JOSÉ ABREU

                                                                                     para Zoé Valdés

La muchacha había salido al balcón y estaba recostada a la baranda.

–¿Y dónde es que lo ves?

Al hombre se le notaba fatigado. Más bien hastiado de hacerle la misma pregunta a su hija.

–Dime, ¿dónde es que lo ves?

Ella se mantenía con la cabeza baja. No estaba claro si se miraba las manos o sencillamente hacia abajo, hacia la calle, que a esa hora de la tarde se mantenía desierta.

–¿En tu cuarto?

La muchacha movió la cabeza. Podía interpretarse como un sí o un amago de bostezo o una señal de aburrimiento.

–Es muy importante precisar el lugar.

La muchacha lo miró unos segundos antes de preguntar.

–¿Importante? ¿Por qué es importante?

–Porque probablemente nos ayude a determinar su origen.

–Lo veo en todas partes.  

–¿Ahora, por ejemplo?

La muchacha tardó en responder.

–Ahora no.

–¿Es decir que aquí, ahora, solo estamos nosotros dos?

–Sí.

–Entonces…

–¿Entonces qué?

–¿Dónde es que lo ves?

–Ya te dije, en todas partes… En mi cuarto, en la sala, en la cocina, en el baño, donde quiera, ya te dije, en todas partes.

–¿En el baño dijiste?

–Sí.

–¿En qué momento?

–Casi siempre cuando me estoy bañando.

–No sé qué pensar.

–No hay nada que pensar

–¿Estando yo lo ves?

–No.

–Es decir, que solo lo ves cuando estás sola.

–Sí.

–¿Y qué es lo que ves exactamente?

–¿Exactamente?

La muchacha se restregaba las manos como si quisiera deshacerse de algo.

–Bueno, qué es lo que ves, un hombre, una mujer, alguien conocido.

–No sé…

–¿Un monstruo?

–No sé…

–¿Qué es lo que no sabes?

–Es un hombre, sin dudas.

–¿Conocido?

–No, nunca en mi vida lo había visto.

–¿Alguna vez te ha dicho algo?

–No, solo me mira y a veces me da mucho miedo

–¿Por qué te da miedo?

–No sé.

–¿Y cómo está vestido?

La muchacha se demoró tal vez demasiado en contestar.

–No está vestido.

–¿Quieres decir, que está desnudo?

–Sí.

¿Completamente desnudo?

–Sí.

El hombre también se acercó a la baranda, miró hacia abajo tratando de localizar el punto focal de la hija y comenzó a pasarse una y otra vez la mano por la cabeza.

–No sé qué pensar, tal vez debiéramos consultarlo con alguien.

–¿Con quién?

–No sé, con personas que estén familiarizadas con la situación.

–Papá, ¿qué me estás sugiriendo, que veamos a un santero o un espiritista? Por Dios, tú sabes que yo no creo en nada de eso.

–Bueno, podemos preguntar en la iglesia.

–Hace siglos que no piso una iglesia. Creo que desde que hice la primera comunión.

–Tú no crees en nada de eso, pero hasta hace poco tampoco creías en lo que estás viendo ahora.

–Es distinto.

–Para mí es lo mismo.

–No.

–¿Podrías explicarte mejor?

–Esto es real, forma parte de mi realidad.

–Hija, por Dios, ¿qué estás diciendo?

–Que esto es real, como tú, como este balcón, como las calle, como los muebles de mi cuarto.

–No puede ser real, quizás necesites ver a un médico.

–Ay, papá, no seas ridículo. Yo no estoy enferma.

–¿Y entonces cómo explicas lo que estás viendo?

–No lo sé. Sólo te puedo decir que es algo real, que yo no estoy loca.

–De sobra sé yo que no estás loca. Eres una muchacha muy inteligente y estás muy preparada.

–Lo cual no ha impedido que lo siga viendo. ¿Quieres que te diga una cosa?

–¿Qué?

–Yo le puse nombre.

–¿Le pusiste un nombre a esa cosa?

–Sí, y no es una cosa.

–¿Y qué es entonces?

–No sé, una manifestación de algo, tal vez.

–¡Por Dios!

–Dios no tiene nada que ver con esto. Le puse Cándido.

–¡Cándido!

–Sí, yo veo en su rostro cierta candidez.

–Mi hija, ¡por Dios!

–Y sigues con lo de Dios.

–Es que estoy anonadado.

–Yo creo que mejor entramos.

El padre ignoró la sugerencia. Dijo:

–¿Cómo es? ¿Podrías describirlo?

–Ya te dije que es un hombre.

–¿Joven o viejo?

–Yo pienso que es joven, pero no lo podría precisar. No siempre se ve igual…

–¿Cómo es eso?

–Es que es borroso y en ocasiones casi transparente.

–¡Dios mío!

–Papá, si me vuelves a soltar otro “Dios mío” no vuelvo hablar del tema. Ya te dije que Dios no tiene nada que ver.

–Entonces quién, ¿el diablo?

–Papá, yo no creo en el diablo.

–Que tú no creas en él no quiere decir que no exista.

–Ya te dije que pienso que es mejor que entremos.

Esta vez el padre accedió y se movió lentamente hacia adentro. La hija caminaba con la cabeza baja. El padre cerró la puerta que daba al balcón y ambos se sentaron en el sofá, frente al televisor apagado. Se estaba haciendo de noche y en la sala la luz era cada vez más tenue.

–Yo no sé por qué esta casa es tan oscura.

–¿Quieres que prenda la luz?

El padre sin esperar respuesta se acercó al interruptor y lo accionó. Una luz suave descendió y se posó sobre los rostros y los muebles.

–Yo creo que me voy a tirar un rato en la cama. Me duele un poco la cabeza.

–Hija, pero es muy temprano. Si quieres, salimos a comer o pido algo si no tienes deseos de salir.

–No tengo hambre, creo que lo mejor que puedo hacer es tomarme una aspirina y tirarme un rato a ver si se me pasa.

–No me parece una mala idea. Pero, ¿no tienes miedo a que se aparezca en el cuarto?

–Ay, papá, qué voy a hacer, no sería la primera vez.

–¿No has probado a hablarle, a preguntarle qué quiere?

–Ya lo he hecho, no me dice nada, no me responde, solo me mira.

–¿Quieres que vaya contigo al cuarto y que me quede ahí hasta que se te pase el dolor de cabeza?

–¿Para qué?

–Bueno, tú dices que cuando estoy yo no se te aparece.

–Eso no resuelve nada, papá.

–Ay, hija, pienso que a lo mejor puedes descansar mejor.

–Te lo agradezco, papá, pero prefiero estar sola. Mira, a lo mejor lo que hago es darme un baño antes de acostarme.

–Me parece una buena idea.

La hija se perdió hacia el fondo del apartamento donde estaba su cuarto. El padre prendió el televisor y se puso a cambiar canales, pero con la cabeza en otra parte. Al rato caminó hasta la puerta del cuarto de su hija.

–¿Estás bien?

–Sí.

–¿Te vas a bañar por fin?

–No le sé aún.

–Ay, si tu madre estuviera aquí, las cosas serían más fáciles.

El padre tenía el oído pegado a la puerta. Esperaba una respuesta de su hija, pero esta se mantenía en silencio. Debería estar acostada, no se oía ningún ruido.

–Hija, ¿puedo pasar?

–Papá, preferiría estar sola.

–¿Lo estás viendo ahora?

–No, papá.

Pero sí lo estaba viendo. Estaba ahí, junto a la puerta, más nítido que otras veces. Por primera vez distinguía el pelo. Le daba la impresión que una corriente de aire estremeciera la aparición, difuminándola por momentos y en otros haciéndole ondas en el cabello. La ventana y la puerta estaban cerradas y la salida del aire acondicionado, que por demás estaba muy bajo, daba sobre la cama.

–Papá, ¿sigues ahí?

–Sí.

–Vete para la sala a ver televisión no te preocupes por mí, estoy bien.

–Hija, no te puedes acostar sin comer, acuérdate que ya mañana es lunes y tienes universidad por la mañana y trabajo por la tarde.

–Lo sé, papá, no te preocupes. Ahora me voy a dar un baño rápido y después me voy a tirar un rato en la cama a descansar, una hora o algo así, hasta que se me pase el dolor de cabeza. Cuando me levante, salimos a comer. ¿Qué te parece?

–Está bien, me voy para la sala, pero si ves a esa cosa, llámame.

–Claro, papá, tranquilo, no te preocupes.

La muchacha se desvistió, entró en el baño y estuvo un rato bajo la ducha, el agua casi hirviendo. Después, sin secarse mucho, puso el cerrojo a la puerta y se acostó. Miró hacia los pies de la cama. Allí estaba. Entreabrió las piernas y sonrió.

–Ven, ya puedes venir.

Miami, a 26 de mayo de 2022. 


José Abreu Felippe. La Habana, Cuba. 1947. Poeta, narrador y dramaturgo. Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero (2000) y Premio Baco de Teatro (2012). Ha publicado, entre otros, cinco volúmenes de relatos, Cuentos mortales (2003), Yo no soy vegetariano  (2006), Confrontaciones (2018), El camino de ayer (2019) y Treinta y dos historias (2021). Además, El olvido y la calma, una pentalogía formada por las novelas, Barrio Azul (2008), Sabanalamar (2002), Siempre la lluvia  (1994), El instante (2011) y Dile adiós a la Virgen (2003). En unión de sus hermanos, los también escritores Nicolás y Juan, dio a conocer  Habanera fue (1998), un homenaje a su madre fallecida en un accidente.

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