Boleros prohibidos
ARMANDO LÓPEZ SALAMÓ
Los perfumes de Guerlain decían: París, New York, La Habana. ¡Y no era por gusto! En los años 50 la bohemia habanera comenzaba en la playa de Santa Fe, al oeste, en clubes sobre de mar, y recorría 40 km de música en vivo hasta las playas del este. Y el rey de La Habana era el bolero. Pero 10 años después, la mayoría de los boleristas, los intérpretes, autores y orquestadores, las disqueras y agencias publicitarias ya estaban en el destierro.
A mediados de los años 50, cuando Ciudad de México duerme, en La Habana, en el cabaré Night and Day, el Benny Moré y Orlando Contreras se enfrentaban a bolerazo limpio. En diez mil vitrolas de la capital, Olga Guillot sentencia “Miénteme más/ que me hace tu maldad feliz” y a la Autopista del Mediodía van a desayunar los trasnochados con los bolerones morunos de Orlando Vallejo: “Que murmuren/ qué me importa que murmuren”. Pero 10 años después, la mayoría de los boleristas, los intérpretes, autores y orquestadores, las disqueras y agencias publicitarias ya estaban en el destierro. ¿De dónde viene les a los cubanos la pasión por el bolero, esta confesión de amor, o desamor, a veces desbordada, pero siempre de certero disparo al corazón?
¿De dónde sale el bolero bailable qué conocemos? … La Ley Seca fue la culpable. Prohibió las bebidas alcohólicas en el país de enfrente, de manera que los norteamericanos venían a emborracharse a los quioscos de la Playa de Marianao, donde pedían al sonero que les interpretara algo romántico para apretujarse más a su mulatona. ¡Y los músicos sabían ganarse la propina!
La voz aguardentosa del sonero los complacía cantando cualquier canción romántica, con la cadencia del son y el piquetear del bongó. Así nació el bolero bailable, que lleva los sentimientos del corazón a los pies, para hacernos gozar. En su sonar por el mundo, el bolero se adaptaría a los nuevos ritmos. Habría boleros mambo, boleros chachachá, boleros poéticos y boleros cortavenas…Boleros para todos los gustos.
En los barrios ricos de La Habana, El Vedado, Miramar y el Yacht Club, se cantaban los poéticos boleros de Agustín Lara mientras las los populares barrios de Jesús María y Atarés preferían el cortavenas, el bolero agresivo y cantinero. Y el bolero vitrolero es el que hace triunfar a La Sonora Matancera, la banda fundada en los años 20 en la ciudad de Matanzas pero que adquiere su nombre definitivo en 1935 en la capital.
Por la orquesta insignia del bolero pasaron las voces de 46 cantantes de 9 nacionalidades, entre ellos Bienvenido Granda, Miguelito y Vicentico Valdés, Alberto Beltrán, Nelson Pinedo, Celio González, Bobby Capó, Myrta Silva y los argentinos Leo Marini y Carlos Argentino, y quien fue el sello de La Sonora y luego de Cuba, Celia Cruz.
Como en la cárcel, en el bolero se imponía el “perdono, pero no olvido”. Y es que el bolero vitrolero, cortavenas, era cosa de hombres, hasta que surgió “la Muñequita que canta”. En 1956, Blanca Rosa Gil debutó en el cabaret Alí Bar con “Besos de Fuego” y “Quiero morderte los labios hasta hacerlos sangrar”, un bolero vampiro. Un año después, no había vitrola en La Habana, Veracruz o Caracas donde no sonara Blanca Rosa cantando “Sombras”, un pasillo ecuatoriano con aire de tango y tiempo abolerado.
La Habana de los años 50 era una ciudad de esquinas: la de Toyo, donde se vendía el pan más sabroso; la de Tejas, donde peleaban gallos. La de 23 y 12, donde por feo que fueras encontrabas el amor; la de 23 y. L, que la sexualísima del cine italiano, Silvana Pampanini, bautizó “la esquina más caliente del mundo”.
Y en cada esquina de la Habana, por remota que fuera, había dos bodegas y en cada bodega, una vitrola sonando boleros.
La temprana expansión de la televisión y las discográficas en Cuba, el turismo y la influencia de la canción norteamericana acercarían las dos caras del bolero: el que se cantaba en cabarés de lujo, como Tropicana, y el que sonaba en las 10 mil vitrolas derramadas en las calles. Arregladistas de la talla de Bebo Valdés o Mario Romeuaseguraban las grabaciones de los sellos disqueros Panart, Puchito, Seeco, Gema o Kubaney. Una decena de agencias de publicidad comercializaban su música al continente. La Habana creaba boleros pero devoraba también boleros puertorriqueños y mexicanos. Los tangos se cantarían a ritmo de bolero, pues tenían mucho en común. Ambos habían nacido de noche, del amor y los celos, en barrios marginales. En el bolero, como en el tango, lo peor no era el amor perdido sino el olvido. Como el tango, el bolero era un filósofo callejero, y una excusa para que los machos lloraran sin avergonzarse.
La Habana de los 50 estaba abierta al mundo. En el Auditorium se presentaban el pianista Arturo Rubinstein, el director Erich Kleiber y el Ballet de Alicia Alonso. En el Teatro Nacional, la soprano Victoria de los Ángeles alternaba con temporadas de zarzuelas. Rita Montaner estrena la ópera La Medium, de Menotti. En Tropicana, Nat King Cole canta en español “Quizá, quizá”, del cubano Osvaldo Farrés. En el Montmartre, el cabaré de la alta sociedad, actuaban Edith Piaf y Maurice Chevalier. En el Sans Souci, la dama del jazz, Sarah Vaughan, cantaba con la orquesta de Count Basie.
En esos años Olga Guillot pega el bolerón “La Noche de anoche”. Los cubanos lo cantaban así: “La noche de anoche, qué noche la de anoche./ Cuántas cosas de momento sucedieron por delante/, Que me confundieron por detrás./ Estoy aturdida por delante/ Yo estaba tan tranquila por detrás...”
En la república nos burlábamos de todo.
Un mes no alcanzaba para gozar La Habana en los 50. En la Playa de Marianao, en un cabaré de medio pelo, uno podía encontrarse a estrellas como Ava Gardner o Marlon Brando, gozando a Súperman, ese prodigio de verga que llegaba al cielo. A mediados de los 50, los músicos cubanos no tenían que irse a grabar a Nueva York o a México D.F.: Pedro Vargas y Libertad Lamarque grababan en La Habana. Para conquistar América, Lola Flores tuvo que triunfar en el cabaré Sierra, en el barrio de Luyano. Circulaban decenas de revistas faranduleras. Baste decir que en 1956 Bohemia, con su sección “La farándula pasa”, tenía una circulación semanal de 320 mil ejemplares. Y esto se traducía en la cartelera. 1958, Lola Flores en el Hotel Nacional; Josephine Baker en el Teatro América. Enormes máquinas congelaban el escenario del Teatro Blanquita (cuyo dueño exigió que tuviera 6 lunetas más que Radio City) para presentar el ballet Fantasía sobre el hielo. Zona liberada gay
En 1957, Olga Guillot graba con la orquesta Riverside y violines de la Sinfónica “Tú me acostumbraste”, “Delirio” y “Contigo en la distancia”. Y logra alinear las dos caras del bolero. Era tal la fama de La Guillot que no había loca de carroza que no la imitara. Con Frank Domínguez graba “Tú me acostumbraste” y lo convierte en himno gay en todo el mundo.
A través del cine mexicano, el bolero ranchera entró en las vitrolas. Pedro Infante y Javier Solís se escuchaban hasta en la sopa. Pero también entraron el rock y el pop, con el cubano Luisito Bravo, que vendía miles de copias de sus versiones en español de los éxitos de Neil Sedaka.
Y es que los cubiches no tenían por qué hablar inglés…
¡Para qué … si tenían La Habana!
“Hay dulces para todos”, había dicho con picardía el presidente Ramón Grau San Martín. Mientras en New York la homosexualidad era delito, en La Habana la sueca Cristina Jorgensen, primera trans del mundo tratada con cirugía y hormonas, colmaba el Tropicana. En el cabaret Night and Day, travestis emplumadas envolvían a Musmé, travesti estrella y diosa de la televisión. Cuando
Benny Moré llegaba para su show, desde la puerta gritaba “¡Ya llegué, muchachitas!”. El público deliraba.
En La Habana de los 50, había una docena de clubes para parejas del mismo sexo. La Cuevita, Los Troncos, El Intermezzo, El Saint Michel, El Gato Negro y el popularísimo Usero Bar, de la Avenida del Puerto, donde el dramaturgo Tennessee Williams y los astros hollywoodenses Montgomery Clift y Errol Flynn jugaban a los escondidos.
¿Qué milagro convirtió La Habana en maravilla? La televisión. El 24 de octubre de 1950, el dueño de Unión Radio, el animador Gaspar Pumarejo, la inauguró en el patio de su casa.
Para Goar Mestre, dueño del circuito radial CMQ, fue un golpe duro. Había construido Radiocentro, en 23 y L, en el Vedado, con monumentales estudios de radio y TV. Pero Pumarejo se le adelantó. Dos meses después, saldría al aire el Canal 6, de Mestre, CMQ Televisión.
La CMQ de Goar Mestre era una filosofía. No censuraba nada y tenía tres publicitarias que producían programas: Siboney, Crusellas y Sabatés. Pero Pumarejo no se quedaba atrás. Creó Hogar Club, que agrupó a cientos de miles de amas de casa. El canal rifaba autos y casas. ¿Cómo fue que La Habana se convirtió en la capital musical de Iberoamérica? Por esta competencia entre Mestre y Pumarejo. Cinco años más tarde, Cuba exportaba televisión. Y Hasta Nat King Cole vendría a La Habana a grabar con la orquesta de Armando Romeu. Las grandes estrellas de la música internacional colmarían los cabarés gracias a la TV. La programación era una fiesta de música y humor.
En 1953, Mestre inauguró CMBF TV canal 7, la única televisora de Iberoamérica que trasmitía conciertos sinfónicos, ópera y ballet. Y Pumarejo lanzó el canal 12, de TV a color. En 1958, Cuba contaba con 25 transmisores de televisión y tres cadenas nacionales. Había una escuela de publicidad cubana, con comerciales cantados: “Café Pilón, sabroso hasta el último buchito…”.
¿Qué sería de la historia sin la anécdota? El 28 de octubre de 1956, la estrella italiana Katyna Ranieri cantaba en el lujoso Montmartre, cuando un comando del Directorio Revolucionario mató a balazos al Coronel Blanco Rico, Jefe de la Policía Militar. Eso no impidió que en noviembre inauguraran el Hotel Capri (el de la película El Padrino) con Helen Morgan, la preferida de Cole Porter. Y meses después abriría el Havana Riviera, con un fiestón animado por Frank Sinatra, transmitido por la CBS de costa a costa de Estados Unidos.
En 1958, Cuba era la república más joven de América. En apenas 55 años, teníamos 59 diarios, 40 revistas, televisión en colores. Siete millones de vacas para 6 millones de cubanos. Exportábamos telenovelas y nos nacían rascacielos. Los autos Ford, Chevrolet, Packard rodaban en La Habana antes que en Miami; y Cristian Dior inauguraba su colección de primavera en la exclusiva tienda El Encanto. Entretanto, Daniel Santos había grabado el bolerón “Sierra Maestra”, que se pasaba de mano en mano.
El 19 de Marzo de 1958, se inauguró el Habana Hilton: 25 pisos, 6 restaurantes, 6 bares, 2 casinos, el hotel más alto de América Latina, con porteros de casco emplumado que reciben al público cuando el bolerista Fernando Albuerne canta en su salón Caribe. El 31 de diciembre de 1958 Elena Burke cantaba con Meme Solís en el Casino del Hilton cuando Batista escapó en tres DC4. Y una multitud se despachó contra los casinos. Máquinas tragamonedas, mesas de póker, ruleta y bacará arderían en las calles.
Carlos Puebla fue lapidario cuando compuso una guaracha que sonaría las 24 horas en la radio, como el trompetazo del juicio final. La historia de Cuba debía recomenzar con la revolución. Los grandes cabarés fueron destruidos. Tropicana se salvó, gracias a un “rebelde” de especial sensibilidad, que se negó a seguir las bestiales órdenes de Raúl Castro de clausurarlo. Pero el Sans Souci y el Casino Nacional fueron convertidos en almacenes de piezas de tractores.
Las emisoras de radio y televisión, las editoriales, los periódicos y revistas, fueron nacionalizados. Fidel Castro se hizo omnipresente. Cuatro horas hablando en televisión y portada en todos los diarios.
Pero La Habana resistía … La Freddy (Fredesvinda García) estallaba su vozarrón en el Capri, y en La Red, La Lupe lanzaba una canción digna de Frankestein: “A mi qué me importa que me salga una llaguita en la puntica de la lengua,/ yo lo que quiero es que caiga la bomba…” No se sabe exactamente cómo se organizó, pero fue por todos los barrios y al unísono... Una tarde de 1959 retiraron la mayoría de las vitrolas de las bodegas. Los militares las montaron en camiones, en un operativo por orden “de arriba”. Las pocas que quedaron se atragantaron de niqueles hasta enmudecer. Y así dieron la primera puñalada a la música cubana, dado que las vitrolas eran para la industria de la música un vehículo fundamental de retroalimentación.
Cultura fue sinónimo de ideología y la música, un arma de penetración. La compositora Ela O’Farrill acabó en una celda interrogada por la Seguridad. No le perdonaban haber compuesto “Adiós Felicidad, casi no te conocí/ pasaste indiferente sin querer nada de mí”. La inocente canción de amor resultaba un himno al desencanto.
En setiembre de 1960, Celia Cruz declara en México que no regresará a su país. En 1961 Olga Guillot, estrella del show Serenata Mulata del Capri, abandona Cuba. Tras Olga, la mayoría de los boleristas, orquestadores, disqueros y publicitarios se van de Cuba. … Comienza lo que llamo el camino del bolero.
La revolución cubana necesitaba crear su propia lírica. Los poemas de amor de José Angel Buesa serían eliminados, sustituidos por loas a la revolución. “Y esto que las hieles se volvieran miel,/ ¡se llama Fidel!”, repetía en la radio el Indio Naborí, apodo de Jesús Orta Ruiz, poeta y autor de décimas. Aún se recitan en la Plaza de la Revolución, como se recita en Venezuela “Acero y miel”, su poema a Bolívar.
Surgiría la nueva literatura, el nuevo cine, el nuevo humor, la nueva canción, que acusaba al bolero de cursi y decadente.
El bolero, los poemas de amor, la sátira, la caricatura personal, los sainetes del teatro Bufo, el semanario humorístico Zig Zag, y hasta los carnavales por el Paseo del Prado fueron calificados “de mal gusto” y eliminados como un símbolo del pasado. Si te agarraban con un disco de los Beatles ibas preso. Más ahora que hasta ellos cantaban boleros. Intelectuales y artistas hispanoamericanos y europeos, que soñaban con arreglar el mundo, tenían fe en el “milagro cubano”, y el gobierno revolucionario los invitaba. Venían en busca de los tambores negros y la justicia social y los llevaban a ver a la famosa vaca Ubre Blanca que, según el Comandante en Jefe, producía 100 galones de leche al día. En Cuba no tomábamos leche.
No fue casual que Karl Froim, científico checo, mostrara a los siquiatras del G2 (policía secreta cubana), un aparato que, instalado en el pene, registraba la inclinación sexual del hombre. Aquel “cundangómetro” o “mariconómetro”, como lo burlaron los cubanos, comprobó que las locas no tenían remedio. En consecuencia, el gobierno creó las UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción, en verdad invención del Che Guevara, siniestros campos de reeducación.
¿Qué tiene que ver la UMAP con la música? Mucho. Porque la música es lo contrario del miedo. Se persiguió a los cabareteros, a los religiosos, a los homosexuales y a los disidentes. Los ballets televisivos y de Tropicana fueron diezmados. En los cabarés, las rumberas se quedaron bailando solas. En la TV los hombres no podían cantar con pelo largo, ni con cinto ancho o con pantalones campana, ni con guaracheras, ni con camisas de brillo. La lista de homosexuales, disidentes o religiosos, quienes no podían aparecer ante cámara, estaba a la puerta de cada estudio de TV. En ellas aparecía Frank Domínguez, el autor de “Tú me acostumbraste”.
Sin proponérselo, en los 70 el joven músico Pablo Milanés y Silvio Rodríguez crearon la Nueva Trova. Pablo venía del son antiguo y el bolero; Silvio, de los Beatles y Bob Dylan. La unión de ambos alcanzó un alto nivel estético y la nueva canción se sumaría al proceso de laboratorio cultural. En 1983, Silvio Rodríguez declaraba en la revista Bohemia que había tenido el deber de componer buenos textos para borrar las cursilerías del bolero.
Una década antes había dicho Agustín Lara: “Soy ridículamente cursi y me encanta serlo. Cualquiera que es romántico tiene un fino sentido de lo cursi y no desecharlo es una posición de inteligencia”.
En 1985, en Miami, se celebró el centenario del bolero. Cuba respondió. En 1986, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba creó el festival Boleros de Oro. Pero ya era tarde. El daño estaba hecho.
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Armando López Salamó, Santa Clara, Cuba. Fundador de la revista cubana Opina y del Premio Girasol a los artistas más populares en la Isla. Sus artículos y entrevistas han sido publicados en España, Latinoamérica y Estados Unidos. Ha impartido conferencias sobre música cubana en prestigiosas universidades y dirigido musicales en los principales teatros de New York y La Habana. Su reciente novela Los maricones van al cielo, ha sido elogiada por la crítica.