Levantamiento de masas

ARIEL HIDALGO

Después de la caída del Campo Socialista, dos autores, Juan Linz y Alfred Stepan, estudiaron todos los procesos de la democratización de los regímenes totalitarios y en su libro, Problemas de la Transición Democrática y la Consolidación, expresan su conclusión de que “la vía más probable que desemboca en el colapso” de este tipo de régimen es “un levantamiento de masas”. O sea, no es a través de alzamientos, desembarcos y menos por atentados magnicidas. Ninguno de los países del campo socialista se derrumbó por esos medios, ni siquiera Rumanía como ya veremos.

Esto, por supuesto, tiene su explicación: no solo porque esos regímenes se preparan para derrotar todo ataque violento, sino porque su carácter totalitario les permite un control mucho más férreo que los de las dictaduras tradicionales. En Cuba todos los movimientos que acudieron a esas vías fueron aplastados. El único que se ha mantenido en pie a lo largo de los años a pesar del hostigamiento, encarcelamientos y hasta asesinatos, ha sido el movimiento disidente, el único que nunca hizo uso de la violencia.

La mayoría de los estudios realizados sobre cómo se derrumbaron esos regímenes, solo prestan su atención a los sucesos acaecidos en esos países después del año 1988 cuando el Secretario General del PCUS, Mijail Gorbachov, pronunció su discurso en Naciones Unidas, donde declara el fin de la política intervencionista de Brezhnev, porque fue cuando se produjo el cambio definitivo que puso fin a esos regímenes. Y entonces dicen: “Fue Gorbachov quien los liberó”, como si un dictador vaya a liberar a su pueblo tan solo porque otro gobernante se lo pida. Todo lo contrario. Visitó todos esos países, incluso a Cuba, con esa petición y nadie le hizo caso. Pero no prestan mucha atención a los acontecimientos previos de derrumbes en algunos de esos países, que no pudieron luego sobrevivir por la inter-vención o la amenaza de intervención de las tropas rusas, en particular Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 y Polonia en 1981. No tienen en cuenta que esos supuestos fracasos fueron por ese factor externo, cuando lo importante es que fueron exitosos por sí mismos, una experiencia muy valiosa sobre la forma en que esos países se liberaron, independientemente de lo que pasó después. Esas experiencias pueden ser muy útiles, sobre todo en los casos en que ese factor exógeno no exista. Analizaremos, por tanto, esos procesos de lucha, con sus aciertos y sus errores.

Para 1955 la crisis económica en Hungría había generado un ambiente general de críticas al modelo de control absoluto del Estado. Incluso, todavía en suelo húngaro, permanecían tropas rusas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero la re-volución, o lo que se conoció como “Otoño Húngaro” en 1956, tuvo como principal antecedente político la repercusión del dis-curso de Nikita Jruchov durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética con sus revelaciones de los crímenes de Stalin durante la Gran Purga del 38 y el 39, cuando millón y medio de militantes fueron acusados y 680 mil de ellos, ejecutados. Por otra parte, ya se conocía sobre el distanciamiento de Yugoslavia de la órbita soviética bajo el gobierno de Tito y del éxito de su reforma económica cogestionaria. Y finalmente, se habían producido, recientemente, fuertes protestas en Alemania y Polonia. Todo esto dio lugar a que por toda Hungría surgieran movimientos con demandas para elegir un sistema político propio y poner coto a las actividades de la policía secreta. Muchos escritores y periodistas criticaban abiertamente al sistema. La respuesta gubernamental fue efectuar numerosas detenciones. Alrededor de siete mil disidentes fueron enviados a campos de concentración.

Los estudiantes, entonces, convocaron para el 23 de octubre una marcha por una vía principal de Budapest hasta el edificio del Parlamento, e invitaron a todos los que quisieran participar, y ese día miles de personas marcharon, bajo la vigi-lancia de la policía y de soldados húngaros y rusos. Pero cuando por el camino una delegación de estudiantes intentó entrar a una estación de radio estatal para dar a conocer sus demandas, fueron arrestados por agentes de Seguridad del Estado.

Hasta ese instante todo había transcurrido pacíficamente. Pero la multitud exigió su liberación, y la respuesta de los agentes fue disparar contra los manifestantes. Esto generó una confusión, porque, al parecer, los soldados rusos creyeron que estaban siendo atacados y ripostaron a los disparos. Entonces fue cuando solda-dos húngaros decidieron unirse a los manifestantes e incluso re-partieron armas entre ellos.

Así fue como la marcha pacífica se convirtió en rebelión armada. Sin embargo, aunque el carácter pacífico de la marcha se frustró, es conveniente advertir que, si la marcha no hubiera sido pacífica antes, si hubieran insultado o hubieran lanzado piedras contra los soldados que los vigilaban, éstos no se habrían unido a ellos.

Los trabajadores crearon consejos obreros en fábricas, minas y fincas, repartieron las tierras y se adueñaron de las pro-piedades del Estado. Las noticias, al instante, corrieron por todo el país y los desórdenes se generalizaron durante varios días. El gobierno presidido por András Hegedus, quien un año antes se había convertido en el jefe de Estado más joven de la historia húngara, se derrumbó, y en su lugar fue elegido Imre Nagy, quien tenía fama de reformista cuando había intentado antes impulsar cambios positivos que fueron saboteados por el secretario general del Partido, Mátyás Rácosi. Este había logrado, finalmente, suplantarlo por Hegedus.

Ahora Nagy, de vuelta al poder, creó una República de Consejos, un nuevo Estado sobre las bases de los consejos de obreros y campesinos, armó una milicia para combatir a la Seguridad del Estado y a los soldados rusos y llevó a cabo varias ejecuciones, por lo que András Hegedus, alarmado, se comunica con el Kremlin el 28 de octubre y solicita una intervención militar. “Políticamente pienso que mis actividades fueron muy nega-tivas”, confesaría años después Hegedus, ya convertido en un crítico del régimen comunista, y añadía: “Pensándolo bien, ya sé que aceptar el cargo de primer ministro fue una mala decisión”.

El 4 de noviembre se produjo la invasión rusa y los húngaros resistieron. Después de seis días de cruentos combates desiguales donde cayeron 2,500 húngaros y 722 rusos, Hungría quedó bajo el control ruso. Se estima que más de doscientos mil húngaros huyeron al extranjero en calidad de refugiados,13,000 fueron encarcelados y 350 fueron pasados por las armas. Imre Nagy fue arrestado y llevado a la Unión Soviética donde fue ejecutado.

¿Qué habría pasado si la invasión rusa no se hubiera producido? Probablemente habría nacido el modelo más demo-crático de toda la historia, y ese ejemplo no podía permitirlo el Kremlin. Pero las repúblicas levantadas sobre los puntales de los patíbulos y no sobre una conciencia colectiva, casi nunca fecun-dan democracias perdurables. Si tras la toma del poder se hubie-ran buscado formas pacíficas de entendimiento con los que se les oponían violentamente y no se hubieran llevado a cabo las eje-cuciones, es probable que Hegedus no hubiese solicitado la in-tervención, y, por el contrario, ambos líderes hubieran dialogado para buscar un intento pacífico y tratar de evitarla juntos.

¿Fue aquella rebelión inútil por el hecho de que tanques rusos entraran luego a Hungría con el resultado de miles de muertes e incluso con ese gigantesco éxodo masivo? Nunca pudieron lograr que Hungría regresara al régimen comunista cen-tralizado anterior al 56. János Kádar, el dirigente comunista impuesto por aquella intervención tuvo que llevar a cabo una política de equilibrio que permitiera las pequeñas empresas privadas y una apertura de mercado en estrecha relación con Occidente.

Sin embargo, se impuso el silencio colectivo y la amnesia oficial sobre todo lo sucedido, por la fuerza de las bayonetas. Se dictó la ley de pena de muerte contra todo el que organizara una manifestación callejera, y se abortó por la fuerza todo intento de reforma política.

Pero a mediados de los 80 comenzó una crisis económica que fue agravándose. El comercio exterior fue dominado gradual-mente por la Unión Soviética, y el poder adquisitivo de la población había ido bajando cada vez más. En 1987 surgieron los primeros grupos disidentes, el más importante de ellos, el Foro Cívico. En marzo de 1988 el periódico El País, de España, describía así la situación económica de Hungría: “El país está próximo a la bancarrota, la inflación crece, el paro aumenta y se han introducido o se van a implantar estrictas medidas de austeridad, aumentando la, en cierta medida, desigualdad exis-tente”[1].

El descontento general hace que se multipliquen, en la ilegalidad, las agrupaciones opositoras, hasta que, en marzo de ese año, se coordinan para convocar una manifestación en las calles. Pero en la madrugada del día convocado, ocho líderes disidentes son detenidos. Y a pesar de eso, la manifestación es-talla y diez mil personas se lanzan a las calles, por lo que el régimen se ve obligado a liberar a los líderes detenidos.

Los graves acontecimientos y la crisis económica extrema obligan al gobernante Partido Socialista Obrero Húngaro, a ce-lebrar el 22 de mayo una Conferencia Extraordinaria, y János Kádar renuncia como Secretario General para darle paso al ala reformista presidida por Károly Grósz, el cual, de inmediato, comienza a realizar reformas económicas y cambios políticos sin atentar contra las bases fundamentales de la ideología marxista-leninista. Pero en noviembre, por un escándalo desatado sobre sus vínculos con el dictador rumano Nicolae Ceaușescu, se ve obli-gado a ceder la primera magistratura al reformista socialde-mócrata, Miklos Németh, aunque Grósz mantuvo la Secretaría del Partido.

Németh comenzó a tomar medidas de liberalización eco-nómica y cambios que reducían el monopolio político del Partido. Pero aún permanecían cien mil soldados rusos en el país. En marzo de 1989, como probando el pulso, anunció a Gorvachov que desmantelaría las medidas de seguridad en la frontera con Austria. Este contestó que eso era un asunto de Hungría, no de la Unión Soviética, por lo cual Németh fija el mes de agosto para realizar lo que se conoció como Picnic Paneuropeo.

Ya en la primavera de ese año, partidos y movimientos sociales nacidos de la disidencia manifestaron críticas al Gobier-no por el desempleo creado con la liquidación de empresas estatales deficitarias, por lo que en junio se convocó a una “Mesa Nacional” donde participaron tanto los comunistas como líderes disidentes para debatir el futuro del país. En el mismo mes, Németh rindió tributo a Imre Nagy en un funeral propio de Jefe de Estado. En la ceremonia, el entonces opositor Viktor Orban, del grupo disidente Alianza de Jóvenes Demócratas, pidió la salida de las tropas soviéticas y elecciones libres.

El 19 de agosto Németh propició por fin el Picnic Pan-europeo como celebración de buena vecindad en las afueras de la ciudad de Sopron, próximo a las alambradas fronterizas, que atra-jo a numerosas familias alemanas que habían acudido a ese país con la esperanza de cruzar a Austria. Las alambradas fueron des-manteladas y cruzaron 60 mil personas, la mayoría, alemanas, y esto fue determinante en el derrumbe del muro de Berlín. “Fue en Hungría donde botaron la primera piedra del muro de Berlín”, diría un año después el canciller alemán Helmut Cohl.

El 7 de octubre se celebró el último congreso del Partido donde acordaron disolverse. De sus cenizas nació el Partido So-cialista Húngaro. El 23, en el aniversario de la Revolución del 56, la República Popular de Hungría dejó de llamarse así para nombrarse, simplemente, República de Hungría. En marzo de 1990, las primeras elecciones democráticas llevaron a József Antall, líder del Foro Democrático, a la primera magistratura. Y en junio, las tropas soviéticas abandonaron Hungría.

Todo este proceso de dos años, desde la manifestación de marzo del 88 hasta marzo del 90 en que un líder disidente se convierte en presidente, se produjo pacíficamente y sin represión gubernamental alguna, todo lo contrario de los disturbios internos de 1956.

 [1] El País, “La resurrección Húngara”, sábado 26 de marzo de 1988.

Texto perteneciente al Libro de la liberación.


Ariel Hidalgo. (La Habana, Cuba). Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana. Su primer libro, Orígenes del Movimiento Obrero y del Pensamiento Socialista en Cuba, fue incluido en la bibliografía suplementaria de todas las carreras de Letra. Premiado en el concurso de Ensayo convocado por la Universidad de Panamá sobre José Martí y el Istmo de Panamá. Siendo Profesor preuniversitario de Filosofía para estudiantes de Bachillerato, fue condenado a ocho años de cárcel en 1981 por un manuscrito publicado posteriormente con el título de Cuba, el Estado Marxista y la Nueva Clase. Tras siete años de prisión, liberado por una campaña internacional, viajó a los Estados Unidos. Ha publicado, además, las obras Disidencia, El más grandioso de todos los secretos, Jesús de Capernaún, Apocalipsis, la Gran Revolución Civilizatoria y El Libro Prohibido.

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