Una guerra y un general en el recuerdo

REINALDO GARCÍA RAMOS

 
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No cuesta trabajo leer el libro de Orestes Ferrara sobre Máximo Gómez.[1] Aunque el texto no tenga la dimensión intelectual ni la madurez de ideas que impregnarán años después las memorias del mismo autor[2], este breve volumen constituye un documento sólido para rememorar y comprender esos años de la guerra de Cuba contra el poder colonial español, acercarse en especial a la personalidad del General Máximo Gómez, conductor final de las fuerzas libertadoras de la Isla, y captar el clima político que imperaba en el país al instaurarse la nueva república. Además, es un libro simpático, entretenido, pero sin concesiones, sin excesos ni mitificaciones; en sus páginas se describen los aspectos duros de Gómez, pero también los magnánimos, sus aciertos y sus errores o torpezas, sus apasionamientos excesivos, sus penetrantes intuiciones y sus terquedades. También muestra la capacidad de Gómez para la modestia en terrenos que él no conocía y su disposición a observar las diversas psicologías humanas y persuadirlas, poniéndolas al servicio de la acción que él buscaba estimular. En este sentido, su lectura es un aprendizaje sobre la complejidad de la mente humana y sobre las contradicciones de la conducta de ciertos individuos dentro de un grupo que actúa con un propósito común.

Muchas cosas aprende uno de este libro. En nuestra época de clichés televisivos, de maniqueísmos políticos y panoramas sociales caricaturescos, en los que casi siempre los dirigentes son absolutamente buenos o absolutamente malos, es un alivio comprobar que en aquellos años Ferrara no simplificó la imagen del personaje excepcional que sin duda fue Gómez, sino que expuso con veracidad todos los aspectos del individuo que quería evocar en su texto.

El libro es fascinante y va envolviendo a quien lo lee en una suerte de embrujo. A esas alturas de su vida, Ferrara había asimilado con destreza las posibilidades del idioma español, que nunca dejó de perfeccionar (recordemos que asumió la ciudadanía cubana y se casó con una dama nacida en la Isla). En muchas de sus obras, incluyendo esta sobre Máximo Gómez, logra evocar con sutileza y vivacidad los hechos históricos en que participó; tenía un notable talento de narrador. Esas virtudes alcanzarán su máximo esplendor en las memorias, que están muy bien escritas y muestran una organización mental y una visión abarcadora de los hechos que el autor sólo podía obtener con la edad; pero además, al hacer ese último resumen de su vida, Ferrara sabía que estaba escribiendo su testamento político y se esmeró en refinar sus puntos de vista y sus recuerdos. Entre ambos libros  median por lo menos 20 años (la segunda edición de Mis relaciones… es de 1942, y Ferrara escribe sus memorias entre 1961 y 1968).

En el ejemplar que leí de Mis relaciones con Máximo Gómez (Ediciones Universal, 1987) se incluye por suerte un prólogo que Ferrara había escrito para la edición de 1942, donde él expone sus intenciones al escribir esa obra y al mismo tiempo señala los factores que pueden limitar la reconstrucción histórica.  Trata de definir el ámbito que quiere abarcar con su evocación y dice (pág. 11):

No me he propuesto hacer la historia de un período de la vida de Máximo Gómez. De mi pluma han salido sólo las impresiones personales de unas horas de lucha y de encanto, de sufrimientos y alegrías.

No hay ingenuidad en su intento, sino más bien conciencia de las dificultades para captar con fidelidad la complejidad de su tema. Más adelante en el prólogo afirma (págs. 13 y 14):

He mantenido en estas páginas, tomándolo de mis vivos recuerdos, y de cómo lo fijé en mis apuntes, a Máximo Gómez como era en la guerra, no como lo elevó luego la victoria. (...) Que Máximo Gómez fuera violento, y que por ello se le tuviera miedo —sí, miedo—, es una verdad que, de ocultarse, alteraría las magníficas líneas de su personalidad. Que la violencia lo llevara a veces a la injusticia, por lo menos en los primeros momentos, no puede negarse. (...) No escribo sobre Máximo Gómez, sino sobre las relaciones que tuve con él.

En la página 125, Ferrara vuelve sobre su oficio de testigo de la historia y dice:

Las anécdotas sobre un gran hombre, si son muchas y concordantes, dan la figura de éste en toda su integridad, mejor que las biografías que, muchas veces, por lo exagerado de sus rasgos, resultan caricaturas o apologías. (...) Los hombres grandes, verdaderamente admirados, son los hombres reales, no los semidioses.

Pero aunque el autor no haya querido verlo así, el libro no es sólo un testimonio personal; tiene además un valor documental específico y constituye, mal que bien, un resumen válido, aunque sobresaltado y por momentos contradictorio, sobre una etapa fundacional de la historia de Cuba. Ferrara tenía la convicción de que había sido testigo de hechos trascendentales, que dejarían huella en el porvenir de su país adoptivo, y en varias ocasiones a lo largo del libro alude a las necesidades de la nueva nación en términos de continuidad espiritual. Sabía que su recuento no era concluyente, pero resultaría útil, y señala (pág. 16):

He escrito para dar (...) las sensaciones del ambiente. (...) El tiempo va diezmando las vidas de los libertadores. Muertos ellos, no habrá historiador que pueda reconstruir la psicología de aquel pasado. (...) Mi intención y finalidad han sido pues, ofrecer a mis compatriotas lo que vi de sus mayores; dar a la mente juvenil la vida real y fecunda de un período.

En todo el libro está presente esa intención de dejar un testimonio o resumen de los acontecimientos en que el autor participó. Aunque no se ajuste a los métodos rigurosos de la investigación histórica y los conocedores especializados encuentren ocasionales defectos o incluso omisiones de peso en ese legado, en sus páginas se va forjando una imagen certera de la época y un retrato palpable y convincente del tipo de ser humano que fue el General Máximo Gómez. Y sí, no cabe duda: es una obra literaria dominada por la pasión, y por lo tanto sobresaltada, pero sincera y lúcida. El autor narra lo que presenció sin un plan preconcebido y eso le confiere a su relato un encanto especial, permite que Ferrara se entregue a sus recuerdos con loable inocencia.

II.

Hay aspectos muy gráficos que se quedan en la mente cuando uno concluye la lectura de este libro. Se dan detalles, por ejemplo, sobre cómo subsistieron los mambises en la manigua durante la guerra y se descibre el arrojo con que se enfrentaron a las tropas españolas; escenas casi costumbristas, pero a menudo patéticas, sobre la falta de alimentos, la escasez de armas, el acoso constante por las fuerzas del enemigo y las dificultades de traslación.

Pero en el libro se evocan también hechos menos dramáticos, más líricos. Uno de ellos aparece en las páginas 113 a 114, cuando el autor se refiere al elevado nivel cultural que tenían algunos mambises y relata una conversación que sostuvo una vez, en un reposo del combate, con un tal Joaquín, quien era hermano de José Miguel Gómez, poseía notables conocimientos sobre la cultura grecolatina y dominaba el latín a la perfección. Ferrara lo describe así:

Tenía un alma forjada en todos los atrevimientos del espíritu, dentro de un cuerpo de guajiro rudo. Había estudiado con un célebre cura espirituano y me recitaba, durante las noches resplandecientes, (...) largos trozos oratorios de Cicerón o de Quintiliano.

Y a continuación cuenta cómo ambos pasaron un largo rato comentando a Homero, a Hesíodo, a Virgilio. Y añade: “Cubiertos de harapos y de lodo, la sabiduría antigua nos consuela. Consuela como la religión ante la muerte.” Y un poco más abajo concluye:

En Cuba había entonces muchos estudiosos devotos del clasicismo. (...) ¡Qué lástima que estos estudios clásicos hayan sido suprimidos en las escuelas, y sean desconocidos por nuestra juventud!

Unos días después, en medio de una marcha forzada, Joaquín le recita fragmentos de algún clásico, y él, Ferrara, le “responde” con odas de Horacio o con versos de la Eneida, “cuyo segundo libro, recordado por mí de principio a fin, lo extasiaba”, afirma en la página 114.

Uno no puede menos que admirar a aquellos hombres excepcionales, que a cada minuto estaban dispuestos a entregar sus vidas en los enfrentamientos y accidentes de una guerra sin cuartel pero conservaban sus aptitudes de la vida civil, entre ellas el gusto por la cultura y el refinamiento para disfrutar recordando sus lecturas. Todo un ejemplo de ilustración civilizada en medio de las brutales condiciones en que vivían. Lo mismo se puede decir de otros mambises que Ferrara encontró en esos años y que no sólo eran personas cultas, sino que además poseían una saludable inteligencia y un talento probado para la creación artística (abundan los pasajes en que se habla de ópera, de música, de poesía). Eran, quién lo puede negar, otros tiempos...

III.

Este libro capta con frescura la complejidad del clima político que imperaba en la Isla en los primeros años de la joven república. Se mencionan varios incidentes que iban marcando la evolución de la conciencia nacional, la cual estaba abandonando el sobresalto de las labores bélicas para empezar a concentrarse en la construcción de un nuevo orden social y político. En ese contexto, se describe la necesidad que tenía la naciente nación de instaurar, defender y obedecer un gobierno civil, apoyado por instituciones autónomas, que se impusieran en un escenario saturado de autoritarismo militar y de prestigios obtenidos en el campo de batalla. En varios pasajes del relato se destaca la diferencia entre el renombre militar y el mérito político. En la página 132 Ferrara dice, por ejemplo, que la buena voluntad del General Gómez “se estrellaba” contra la ausencia de una “vida civil”: “Porque todo era militar o una dependencia de ello.”

Ese contraste entre lo militar y lo civil, que se había manifestado desde los años del Gobierno de la República en Armas y había alterado notablemente la dinámica de la guerra sobre el terreno, se fue acentuando y prolongando luego en la paz y constituye a mi modo de ver el primer error de concepción que lastró el nacimiento de las instituciones políticas y electorales de la nueva república. Ese conflicto fue el que dio origen a las luchas por perpetuarse en el poder (que surgieron muy pronto, con la reelección de Tomás Estrada Palma). A partir de ahí, como no había “vida civil” genuina, los aspirantes a la Presidencia fueron casi siempre, por definición, los generales que se habían destacado en la guerra, porque no se conocían aún otros prestigios suficientemente sólidos. No se concebía la aspiración al poder como elección de ideas mejores o de planes preferibles, sino como una prolongación de las destrezas militares adquiridas en la contienda bélica recién concluida. Las instituciones del nuevo país nacieron en ese escenario convulso, y el contraste entre autoridad militar y méritos civiles se siguió fortaleciendo después, cuando ya se perfilaron los dos partidos principales de la era republicana inicial (el Liberal y el Conservador).

Abundan en el libro de Ferrara las anécdotas relacionadas con el General Gómez y su relación con esa atmósfera inmadura, polarizada. Uno de esos incidentes aparece en el Capítulo VIII, en el cual se describe la primera campaña electoral del país. Para promover la candidatura de Estrada Palma en esas elecciones, Ferrara acompañó a Máximo Gómez durante un recorrido por la Isla. En la página 255, tras aludir a otros episodios más tranquilos que habían ocurrido poco antes en Las Villas, donde el candidato tenía mucho apoyo popular, el autor cambia de tono y dice:

En la entonces poco poblada provincia de Camagüey la situación era distinta. Un grave incidente lo vino a probar; un incidente penoso y desagradable, que es uno de los primeros actos de nuestra ciega pasión política.

Lo que ocurrió fue que el General Gómez intentó pronunciar un discurso desde el balcón del Liceo de Camagüey, capital de la provincia, ante una multitud congregada en la plaza, pero fue abucheado sin contemplaciones y no pudo hablar. Los manifestantes eran partidarios del General Bartolomé Masó, antagonista de Estrada Palma en las elecciones, y Ferrara los describe así (pág. 257):

... me hacían el efecto de unos locos huidos de un manicomio, pues saltaban, amenazaban con el puño, agitaban sus caras congestionadas, lanzaban gritos estentóreos, como gritos de dolor. E indignados por nuestras réplicas vigorosas, empezaron a tirarnos piedras.

Tras varios intentos por comenzar su alocución, Gómez ordenó que la comitiva se retirara del balcón, “pues las piedras menudeaban ya de una manera peligrosa”. Pero Ferrara bruscamente decide volver al balcón y lanza ante la multitud varias exclamaciones de “Viva Estrada Palma”, pero pierde la paciencia y termina amonestando a gritos a la muchedumbre: “Alcoholizados... borrachos... malos patriotas... guerrilleros...”, a lo cual los manifestantes responden con alaridos de “Muera el italiano”, “Muera Ferrara”. Enseguida la comitiva se refugia en un hotel, “que por suerte estaba cerca”, y el General Gómez recrimina entonces a Ferrara con estas palabras: “Pero oiga usted, no alborote usted tampoco. Acuérdese que los de la plaza son cubanos también.”

IV.

Ese ambiente apasionado y radical predominó también, al parecer, en las revueltas de 1906 y de 1917, cuando no se concebía otro modo de enfrentar una crisis política que no fuera alzándose con las armas en la mano. Tal vez no había remedio: la desaparición de la principal conciencia política y humanista (Martí) y la intervención norteamericana (que dio al país un gran estímulo económico pero insertó en su escenario político un componente ambiguo y perturbador) nos habían privado de la posibilidad de acceder mesuradamente a la convivencia democrática. Tras una guerra tan heroica y una terquedad tan destructiva como la de España todo estaba ya, tal vez, en cierto modo predestinado (y se agravó con la súbita muerte de Máximo Gómez, que no pudo impedir el error de Estrada Palma al reelegirse).

Pero lo extraordinario es que Ferrara, protagonista de primera mano de todo aquello, tuvo la visión y la lucidez suficientes para captar el problema y poner el dedo en la llaga: en varias ocasiones señala que no se había instaurado una vida civil lo suficientemente enérgica que pudiera generar instituciones realmente sólidas ni existían dirigentes que no se apoyaran en sus éxitos militares, sino en sus virtudes cívicas y en sus programas y planes de gobierno.

En la página 246, Ferrara hace una descripción tal vez extrema o poco matizada, pero no arbitraria, del temperamento de los cubanos:

Descendientes de los españoles que a lo largo de la Historia han sido recios y rectilíneos, los cubanos mantienen la misma psicología intransigente y resolutiva. La combinazione italiana, el possibilisme francés, la adaptabilidad a las circunstancias de los ingleses, evidenciada en el lema watchful waiting, no existen en la mente de esta enérgica raza...

Asimismo, en esas pasiones desatadas y esas corrientes de pensamiento excluyente es posible ver el origen de los desastres ulteriores de nuestro país: Menocal, Machado, Batista y el más de medio siglo que aún padecemos de demagogia, inconsecuencia e ineptitud de los señores Castro. El propio Máximo Gómez lo resumió muy bien en una frase lapidaria que Ferrara reproduce en la página 173: “La paz es más difícil que la guerra.”

Sin lugar a dudas, se aprende mucho en este libro de Ferrara...

Este texto fue escrito en febrero de 2009 y se incluyó en el libro Una medida inexacta (Ensayos y comentarios), publicado en 2017 por la Editorial Verbum, en Madrid.

[1] Mis relaciones con Máximo Gómez, Miami, Ediciones Universal, 1987, 314 págs. Orestes Ferrara (1876-1972) nació en Nápoles, Italia, y era muy joven cuando viajó a Cuba para incorporarse a los mambises que luchaban por liberar la Isla de la dominación colonial de España. Sus acciones le ganaron el grado de coronel del Ejército Libertador. Se quedó en Cuba después de la guerra y desempeñó varios cargos importantes en la república, desde 1908 a 1933, entre ellos embajador y miembro del Congreso. En 1959 era el representante de Cuba ante la UNESCO y fue destituido abruptamente por el gobierno de Fidel Castro. Murió en Roma, donde escribió sus memorias.

[2] Una mirada sobre tres siglos. Madrid, Editorial Playor, Colección “Plaza Mayor”, 1975.


Foto del autor-res600 (2).jpg

Reinaldo García Ramos nació en Cienfuegos, Cuba, en 1944 y radica en Estados Unidos desde 1980. Hasta 2001 vivió en Nueva York, donde integró el Consejo de Dirección de la revista Mariel (1983-1985). Recibió en 2006 el Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, en Murcia, por su poemario Obra del fugitivo, publicado ese mismo año en Madrid. Tiene en su haber, entre otros, los poemarios El buen peligro (Madrid, 1987), Caverna fiel (Madrid, 1993), En la llanura (Coral Gables, 2001) y El ánimo animal (Coral Gables, 2008). Su novela Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel (2010) ha tenido tres reediciones. Recogió en Rondas y presagios (Miami, 2012) su obra poética publicada hasta entonces. En 2017 vieron la luz dos libros suyos: Una medida inexacta (ensayos y comentarios), en la Editorial Verbum de Madrid, y Espacio circularI (Ediciones La Mirada, Nuevo México).

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