Detenerse otra vez y otros poemas
MANUEL SOSA
Detenerse otra vez
Decir: “ya existía
sin que precisara mi intención”,
es un ajuste de lo singular
en la justicia del todo;
la calma de quien sabe
que cada accidente es reflejo
de otro tipo de ley,
pues no se cruza por un sitio
sin haber caminado antes
por el filo de la misma trampa.
Decir: “ya ocurrió
sin que yo lo atestiguara
con tal énfasis”,
es retraerse al punto
donde cada uno fue el heraldo
que proclamó el mismo mensaje,
voz sobre voces, textura
sobre el tapiz hollado, repetición
desoída y balbuceante.
Pero el decorado flamea, el giro
esquizoide se manifiesta, el registro
del ojo curioso se acomoda
en la sinrazón
que nos aparta del mundo
una y otra vez.
Existía, colmaba la visión
de tanto espectador ensimismado,
pero aquí el universo
usó tu respiración
y tu pulso, y fuiste todos
y nadie.
Segundo Acto
El regalo
de la descripción
viene el día después
cuando mirar o apresar
vienen en la resaca, el limo,
y ya todo está prudentemente
atesorado
en la orilla inalcanzable.
El punto cegador
que buscamos siempre
irradiaba entre los dedos
y alguna vez lo maldijimos
sin saber.
No se va a repetir;
el milagro no se entretiene
ante el oro
falso
del segundo acto.
Ostinato
Llevarlo al vicio, sabrás. Esa palabra
cuidadosamente alejada
de la pizarra y los demás libelos
de instrucción.
Llevar al que ya ni te reconoce,
sacado de la galería
donde posaba el tumulto familiar.
El camino del denuedo,
recobrando fuerzas, alivio de pocas horas
hasta componerse, ser el verdadero denostador
del día anterior.
¿Qué cosa será perder,
cuando hasta el vocablo se escurre
sobre las sillas amontonadas, ahora vencidas,
y la riqueza se tiende junto al matiz
de algo reprimido?
Frasco, frasco, hielo, repugnancia.
Abrir ventanas debe ser algo venturoso
para el infeliz de ocasión, y querer
serlo, ay, es meterse en el túnel
inexistente, disparar contra los árboles
o abrazar cualquier proximidad
cuando repites: vicio, vicio,
y ni siquiera el vicio basta.
El Salto
¿De qué otro golpe
quieres que te hable?
No miraba, no había esa costa
de sal y escozor.
Era una ventana en la alevosía
de la cartulina, y la mente
quiso ser más, el concepto
que deslumbrara.
Mentir para salvarse,
escoger el mismo oficio
de los efectos y las fórmulas.
¿De qué quieres? La mentira
es el espejo, la ventana,
el salto al vacío.
Hilo al fuego
Hilo al fuego, lo ves desaparecer
en el castigo que nadie imaginó,
porque es la palabra rendida
en la pira de los otros.
La llama es el cristal
ennegrecido
cuando las manos ya no
se tocan, y el rostro de antes
es el que ahora
te observa
desde la otra orilla.
Hilo del no ser, las mitades
alejándose por gracia
de la ceniza.
Manuel Sosa, poeta y ensayista, nació en Meneses (Las Villas, Cuba), en 1967. Se graduó de Licenciatura en Lengua Inglesa y ejerció como profesor de Fonética y Estilística en el instituto Pedagógico de Sancti Spíritus hasta 1998, año en que salió definitivamente de Cuba. Vivió sucesivamente en Toronto, Charlotte y desde 1999 en Atlanta, Georgia. Su primer libro, Utopías del Reino (1992), fue Premio David de Poesía y Premio de la Crítica 1994. Ha publicado además los poemarios: Saga del tiempo inasible (1995), Canon (2000), Todo eco fue voz (2007) y Una doctrina de la invisibilidad (2008). De 2007 a 2010 coordinó el blog La Finca de Sosa.