Desempolvando un cofrecito y una memoria
ROBERTO MADRIGAL
1984 fue un año de efervescencia para los intelectuales cubanos que vivíamos en el exilio. Aunque solamente contando con los recursos de nuestros no muy profundos bolsillos, todavía se publicaban las revistas Unveiling Cuba, Linden Lane Magazine, escandalar, Mariel y Término, las cuales crearon espacios para difundir la obra de numerosos escritores cubanos hasta entonces censurados.
El aparato cultural del gobierno cubano respondió con fuerza. Desde 1982 enviaban manadas de sus adláteres a impartir cursos y ofrecer conferencias en cuanta universidad americana se prestase, así como en diferentes foros culturales. Tras la estampida del Mariel, gozaban de una relativa mejoría económica en el país, lo cual les permitía contar con una mayor cantidad de intelectuales mercenarios y retribuirles mejor.
Como director de la revista Término tuve la oportunidad de establecer contactos y relaciones en diferentes instituciones académicas y fue así que el profesor y escritor colombiano Armando Romero, de la Universidad de Cincinnati, quien se encontraba preparando un número de la prestigiosa Revista Iberoamericana sobre literatura colombiana, como editor invitado, me convidó a participar con una reseña sobre dos libros de Umberto Valverde.
Fue algo inusitado, ya que, por lo general, este tipo de publicaciones no era muy proclive a presentar autores cubanos exiliados y uno de los libros, Celia Cruz: Reina Rumba, me llamó especialmente la atención. Solamente había escuchado a Celia cuando era muy niño y luego, por obra y gracia de la magia castrista, su nombre desapareció en Cuba. Por dos décadas no tuve noticias de su existencia hasta que llegué en 1980 a los Estados Unidos y pude darme cuenta del crimen cometido, por lo que esto resultó para mi una oportunidad extraordinaria para de alguna manera rendir homenaje a una artista censurada en mi país y poner otro granito de arena en la batalla cultural del momento.
Me he limitado a reproducir solamente la parte del trabajo que se refiere a este libro. Aprovecho esta segunda oportunidad para desempolvar un trabajo que no quiero termine en el olvido y continuar colaborando con la preservación de la memoria histórica.
Dos libros y una presencia constante: la soledad. Pero es Valverde quien la invade, la evoca, la acaricia y se venga de ella con crueldad mediante la habilidosa creación de una irrespirable atmósfera literaria intoxicada de frustración y marginalismo.
“…hay una película que se llama Diez, con Bo Derek, para mí Celia es once y medio, y ella ríe a carcajadas: no, quince, qué desgraciado, con todos los hierros caballeros, qué pena me da tu caso, lo tuyo es mental; y la música irrumpe en la caseta y el ritmo nace de su voz…” y a través de la inmensa sonrisa de Celia el Caribe se desborda en todo su ritmo e inunda Cali y la prosa cadenciosa del colombiano Umberto Valverde inunda todos los sentidos del lector en una estrafalaria pirueta que trasciende el mensaje escrito en Celia Cruz: Reina Rumba.
La historia salta de Cali ayer a Nueva York mañana, a Cuba anteayer, a un México más allá del tiempo; salta rauda y rítmica como la misma rumba de Celia. Valverde manipula el habla popular en un discurso fluido, afluente y confluente con la música, con el habla de Celia, con ese siempre incorruptible folklore caribeño. El humor del barrio -de ese Barrio Obrero que no abandona a Valverde o que Valverde se niega a abandonar-, se eleva sobre sus calles estrechas, sus bares y sus vitrolas y se extiende cubano, colombiano, mexicano, caribeño, latinoamericano, infinito. Hay una obvia pero bien digerida influencia de la obra de Guillermo Cabrera Infante -sobre todo de la Estrella de TTT, a la cual se alude en cierto momento- y de la de Manuel Puig, que no limita en absoluto el alcance de la obra, sino que, al contrario, multiplica su dimensionalidad. En el manejo del lenguaje y la cultura popular, este libro destaca en forma similar a La Guaracha del Macho Camacho, curiosamente otra obra caribeña, del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, dentro de la producción iberoamericana de los últimos diez años.
Biografía, fiesta inacabada, evocación melancólica, la obra es eso y mucho más. Con su propuesta anarquía narrativa y su desdeño por el recuento histórico (a pesar de que nunca falta el dato preciso cuando es necesario), Valverde nos conduce a través de una galería de paisajes, recuerdos y personajes hasta desembocar en una perfecta semblanza de su Majestad La Rumba. No puede escribirse un libro más completo sobre Celia, es imposible captar mejor que Valverde todo el recorrido de esa estridente carcajada cubana que viaja con ella a todos los rincones y que es su única compañía en medio de esa aplastante soledad que Celia ha padecido en silencio durante este último cuarto de siglo. “…Celia Cruz, que añora su linda Cuba donde no se le oye, La Habana con calles de luz y esplendor… Celia va por el mundo con el son adentro, porque el son es lo más sublime para el alma divertir… yo soy libre como el viento…yo soy la voz de mi Cuba”. Es la soledad de Humberto Corredor, ese personaje de carne y hueso que se ubica en el libro como presencia mitológica, rodeado de la historia de Celia y la Sonora Matancera. Es también la soledad de Cabrera Infante, infante difunto. La argentina soledad neoyorquina de Manuel Puig. Es, en fin, la soledad de Valverde, que es, a la vez, su mejor arma literaria.
Revista Iberoamericana, Núms. 128-129. Julio-Diciembre 1984.
Roberto Madrigal (La Habana 1950). Escritor, crítico de cine y psicólogo, no necesariamente en ese orden. Ha publicado sus críticas en las revistas y diarios El Nuevo Herald, Café Fuerte, Linden Lane Magazine, Dialog, Cubaencuentro y Revista Iberoamericana. Ha organizado ciclos y festivales de cine a través de la Cincinnati Film Society, las universidades de Kentucky y Otterbein y ha sido jurado de varios festivales de cine. Tiene también publicados la colección de ensayos Voces del silencio y la novela Zona Congelada. Edita el blog Diletante sin causa y fue el editor de la revista literaria Término (1982-1984).