Poemas de “La patria es una naranja”

FÉLIX LUIS VIERA

Poesía del exilio en México. Septiembre de 1995—verano de 2000

73

Isla de Cuba,

cuántas guitarras han sido rotas en tu nombre,

cuántos tiranos te han violado

luego de haberte proclamado doncella

nuevamente,

cuántas muchachas han mordido el polvo de su Sueño

luego de que el azulísimo mar

se ha hecho rojo con la sangre de sus amores,

cuántos niños han perdido sus globos

bajo el trueno prometedor de la Justicia.

 

Cuántas gonorreas, cuántos chancros

han depositado en ti tus salvadores,

cuántos, blandiendo el rojo matiz de la poesía,

han encadenado tus ojos, han lanzado

en aviones de papel la mentira de ti como una fruta plástica.

 

Isla de Cuba, sangre que no termina,

¿dónde te hallas en esta noche, dónde

que tus boleros no me alcanzan, dónde

que aquellas mujeres no me afierran los tímpanos

con sus risas como

pífanos que estallan,

dónde los negros que no llegan acezantes, tautológicos,

serenos como sierpes en fuga, dónde

las negras que no me asaltan

con sus culos como bastiones bíblicos?

Y ¿dónde, dónde aquellas mulatas

que bajo las nieves de los relámpagos consagran la hostia?

 

Dónde,

amor mío,

en esta noche cuando

me dueles en toda la boca,

cuando

inútilmente

te busco en el lejano frío.

 

6

¿Quién habrá de pagar

tus largas noches de solitario en la enorme Ciudad?

De tu desamparo en la inmensa Ciudad, ¿quién será el pagador?

De esos días de invierno permanente

cuando has arrastrado los cascos de todos los caballos,

¿quién será el pagador?

Oh, tú, que en el sur de la Ciudad inacabable

has saboreado el limón de las paredes,

en ese Sur interminable, desolado, glacial donde

eras menos que nada en medio de edificios congelados,

entre mujeres que pasaban gélidas

entre niños con sus montañas de juguetes gélidos

entre puestos de vendedores ambulantes (valga la paradoja)

que asaltaban con sus ojos tus bolsillos perdidos

proponiéndote mercancías tan distantes de tu Sueño.

En el Sur de la ciudad de México

has odiado al perro que te emboscaba al regreso de tus noches,

lo odiabas como se odia el dolor de una uña en el ojo,

mas

una noche, a gritos,

dialogaste con él

y el perro pareció comprenderte,

comprendió su perra humanidad, tu humanidad perruna

y casi te besó como se besa a un perro hermano

y se hicieron amigos.

En el Sur de la ciudad de México

desembarcaste una tarde en la avenida Canal de Miramontes

y viste cuán frágiles eran los hombres que han hecho del metal

sus más logrados proyectiles,

probaste en tus ojos esa tarde mexicana de junio

y supiste por qué los humanos siguen fabricando juguetes.

Más hacia al sur se hallaban los cerros

tenuemente velados

(igual que en esas cursis fantasías de ciertos dibujos

tropicales)

y tu destripado corazón brindó en silencio

y en seco tu boca

por aquellos

que se hallaban mucho más allá de esos cerros, allende

el mar

y que estarían

brindando en silencio y en seco la boca por ti

allá

en el rincón

que tantos años

habías calentado con tus versos y tus odios.

Luego comprobarías que no sólo en el Sur, sino

en cualquier sitio

las sirenas constantemente avisaban de crímenes, incendios,

inundaciones, fugas de asesinos y ladrones,

que no sólo en el Sur

los “niños de la calle” esperaban en vano

aquella sombrilla policroma

que Santa Claus les había prometido 200 años atrás,

que no sólo en el Sur

cientos de mujeres, de pronto, aparecían,

discretamente compacta la figura,

el paso rápido, las tetas

que parecían aventajar a cualquier ismo en dos segundos,

esas tetas

que iban temblando como

si en lugar del frío, algún infiernillo

les fuese naciendo desde adentro,

miles, no sólo en el Sur,

con sus cabezas apenas cuadradas y pequeñas,

negro, liso el cabello,

la piel del tamarindo, el níspero,

ellas mismas pequeñas y como asombradas

de sus ojos oscuros, horadantes.

En la avenida Canal de Miramontes

cae la tarde

y vienen a asumirla

los soldaditos azules de todos los niños de la Tierra

y tú, poeta, has comprobado, creo

que por primera vez, la herida

de ese entorno plástico

que parte en dos a la Esperanza.

En el Sur de la enorme ciudad de México.

En el Sur de la enorme ciudad de México

el esmog a veces decrece vagamente

y así

aun puede reverberar una avenida

o proclamarse el brillo en las medias de una mujer

o canturrear una ventana

o un árbol inclinarse para tocar su sombra,

de modo que el Sol casi es un sol.

 

 24

Tan pobres hemos sido, mujer, hijos míos,

tan pobre nuestra despensa, nuestros escaparates

y la madera de nuestras

puertas.

Pero en lo alto estaba la tribuna

de donde salían lo mismo fieras que

gaviotas que los geranios del porvenir.

Hijo mío, tú sin calcetines,

sin la pistola de agua que te hiciste grande esperando,

tu madre sin más techo que sus cabellos,

sin otra piedra en la mano que la certeza de la esperanza.

Tan pobres hemos sido,

pero quienes nos leían las cartillas

fabricaban búnkeres

con el soldado de chocolate que tú, hijo, no tuviste,

con los calcetines que te trajo un líder

desde sus incandescentes reuniones europeas

adonde iban los líderes a recibir el cartabón, el compás

con que se fabricarían

los esplendores de todos, entre ellos el tuyo, hijo mío,

que pasaste por la niñez sin alcanzar

el juguete que por otros decires tú soñabas.

Tan pobres hemos sido, mujer, hijos míos, madre

que por tu hijo diste la última uña que guardabas,

el pequeñito fuego restante de tus pupilas.

Tan pobres hemos sido,

pero todos tuvimos escuelas al pie de las flores

un médico en cada amanecer

un atleta que ponía tu nombre y el mío y el de todos

y el de la patria, el nombre de la patria,

en lo más alto de las colinas de todas las galaxias,

mas no bastaba:

hemos bebido nuestra propia sangre en forma de conos

hemos bebido

nuestra propia sangre en forma de estrellas partidas

hemos bebido furtivamente la sangre del hermano

hemos negado la patria a aquellos que también la amaban

hemos hecho de la patria un sudario de discursos

una Pena de Muerte eterna

un zoológico donde no hay raros animales.

Perdóname, patria,

perdóname dorada naranja de la patria

perdóname porque yo también asesiné a la patria

en nombre de la patria

yo también firmé el decreto

donde hacía a todos los hombres iguales,

donde cada hombre respiraría el mismo oxígeno,

la misma cantidad, a la hora

misma,

yo también hice el giro de la hipérbole a la izquierda

hasta que el brazo de la patria se hizo trizas.

Perdónenme, mujer, hijos míos, patria:

tan pobres hemos sido,

nunca hemos tenido una pecera

también por mi culpa,

perdónenme hoy esta amargura, esta franqueza.

 

45

Bajo esta llovizna,

en medio de este frío,

entre estas calles anchas y arboladas,

brillantes por el asfalto negro,

¿se habrá de detener tu corazón?

¿Se detendrá tu corazón dentro del Gran valle?

¿Regresarás a la patria convertido en una bolsita de cenizas?

Inerte, ¿harán volar tu corazón hecho cenizas,

cual pájaro hecho cenizas,

por sobre la inmensidad del Golfo,

hasta la tierra donde una vez tú cantabas?

¿Habrá de detenerse tu corazón

dentro de este frío donde siempre

es medianoche?

Junto a esta grisura de los árboles

del atardecer

de la avenida tuya de cada día,

¿habrá de detenerse una agrisada tarde tu corazón?,

tu tan jodido corazón,

tu corazón lleno de bilis,

tu corazón con tantas muescas de derrotas,

¿habrá de detenerse

bajo la densidad de este cielo,

pisoteado por la lluvia ácida,

envuelto

en la densa capa del olvido?

 

49

Lejos de la patria has conocido a una mujer

que tiene una pecera

y que en las noches se arrulla con el viento lunar.

Ella te salvó del frío y de la constante, inmensurable soledad

en la enorme Ciudad donde nadie te amaba.

Tú estabas lejos de la patria

o mejor dicho tú en ti habías extraviado la patria

y los senos de esta mujer te hicieron encontrarla,

los jugos de su interior te dieron las franjas

de la bandera de tu patria que habías extraviado.

 

Ella bajaba cuatro pisos para verte

en los amaneceres donde tú no te hallabas el lugar de la boca

y te amaba creo que como se ama

un espectáculo largo tiempo admirado y pretendido,

su sexo se asemejaba al pastel que quisiste

cuando niño:

era tierno y crujiente y parecía recién sacado

de un horno tibio,

su vientre se parecía a la patria

porque uno no quisiera abandonar su calidez,

una mujer morena cuyos ojos eran

los más temibles retadores de la noche.

Sus senos debieron ser esculpidos por aquel que supo

sembrar el néctar en la piedra.

Tú chupabas sus senos como si fueran

la última baraja marcada.

Ella te sacaba todos tus jugos

y el tintineo de su voz

te hizo asegurar

que algún día los hombres se amarían

de modo que la patria comenzara en un prado

y terminase en las piernas de una mujer

y en las manos de un hombre sobre esas piernas.

Era morena y furtiva en las mañanas y antes de llegar a ti

ya su sexo había probado el rocío.

Tu supiste que sus nalgas habían sido tocadas por Cristo

y por eso jamás morirían.

Era morena como el sol que cae tras las montañas

en la inmensa Ciudad.

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Félix Luis Viera. (El Condado, Santa Clara, Cuba, 19 de agosto de 1945). Poeta, cuentista y novelista, es autor de una copiosa obra en los tres géneros.

En su país natal recibió el Premio David de Poesía, en 1976, por Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia; el Nacional de Novela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1987, por Con tu vestido blanco, que recibiera al año siguiente el Premio de la Crítica, distinción que ya había recibido, en 1983, por su libro de cuentos En el nombre del hijo. En 2019 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”, auspiciado por varias instituciones culturales cubanas en el exilio y el premio Pluma de Oro de Publicaciones Entre Líneas. Su libro de cuentos Las llamas en el cielo retoma la narrativa fantástica en su país; sus novelas Con tu vestido blanco y El corazón del rey abordan la marginalidad; la primera en la época prerrevolucionaria, la segunda en los inicios de la instauración del comunismo en Cuba. Su novela Un ciervo herido —con varias ediciones— tiene como tema central la vida en un campamento de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), campos de trabajo forzado que existieron en Cuba, de 1965 a 1968, adonde fueron enviados religiosos de diversas filiaciones, lumpen, homosexuales y otros. En 2010 publicó el poemario La patria es una naranja, escrito durante su exilio en México —donde vivió durante 20 años, de 1995 a 2015— y que ha sido objeto de varias reediciones y de una crítica favorable. Una antología de su poesía apareció en 2019 con el título Sin ton ni son. Es ciudadano mexicano por naturalización. En la actualidad reside en Miami.  

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