Praxis en la construcción y reconstrucción de Cuba

ORLANDO GUTIÉRREZ BORONAT

La Habana, Cuba. 1952

Ninguna generación cuenta con suficiente tiempo vivencial como para llegar a comprender plenamente el misterio de su existencia en la historia. Comprender el significado de una obra generacional une a un tiempo humano con otro en la vida de una nación. Estas tomas de conciencia son las marcas en la historia que forjan el pensamiento orgánico de un pueblo constituido en comunidad histórica trascendente.

Cada cosecha de humanos nacidos en una nación tiene una libertad fundamental: la de escudriñar los tiempos y acciones que la parieron para escoger cuál experiencia descartan y cuál valor asumen. Por eso la memoria histórica es sagrada, un manantial espiritual que nutre lo que un pueblo es y cómo este mismo pueblo se define.  Cada generación tiene el derecho a descartar y asumir sin violentar ese mismo derecho en la próxima.

La petrificación del ser de un pueblo, convertir su experiencia histórica en consigna, significa retrasar, y hasta extinguir, su florecimiento humano. Este intento de utilizar el poder para suprimir lo trascendente en aras de la inmediatez del poder, no es nuevo, es muy antiguo. Sin embargo, la historia real tiende a sobrevivir, a imponerse inevitablemente sobre la desintegración del poder fáctico en los polvos de la historia.

Así observaba Percy Bysshe Shelley en su clásico poema: “Ozymandias”:

My name is Ozymandias, king of kings:

look on my works, ye mighty, and despair!

Nothing beside remains:

round the decay of that colossal wreck,

boundless and bare,

The lone and level sands stretch far away.

Los mitos antiguos nos advierten repetidamente sobre los peligros de la petrificación de la experiencia histórica por parte del poder. De ahí el parricidio cometido por el titán Cronos contra su padre Uranus, y por parte de Zeus contra su padre Cronos. Cuando las generaciones dejan de sacrificarse entre sí, es que las naciones nacen, y cuando vuelven a caer en el sacrificio, perecen. Esta, al menos, es una de las lecciones del mito de Edipo.

Hoy, en los Estados Unidos, vivimos momentos en que precisamente se quiere sacrificar el cuerpo de experiencia histórica de la nación a la doctrina de corrección política del momento. Las consecuencias de este sacrificio serán catastróficas.

Los cubanos ya hemos conocido los resultados reales de lo que la amputación histórica conlleva. No comenzó con la revolución de 1959. El parricidio se perfeccionó con lo que llegó al poder en esa fecha. El intento de amputación histórica comenzó con la “Revolución de 1933”. Lo interesante es que, en esa temprana fecha, los anticuerpos nacionales actuaron para impedir la construcción de una historia cubana artificial.

La nación cubana contaba con los recursos espirituales suficientes para lograr, en aquel momento, una unión y traspaso de generaciones, y no cercenar el crecimiento y la evolución natural de la nación.

La experiencia histórica vital vs. la construcción ideológica

La misma existencia de la brillante generación del 30 atestigua el éxito de aquella primera generación republicana, que ha sido tan vilipendiada e injustamente tratada por la crónica histórica revolucionaria.

Los pueblos recogen la historia mediante diferentes expresiones de la misma. Una es la historia oficial, la narrativa de dominación que el poder desea imponerle a una relación social.  Esta fácilmente puede interpretarse como la crónica de la explotación del hombre por el hombre. 

En el caso de Cuba, esto se hace especialmente evidente en la historia sobre Cuba que ha articulado la izquierda académica americana con el objetivo de fundamentar su propia lucha por la transformación socialista de los Estados Unidos, o más precisamente, por llevar a los Estados Unidos de una República a un Estado de poderes concentrados.

Bajo esta óptica no existe la nación cubana como un ente propio y autóctono trascendente, sino un madejo de clases y razas en pugna que solamente Fidel Castro pudo articular en un proyecto de Estado. Bajo este esquema, la supervivencia de la identidad nacional en los exiliados es una fabricación resultante de la conjunción de los intereses geopolíticos de los Estados Unidos y de los intereses de clase de determinados grupos originarios de Cuba.

Este enfoque le ha servido a la izquierda americana en su asalto a las instituciones americanas, pero es insuficiente en el contexto cubano porque no explica el misterio de la existencia de la nación cubana.

¿Pero es realmente la lucha de clases el motor de la historia?  Hemos llegado a la conclusión de que un estudio serio de la historia demuestra que la cooperación entre las clases ha sido el verdadero impulso de los sucesos históricos.  ¿Cuáles son las formas en que se da esta cooperación?  A menudo son ignoradas en la historia precisamente porque estudiarlas es más complejo, requiriendo mayor esfuerzo.

Hay una segunda categoría de estudio histórico: la que se enfoca en la investigación y la documentación de los hechos históricos para así proveer una base objetiva para la comprensión de la nacionalidad cubana. En este sentido, de indiscutible valor son las obras de, por ejemplo,  Ramiro Guerra, Carlos Márquez Sterling, Herminio Portel Vila, Hugh Thomas, Jorge Domínguez o José Duarte Oropesa.

Una categoría imprescindible para el estudio y la comprensión de la nación cubana consiste en el estudio sobre el desarrollo de las ideas en Cuba. Esto se hace clave para comprender los modos de pensamiento de un pueblo. Ciertamente, Fernando Ortiz, Gastón Baquero, Jorge Mañach y Carlos Alberto Montaner han hecho importantes aportes en cuanto a este tipo de obra, sin embargo queda aún mucho por hacer.

Pero entendemos que la categoría vital para la comprensión de una nación radica en la historia de su praxis, la cual algunos definen como “la intrahistoria”.

Todo régimen ideológico, totalitario, tiene que intentar borrar la intrahistoria de un pueblo. Para la izquierda americana era tan importante borrar esta intrahistoria cubana como lo era también para la izquierda marxista cubana.

Para comprobar esto, solo basta revisar el uso que Herbert Marcuse le da a la revolución cubana. Esta figura, tal y como lo explica Dinesh D’Souza, es el principal arquitecto del “socialismo identitario” moderno, particularmente de la estrategia cultural para la toma del poder. Para el profesor Marcuse, tal y como expresa reiteradamente en sus discursos, artículos y ensayos, particularmente su “Ensayo sobre la Liberación”, escrito en 1969, la existencia de la revolución cubana era indispensable para la propia revolución socialista.

Sin embargo, la historia de Cuba y, más allá de eso, su intrahistoria (término aplicado por Rafael Díaz Balart al acontecer interno antillano) no colaboraba por su misma naturaleza con tal designio ideológico. El diseño de suplantar la historia cubana autóctona por la construcción ideológica está presente desde los mismos inicios del comunismo cubano, tal y como lo demuestra el notorio ensayo “Martí y Lenin”, publicado en el año clave de 1934.

En este ensayo, Marinello afirmaba, entre otros conceptos, que “… El ideario martiano es no solo insuficiente para resolver la actual cuestión cubana, sino que significa, caso de ser embrazado por nuestras masas, el retraso más lamentable de la solución verdadera…”. En otras palabras, la doctrina martiana era un obstáculo para la instauración en Cuba de un estado totalitario marxista-leninista. ¿Por qué?  Porque esta era en aquel momento, como sigue siendo en este, la mayor expresión de la praxis del pueblo cubano, de la síntesis de la aspiración a la libertad individual dada en un marco orgánico de cooperación entre clases y etnias, que se transforma en identidad nacional.

La primera intención comunista fue arremeter contra Martí; sin embargo, las enseñanzas y el ejemplo de este estaban demasiado enraizados e imbricados con la existencia nacional cubana, surgían de la intrahistoria de un pueblo que había generado una personalidad filosófica e histórica del calibre y la dimensión de un José Martí. El comunismo cubano aprendería a no confrontar al ideario martiano, sino a intentar subvertirlo y manipularlo. Esfuerzo ideológico que nunca han logrado.

¿De dónde proviene la intrahistoria? ¿Qué acontecimientos recoge?

La intrahistoria proviene de la praxis de un pueblo. ¿Qué refleja la praxis? Ese momento de gestión de un orden moral propio mediante el cual una nación nace entre las demás naciones como entidad tanto igual a, como también diferenciada de, el resto. La praxis consiste en los momentos de acción en los que un pueblo extrae un “debe ser” de las mismas fibras de su existencia. Todo lo que de un pueblo emana: su política, su economía, su cultura, sus instituciones sociales, su arte, y sus modos de pensar, son parte de esta acción permanente mediante la cual la nación nace y vuelve a nacer en su quehacer diario. Ser y seguir siendo.

Todo en la historia de un pueblo refleja ese momento y ese “tiempo sagrado”, como lo calificaba Mircea Eliade, en el que la nación irrumpe en el tiempo de la historia, el “tiempo profano”, de nuevo según Eliade. En y desde la praxis toma lugar el triángulo vital mediante el cual una nación se siente diferente, identifica los valores que la diferencian, y actúa sobre esos valores en y sobre el territorio con el cual está imantada.

El resultado de esta acción, si es auténtica y original, es generar vida, ampliar la gama de la pluralidad en la fenomenología humana. La nación es uno de los prismas, quizás el fundamental, mediante el cual un trozo de humanidad identifica y establece su lugar en el cosmos. Desde este lugar único se aprecia la jerarquía universal y la fibra común que la hace comprensible para los seres humanos. Todo esto y mucho más le explicaba Martí, con su doctrina, a los cubanos. Doctrina que consistía no solamente en palabras no negociables, porque su autenticidad las imbricaba con el ser de un pueblo, sino también por los hechos de su vida, su ejemplo de coherencia que transita y trasciende los tiempos.

El ideario martiano sigue existiendo, sigue siendo válido porque refleja la praxis de varias generaciones criollas, cuyo esfuerzo ante su propia existencia genera luz.

Desde los inicios de la República, vemos entonces que se enfrenta la praxis de un pueblo contra el intento de petrificar esa praxis para hacerla dúctil a los intereses en el tiempo profano de una quimera utópica, definida a pesar y en contra de la misma naturaleza de ese pueblo.

Es Hannah Arendt la que mejor explica el espacio público como símbolo principal de la praxis. Si es en la acción, en la unión de valor, palabra y hecho, que se origina la comunidad humana en un perpetuo nacer y renacer, entonces esta unión tiene que reflejarse en un espacio en el cual cada individuo nacido en la nación se expresa y se mide en relación con otros, donde las categorías del deber son libremente enunciadas en un diálogo abierto entre generaciones. La República es la expresión de la conciencia de la praxis.

La praxis, en la modernidad, está como nunca antes enfrentada por la petrificación. ¿Qué es la petrificación? Anular el espacio público anulando su indispensable pluralidad al querer imponerle a ese espacio la estrangulación de la necesidad de las palabras de crecer en la verdad, de ascender en el significado. De ahí la raíz del daño ontológico a un pueblo por el totalitarismo.

El totalitarismo es la petrificación de la praxis del pensamiento vivo de una nación.

La petrificación solo puede perpetuarse mediante el totalitarismo. La definición de ambos conceptos está imbricada.

La praxis genera vida, la petrificación aniquila progresivamente la vida.

Es bajo estas categorías que procedemos a analizar la primera República cubana. Esta República fue y es lo contrario de lo que después postularía el castrismo como “seudo República”, es decir, una especie de experiencia incompleta, no auténtica y, sobre todo, no generadora de la pluralidad necesaria para un espacio público nacional.  El totalitarismo proyecta sobre otros lo que el totalitarismo es en realidad, para entonces justificar su propia existencia.  Califica de “seudo república” a la república, para entonces legitimar la seudo-república, seudo cultura, y seudo identidad construida por estos para mantenerse en el poder absoluto.

Ya llegó la hora de analizar esta primera República desde la óptica real de la praxis. Y entender que esta tensión entre la praxis y la petrificación no constituye un descubrimiento nuestro, sino que se refleja, por ejemplo, en el momento en que los jóvenes revolucionarios surgidos de la revolución de 1933 se definen como “auténticos” ante la falsedad de la construcción ideológica comunista, pero también como estos comunistas tienen que, eventualmente, asimilarse a la experiencia vital de la República criolla bajo la definición de que “los comunistas cubanos eran también cubanos”.

 

Sobre la primera República

Lo que se fragua en la constituyente de 1901 es la continuidad de la acertada decisión de los cubanos de buscar su independencia. ¿De dónde viene y cómo se da esta decisión? Precisamente de la praxis, de la gestión única y originaria que, en Cuba, genera al cubano.

Es más, este modo de ser se funda en libertad porque, desde sus mismos inicios, su nacimiento y las formas adquiridas, son no anticipadas y propias.

Parte de la colonización de la historia de Cuba por la izquierda radical internacional radica, por ende, en explicar la identidad nacional cubana desde la narrativa de los modos de producción que fueron sucesivamente prevaleciendo en la Isla. Las historiologías marxistas ignoran siempre el ser de las entidades humanas; por tanto, basándose puramente en una concepción marxista de la historia, la identidad nacional cubana parecería dependiente totalmente de hechos políticos que puedan montarla y desmontarla a capricho o según el mandato ideológico. Esto, a la vez, explica la perplejidad del poder estatal castrista ante la supervivencia y la alta productividad de la identidad cubana en la diáspora.

El ser nacional, la praxis de un pueblo único, es la esencia tanto de la esperanza como de la tragedia de la historia de Cuba.

Una nueva historia de Cuba tiene que comenzar a prepararse desde el terreno ya alcanzado, del reconocimiento objetivo de lo que habría sido hasta este momento un sentimiento subjetivo:  la irrefutable existencia de este ser nacional.

La matriz de la praxis comienza durante el largo siglo XVII. Cuba conquistada, pero a la vez aislada y hasta abandonada por España, se convierte en la cuna de una nueva identidad humana. Pasada la brutalidad de la conquista, habiendo desaparecido el conquistador, quedando el colonizador, éste no reproduce en Cuba una forma de ser Ibérica, sino que se conjuga con una forma de ser taína, que también deja de ser taína para ser algo nuevo. Esta transformación, esta sinergia, está representada en la transmisión del conocimiento sobre cómo interactuar con la tierra cubana, y es la piedra angular desde donde se da toda evolución y asimilación posterior del ser nacional.

El cultivo del tabaco, de la yuca, de la malanga, de la papa, el aguacate; todo esto señala y representa el surgimiento de un nuevo orden moral en la isla. El colonizador y el taíno durante ese largo siglo XVII se absorben mutuamente.  Es, por ejemplo, durante este mismo siglo que contemplamos el fenómeno del taíno y el cimarrón uniendo fuerzas para resistir la opresión, lucha que expresa a la vez un más profundo proceso de sinergia que está tomando lugar en y con la Isla.

Hugh Thomas señala en su majestuosa Historia de Cuba que “En Cuba muchos cosechadores de tabaco supuestamente españoles “blancos” (o vegueros, ya que eran los únicos cultivadores consistentes del llano, o la vega) eran probablemente mitad, o totalmente indios; otros eran canarios”. (Thomas, p. 22).

Más aún, Thomas descubrió que los indios cubanos que sobreviven el rigor y los crímenes de la conquista (la esclavitud, las enfermedades europeas y las hambrunas) se conjugan en el germen del nuevo tipo de familia que emerge en la Isla. A tal punto que “Los hacedores de censos cubanos en los 1770 trataban a los indios como ‘blancos’ y nunca aparecían como una minoría separada en ningún estudio de la población”. (Thomas, p.21).

El surgimiento de este nuevo tipo de familia, donde se conjuga lo europeo con lo no europeo en la estructura emotiva solidaria de la familia cubana, muestra su vitalidad en su obra fecunda con y sobre la tierra, pero presupone y necesariamente proviene de una nueva concepción espiritual que bendice una acción fundamental. Es este el amor que hace sublime el reconocimiento de mutua humanidad. La humanidad se vuelve a descubrir a sí misma en Cuba.

Hay que comprender, para fructíferamente alinearnos con el verbo del ser nacional cubano, que este contrato fundacional de la nación cubana se da no dentro de un cuerpo de leyes, sino en el seno de la familia. Por eso, y hasta esta fecha, la Constitución real de Cuba es su familia.

De manera singular, esta fuerte estructura familiar coexiste con el carácter individualista y emprendedor del cubano. La familia y la amistad son los valores esenciales de esta nueva cultura.  Esto tiene una temprana expresión política libertaria. No nos debe sorprender, por ejemplo, que las primeras luchas cubanas por la libertad se den precisamente con los vegueros en 1717 y 1723. (Thomas, p.23).

Esta nueva identidad se va volviendo cada vez más incómoda para un creciente yugo colonial.  Ya en 1844, el gobernador de Cuba arremetió contra “la conspiración de la escalera”. Hizo arrestar a 4039 personas. “Entre los detenidos había 2166 negros libres, 972 esclavos y 74 blancos, además de 872 individuos cuya categoría no fue definida. De los detenidos, 78 fueron condenados a muerte, 1292 fueron enviados a prisión y 400 fueron desterrados”. (Moya Pons, p. 342).

Entre los ejecutados estuvo Diego Gabriel de la Concepción Valdés “Plácido”, poeta criollo que encarna a plenitud, así como un kami japonés, el espíritu nacional cubano.

Cuba nace de una unidad activa del amor hacia la familia y del amor por la libertad. Al igual que la semilla del tabaco, la identidad cubana requiere reconocimiento a su individualidad, y un cuidado específico y delicado a su vivir.

Universalidad de la praxis cubana

Como enseñara Santo Tomás de Aquino, toda praxis fecunda es un aporte a la pluralidad gloriosa del universo.

Desde sus inicios, la cultura que comienza a generarse en la isla es representativa de la existencia diferenciada, y por tanto espiritual y universal, de lo cubano.

El areíto indígena, con su mezcla de religiosidad, teatro, música y danza, es la matriz para la sinergia que se manifiesta en el orden de esta cultura.


El Dr. Orlando Gutiérrez Boronat nació en 1965 en La Habana, Cuba. Tiene un doctorado en Filosofía de Estudios Internacionales de la Universidad de Miami, junto con títulos de posgrado y licenciatura en Ciencias Políticas y Comunicaciones de la Universidad Internacional de Florida. Es portavoz de la Dirección Democrática de Cuba, profesor invitado en la Universidad de Georgetown y líder de la comunidad cubana en el exilio. Su familia emigró a los Estados Unidos desde Cuba en 1971 en busca de libertad. En 1990, cofundó la ONG cubanoamericana, Directorio Democratico Cubano, a favor de los derechos humanos y el cambio democrático en Cuba. En 2005, el Dr. Gutiérrez Boronat lanzó Radio República, una estación de radio que ofrece noticias e información sin censura a los cubanos en la isla.

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