una lámpara
el sendero ha de estar iluminado
ya que no hay nada más irreal que un rostro
cuando le llega el resplandor ilusorio.
No quiero convertirme en otro muerto
en un charco de sangre al final del patio
por eso lleno el pórtico de cirios danzantes.
Llueve hace días y la ciudad grisea
su coche apareció en las noticias
con la llave puesta estacionado
en el extremo norte del Golde Gate.
La vida, por desgracia, no regala milagros
––dice Weldon–– y pierdo la esperanza.
Miro la foto que él tomó
desde ese mismo puente neblinoso
la arena llovida a los pies de una jovencita.
No creo que se lanzara al vacío
¡Sería una mierda de final!
Leo un libro y escucho jazz
mientras espero a Weldon
tal vez se encuentre
en una playa mexicana de crepúsculo rojo
fumando un cigarro
y con un Gentleman Jack en la mano.
Sobre la mesa las hojas están en blanco
el mundo es más patético sin Weldon
dejaré la puerta entreabierta
hasta que el invierno llegue.
Lady Day
“Me han dicho que nadie canta la palabra
‘hombre’ como yo. Ni la palabra ‘amor’
Billie Holiday
Billie y sus padres jugaban a ser niños en la casa del Bronx, los tres aprendieron del dolor y las carencias. No te vayas lejos que te lleva el señor del saco, decían y la dejaban retozar a su antojo. Un día un señor con saco se la llevó. Fue violada, prostituida y abandonada. There's no one could be so sad. No, nadie tuvo una tristeza comparable y la tragedia marcó su voz. Sentada en mi silla, llena de desesperación, no hay nadie que pueda estar más triste. Me siento en la oscuridad con la mirada perdida, y sé que pronto me volveré loca. Cantaba con el micrófono pegado a los labios haciéndolo parte de su piel. De los árboles del sur cuelga una fruta extraña. Sangre en las hojas, y sangre en la raíz. Ella no desea más linchamientos ni negros balanceándose con el viento, le duelen sus espasmos y quiere acabar con la mirada invertida, por eso canta sobre esa fruta extraña y acaba llorando para que el público convulsione y se vuelva loco de dolor. Lady Day es influyente, le gustan las canciones truculentas, la apología del suicidio le seduce. Mi corazón y yo hemos decidido acabar con todo. Que nadie llore, que todos sepan que soy feliz de irme. Lady fuma mariguana y se mete en el swing difícil, se droga y cae. El timbre y “la nota” son morosos y se droga en do, en sí, en mí y en solitar. La aflicción de un pasado atroz la vuelve turbulenta y charlatana. No man is man enough. No, nadie es suficiente para ella. Alardea de su paso tórrido por cada hombre y mujer que persigue hasta alcanzarlos. Mientras se mata, taladra el hígado acompañada por un perro que la mira y mueve la cabeza reprochando.
Quinteto
Un grito
un solo grito
un grito a penas.
María Baranda
Un sonido
un solo sonido
un sonido a penas
la difusión de una onda elástica
una vibración del cuerpo
un eco audible en el cerebro
traído por la velocidad del aire.
La potencia acústica energética.
Un timbre
capaz de ahorcar los hábitos
quebrando la sensibilidad armónica
un sonido negro rompe mitos
un sonido a penas del piano
polifónico de Duke Ellington
un ritmo coquetón y lascivo
que atraviesa las vestiduras.
Un sonido de papel y piel
de pared azul verdeamarela
un sonido de vidrios rotos
choque de cubiertos
risas y cristales.
Es la trompeta de Miles
armada de arcos líricos
un sonido melancólico
no condescendiente.
Un sonido apenas
el sonido americano
abstraído solitario
un recurso paraverbal
una carga dramática
una pausa reflexiva que permite
resguardar el espíritu de Dios.
Un soliloquio
la ley de Alcatraz en
un sonido
solo un sonido
un sonido a penas
y 24 horas de castigo.
Luego el silencio
una nota que no se ejecuta
pausa y omisión
un silencio de redonda
de negras y blancas
de corcheas
de sorpresa y desaliento.
Un sonido
un instrumento
una interpretación
el poder absoluto de Coltrane
su nota en la distancia
en el monólogo usual
de su saxo ingenioso
interpretando A Love Supreme
Un solo sonido
el sonido Charles Mingus
el tiempo en su contrabajo
delineando el cuadro
la solidez
la marca de compases
que se pierden
en la sucesión de las asonancias
de silencios que definen
el juego de la repetición.
Organizando el pulso del tiempo
un sonido a penas
que emerge del monte
grave y desgarrador
que acecha la agitación y la euforia
que marca el ritmo de la guerra
de todas las batallas por lograr
de todas las logradas.
Un pulso que mide el tiempo
en sus fragmentos
la intensidad de una nota concreta
la ruptura del músculo
la dolorosa ruptura
que descubrió la voz peculiar
de Armstrong
tocada por la mano de Dios.
¿Cómo ponerlo en palabras?
¿Cómo grafitearlo en un muro
en una pared
en las puertas de las casas?
Un sonido
un solo sonido
un sonido a penas.
Ena Columbié, escritora y artista cubanoamericana. Licenciada en Filología. Ha publicado entre otros: El Exégeta (1995); Ripios (2006); Las Horas (2011); Solitar (USA, 2012); Isla (2012); Luces (2013); Sepia (2016); Dossier Mireya Robles (2016), 13 Poetas (2017) Jazz (2018) Confesiones de un idiota (2018); Intimisma (2018); Piedra (2019) y Nauseamundo (2020). Como artista ha expuesto en varios países de Latinoamérica, en Malabo, Guinea Ecuatorial, en España y EEUU. Ha colaborado en periódicos y revistas especializadas, ilustrando portadas de revistas de arte y libros de escritores, entre los que se encuentra: Ante-Réquiem y en camino, de Ernesto Kahan, Premio Nobel de la Paz y Premio Mundial de Poesía Andrés Bello. Escribe para el Nuevo Herald. Reside en Miami.