Fragmento de “Cartas a Pedro”
JANISSET RIVERO
Fragmento del Capitulo 1 (son simplemente cartas).
"Al llegar tiró la mochila al piso y se acomodó en el sofá. El aire de la noche joven entraba por el estrecho balcón, y el sabor a salitre impregnaba las paredes. Le gustaba quedarse así, solamente respirando aquel mar que sin ser invitado entraba por cada hendija de su piel. La mente en blanco. Sólo respirar y descansar, había caminado unas treinta cuadras.
Su conciencia fue cediendo paso hacia ese lugar entre el sueño y la vigilia. Se vio frente a la arena, caminaba despacio, sonreía. Una alegría antigua le ocupaba el corazón. Esperaba con los brazos abiertos el pequeño niño que venía jugando con los caracoles y gritándole a las gaviotas.
Venía hacia él, para que lo recibiera con los brazos y el alma abierta. Ese niño, le parecía tan cercano, y no podía adivinarle el rostro en la distancia, pero sabía que lo amaba con todo su ser. El pequeño se iba acercando lentamente entre alaridos y saltos sobre la arena blanca, iluminada.
Llegó al fin a adivinar aquel rostro querido. Un frío le corrió por el cuerpo sin que pudiera al fin entender por qué, y despertó de su ensueño con los rudos toques en la puerta.
Despabilándose se incorporó, para ir a abrir sin preguntar siquiera quién llamaba. Apenas se acercó a la puerta pudo escuchar las voces de ellos. El corazón le brincó en el pecho como una fiera que huye. Y en segundos casi automáticamente, tomó su mochila y la lanzó por el pequeño balcón hacia el apartamento que quedaba justo debajo del suyo.
El toque reiterado lo hizo correr hacia la puerta y abrir.
- Sabemos que tienes las cartas, los documentos-le dijo sin presentarse un sujeto alto, de tez blanca y rostro impenetrable.
- ¿Qué documentos? No sé de qué me hablan- se defendió Alberto.
- Danos lo que tienes- agregó el otro.
- Mire, yo no tengo nada y no sé de qué hablan. Si me pudieran explicar…
- Son unas cartas. La vieja te las dio en el hospital- espetó el primero con certeza.
El rostro de la mujer, y aquel paquete de cartas que le había entregado regresaron a su mente. Su silencio pareció molestar a los imprevistos visitantes.
- ¡Habla! - gritó el primero, acercándose a Alberto desafiante.
Pensó que aquellas cartas no eran su problema, y menos tenía él que responder por algo que desconocía. Pero sintió una repugnancia, una rabia contra aquellos sujetos, una rebeldía contenida. Y decidió no ceder.
- No, aquí hay una equivocación. Créame que yo no me meto en problemas. Trabajo en el Hospital Psiquiátrico Provincial, limpio el piso, eso es todo. En mi trabajo no he visto nada, ni conozco a la vieja esa.
Los dos hombres comenzaron a mirar por encima del hombro de Alberto. Escudriñaban con la mirada el pequeño lugar. Alberto los miró fijamente.
- ¿Alguna otra pregunta? - interrogó con una firmeza que lo sorprendió a él mismo.
- Mira bien. Tenemos informes de que eres quien tiene esas cartas. A ti no te incumbe meterte en este lío.
Te conviene apartarte. Tarde o temprano sabremos si las tienes o no. Este gobierno ha sido muy dadivoso con gente como tú. No seas malagradecido- le dijo el que parecía ser el jefe, alargándole un papelito con un número de teléfono.
Alberto extendió la mano y tomó el papel. Asintió mientras leía el número.
- Llámanos. Las cosas pueden mejorar para ti- agregó el segundo.
Salieron. Alberto cerró la puerta. Un sudor frío le invadió la frente. Y esas cartas qué tienen que son tan importantes para estos perros, se preguntó. En qué me he metido por ayudar a la mujer del hospital. Recordó que había dejado caer su mochila al balcón del piso de abajo y que debía recuperarla. Tal vez era más conveniente tratar de buscar a la mujer y devolverlas lo antes posible, porque no se sentía con fuerzas para enfrentarse a ellos.
Le molestó ese pensamiento. Nunca se había sentido con fuerzas para decirles en su cara todo lo que pensaba, para enfrentarlos de una vez. Pero en este caso, no tenía nada que ver con esto.
¡Ay, Alberto, en qué enredos te metes por hacer favores!, le repetía una voz en su cabeza. Era la misma voz que le aconsejaba no decir cuanto tenía dentro. Era la voz de ese miedo que paraliza, que te cala los huesos como si fuera una descarga eléctrica. Lo había sentido muchas veces. Era la voz que acallaba la otra voz. Aquella leve voz que le decía: resiste. Una voz profunda, desde el fondo del pecho que le repetía esa palabra incomprensible. Algo que se oponía al miedo, algo que se levantaba frente al miedo, un sentimiento, un grito.
Abrió la puerta para bajar las escaleras después de comprobar que ellos habían abandonado el edificio y la cuadra de su casa. Una mano le aguantó el brazo, haciéndolo frenar.
- Entra. No debes salir ahora- le dijo la joven con una voz suave.
Alberto la miró confundido. Y se sorprendió de ver que llevaba en la mano su mochila.
- ¿Quién eres? ¿Qué significa esto? - preguntó con tono molesto.
- ¿Puedo pasar? - le respondió aquella con una dulzura inusitada.
- Escúchame, no sé quien eres, qué haces con mi mochila, por qué me hablas en ese modo…- le quitó la mochila con rapidez.
La joven le hizo seña que callara, y que si entraban le podía explicar.
Obedeció automáticamente, y entraron.
- Me llamo Lena, y disculpa que nos hayamos conocido de esta forma- afirmó al cerrar la puerta.
- ¿Quién eres? No entiendo nada.
- Te puedo explicar…Tiraste la mochila en el momento en el que había llegado a la entrada del edificio.
Pude ver donde cayó. Gracias a Dios que…
La joven bajó la voz, y era casi un susurro acercándose a Alberto.
- Conozco a Sarah. Ella me dijo que te había dado las cartas.
- No sé de qué Sarah me hablas, ni de qué cartas tampoco. ¿De qué se trata todo esto? - respondió
Alberto con desconfianza.
A su mente volvió la petición de la mujer de no entregar aquel encargo a nadie. ¿Y esta quién era?
Bien podría ser un cebo enviado por ellos para que cayera. A los únicos que había visto entrar en la habitación del hospital era a ellos, ¿cómo esta joven sabía de las cartas?
- Escucha, esto es complicado. No debes perderlas, ellos las quieren porque….
- ¿Ellos quieren qué? - preguntó Alberto.
- Mira, Sarah está mal de salud. Quieren aprovecharse de su estado para volverla loca. No le perdonan muchas cosas. Hoy se puso muy mal cuando ellos llegaron. Me mandó a que te siguiera. Yo los vi entrar en el edificio. Me alejé para que no me reconocieran. Y aquí estoy. Si ahora sales con la mochila, o la buscas, te van a detener. Ellos dejaron dos de sus hombres para marcar tus pasos. Debes tener cuidado.
- No sé de qué me hablas, te juro que se me cayó la mochila y que en ella no hay más que papeles personales y cosas sin importancia.
- La que les dijo que habías ayudado a Sarah fue una enfermera. Yo misma la escuché, y Sarah también.
Les dijo que te había visto conversando con Sarah, y que habías sido el único que había entrado a su habitación.
- Escúchame bien, pareces buena persona, pero no te conozco. No sé qué historia has inventado con mi mochila, ni sé qué tienes que ver con los que me acaban de visitar. Aquí tiene que haber un malentendido. No sé de qué está hablando nadie, esto debe ser una pesadilla.
Le mostró la puerta. La joven se acercó a la puerta dándose por vencida. Antes de salir se acercó a Alberto.
- Soy de la resistencia. No abandones a Sarah, ella merece que le ayudes, es una gran mujer.
Alberto no se inmutó hasta que la joven salió del aposento. Cerró la puerta y se aferró a la mochila.
“Resistencia”, ella dijo “resistencia”, musitó. No sabía por qué aquella joven misteriosa había pronunciado casi la misma palabra que la voz de su conciencia. Desconocía si aquello era una señal, una premonición. Desde que aceptó las cartas de la mujer, las cosas comenzaban a complicarse. "
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Janisset Rivero. Nacida en Camagüey, Cuba en el año 1969. Salió de Cuba exiliada a Venezuela. Licenciada en Comunicaciones y Publicidad del Instituto Universitario de Nuevas Profesiones en Caracas, y en Español de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) en Miami. En el año 2003 concluyó una maestría en literatura hispanoamericana de FIU. Miembro fundador del Directorio Democrático Cubano, representó a esta organización internacionalmente en foros como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Ha publicado poemas, ensayos y artículos en periódicos y revistas de Venezuela, Puerto Rico y Estados Unidos. Es autora de los poemarios publicados “Ausente” (España, Aduana Vieja, 2008) y “Testigos de la noche” (Estados Unidos, Ultramar, 2014). En preparación para ser publicados se encuentran el poemario “Diálogos con la luz” y su primera novela “Cartas a Pedro”.