Isel Rivero. “Muestra heterodoxa de poemas: 1959-2020” y “Esa extranjera de lo lineal”
PIO E. SERRANO Y NIVARIA TEJERA
PIO E. SERRANO
ISEL RIVERO. Muestra heterodoxa de poemas: 1959-2020
Polaris (Valencia, 2021) es la más completa antología de la obra poética de Isel Rivero (La Habana, 1941), acoge los textos presentes ya en las dos que la preceden, Relato del horizonte (Endymion, Madrid, 2003) y Words are witnesses/Las palabras son testigos (Verbum, Madrid, 2010), e incorpora como “apoyos esenciales para esta relectura” poemas provenientes de sus tres últimos libros publicados a partir de su regreso definitivo a España en 1996: Las noches del cuervo (2007), De paso (2011) y El jardín hambriento (2016), así como, entre otros, los cuatro poemas inéditos de su Libro abierto (en preparación).
La novedad cierta de esta “muestra heterodoxa de poemas” consiste en la relectura de los textos seleccionados a partir de un proyecto que los organiza y vertebra en diez bloques temáticos, formales o sujetos a esa lógica poética que los informa, no siempre sometidos al orden cronológico, y que su prologuista y editor, Benito del Pliego explicita en su extensa y detallada introducción, como se verá más adelante.
Cierra el volumen una sustanciosa “Entrevista con la autora”, realizada entre Del Pliego y la escritora Yaiza Martínez, un documento indispensable para conocer la trayectoria vital y creadora de la poeta cubana. En cualquier caso, la acertada selección de los textos escritos por la autora, abarcan las más sorprendentes y proteicas odiseas poéticas escritas en y desde las errantes distancias de la Isla, ese archipiélago.
Desde La marcha de los hurones (La Habana, 1960), el profético portazo con que dice adiós al agobiante nuevo fanatismo político que ya percibe; Tundra (Nueva York, 1963), una extensa cantata, poema coral, intensa y dramática, un canto visionario cargado de humanidad afectiva ante la visión del fin de la civilización; y El banquete (escrito en 1967 y publicado en Madrid en 1981), “Hay una mujer en una mesa y los hombres la devoran”, ha resumido la autora sobre este libro, antesala de la posición feminista que impregnará gran parte de su posterior escritura.
El volumen recoge la obra escrita en inglés por Isel, consecuente con la discontinuidad de la trayectoria vital y la vocación transfronteriza que expanden su permanente necesidad expresiva. Así Songs (Viena, 1972), Night Rained Her (Alabama, 1976), Kosmic Alphabet (escrito en 1978, inédito), Palmsonntag/Palm Sunday (Viena, 1981), The Bellini Series. A Divertimento/La Serie Bellini, Divertimento (escrita en los 70 y publicado en la ed. cit. de Verbum) y fragmentos de un libro en preparación, The Red Thermites Den/El castillo de las termitas rojas.
Polaris, el lugar de la estrella polar, escribe su editor, Benito del Pliego, “es reflejo del intenso diálogo mantenido entre este editor y la autora durante más de una década”. El resultado ha sido, más allá de la linealidad del ordenamiento cronológico circunstancial, cuya lectura distrae la necesidad de reconstruir una obra dispersa sujeta “a la lógica del tejido textual que la propia autora ha generado en su escritura”, esa fuerza centrípeta que la mantiene unida. Propone, pues, Del Pliego en su Prólogo la lectura de unos textos “fruto de más de seis décadas de escritura entre dos lenguas, tres continentes y media docena de países”; recorridos por una reflexión autobiográfica enmarcada en la visión expandida del mundo; encarnados en “uno de los rasgos indisociables de esa condición que llamamos exilio: la discontinuidad”, disidencia y encuentro; asociados a un permanente compromiso feminista que somete a crítica la preponderante visión patriarcal de la historia y la cultura; signados por una “nacionalidad dilatada” acompañada de “la densa red internacional de diálogos con autores y autoras radicados en Estados Unidos, Viena y España” y resultado de “su dedicación a proyectos de verdadero alcance global” iniciados en Naciones Unidas, donde libra la que sería su primera lucha por los derechos de la mujer, y que, posteriormente, desde Europa, se expande a la labor en defensa de los derechos humanos en países en vías de desarrollo, en misiones de paz y en tareas de asesoría política. Una propuesta de lectura, en fin, integradora de los desplazamientos, la discontinuidad y la compleja fragmentación de su obra. He aquí la singularidad excepcional de la obra de Isel Rivero en el concierto de la poesía cubana.
Antes, mucho antes, una jovencísima Isel Rivero recibió el primer reconocimiento a su capacidad expresiva en un entusiasta artículo sobre su Fantasías de la noche (1959), un breve texto de prosa poética, homenaje a Aloysius Bertrand, que atrajo la atención de la escritora Enma Pérez en un entusiasta artículo que culminaba con estas proféticas palabras: “¡Precisemos que esta privilegiada criatura alcanzará el año 2000 en plena madurez de sus facultades creadoras!”. Y, precisamente, en 2003, recibía el reconocimiento de esa ‘plena madurez’ en palabras de Nivaria Tejera, la escritora más creativa de su generación y la más comprometida observadora de la condición intelectual del exilio.
NIVARIA TEJERA
Esa extranjera de lo lineal*
Decir algo sustancial de un poeta y su poesía resulta apenas concebible, ya que la poesía es mirada más que explicación, y no se sabe qué recursos inventar para avecinar esa interioridad desvelada y desveladora. Si además es un amigo, la dificultad se agudiza, porque los resortes de la intimidad amistosa —así como las distancias, los mutismos que emana de ella— levantan una porosa muralla que separa y aproxima, por igual. Pero disponerse a rescatar esos algos que el poeta nos descubre en su vagabundear, puede ser la andadura que elimine el bloqueo. De tal modo una presencia poética se alza y ataja. Un choque se produce. Un vaivén de percepciones la acogen, aunque también la desmenuzan o pulverizan para darle refugio. Y la presencia sigue ahí en su inquietante fijeza.
“Nommer, no rien n’est nommable”, decía Samuel Becket. Sobre todo, en esta época en que los artificios nos paralizan y marginan, el poeta asume su tiempo con incertidumbre, siendo el umbral de corrientes caudalosas donde su contemplación flota a la deriva, contemplación de la que no puede prescindir, porque al decir de Ginsberg, “ella se sirve para examinar su agresividad y su ignorancia, ella escruta su conciencia y lo tiende hacia la plenitud por un proceso de mentalidad espontánea que le permite observar la formación del pensamiento…”
Cuando Isel vino a París a conocerme por los años 65, lo primero que me sorprendió fue su nombre: él parecía evocar alas. Y con alas la confundí, sin duda, pues yo me encontraba, realmente, en el fondo de un abismo. Acababa de abandonar mi puesto dentro del régimen castrista y ese gesto era considerado por sus demagogos como la supresión de la identidad (si no de la vida), osadía que queda manifiesta en carta dirigida por el director del Ministerio de Cultura de entonces a alguien que indagaba mi paradero: “Desconocemos la dirección de esta escritora toda vez que por su condición de apátrida no sostenemos vínculos de cualquiera índole con ese tipo de persona.” Un común azar de apátrida pues no unía y sostenía de antemano, más aún al descubrirnos frente a frente con nombres tan específicos: el mío que venía de la nieve y el de ella de una montaña, BERG ISEL en el que (me explico luego) cierto Andreas Hoter detuvo a Napoleón en su paso por Austria impidiéndole entrar en el Tyrol… NIEVE Y MONTANA, ¡vaya! En elementos así afincados nada mejor para filtrarse, auscultar lejanías, reinventar volúmenes y además reposarse mutuamente, ante la perspectiva de desolación que infligía sin piedad el exilio…
Isel, su presencia, su anunciaba como el envoltorio tambaleante del vértice afín de una arista que dada al precipicio. De pronto, el suntuoso ornamento de su risa encubría todo. Ante mi puerta desvencijada, suspendida por hilos finísimos e imperceptibles, envuelta por una capa negra y blanca que volteaba un desconocido viento poético, ella me dio el efecto de una aparición, un espejismo mezcla de Gioconda y San Sebastián, es decir de Da Vinci y Mantegna, como si ese doble contenido se correspondiera oponiéndose.
Maciza y transparente a la vez fue, desde ese lluvioso día del París del encuentro, nuestra amistad de poetas en que la poesía, en su mayor o menor expresión imaginaria, nos mantiene unidas en los iresvenires de una misma cruzada. Aunque Isel salía de la generación subsiguiente a la mía, ambas representábamos la huida, el exilio ambulante de tales periodos literarios que, en definitiva, por encima de su truncado destino, se confundían en “sedentaria caravana de excluidos cobijándonos bajo nuestra propia frente”, como clamaba ella, creo, en la explanada épica de El Banquete.
Lo indefinido que nos compone es un fluido vertiginoso. Así cuando en sus alucinaciones William Blake proclama el año de su nacimiento como “el comienzo de una nueva edad del cielo” promulga la poesía como un arma, como una fatalidad. Así con el temblor que tiende del agua inmóvil hacia la que cae, como sedienta, el poema fija cada nueva palabra en el espacio. Urdidor de silencios, saqueador de gritos, el poema va haciendo en la ruta de las frases “una esquina de todas las palabras”, al decir de Jarry, de modo que la espera y el poema forman una misma tensión al interior del poeta.
“Sordo horizonte
sorda agua
sorda belleza...”
“Y quedamos estáticos siendo el agua en el agua
olvidando el trayecto de esta época
hacia la eterna conciliación
de la sangre y la justicia”
Fatalidad, espera, estados ambivalentes, conspiración entrambos, el poeta se inmoviliza o avanza siempre entre incertidumbres, y sus cambios se producen la mayoría de las veces de manera inversa a la que idealmente había previsto. Desde siempre, su simple proyección sobre cualquier objetivo rompe los puntos correlativos de la línea recta para volverse intrincado, cóncavo, convexo, “lo que mantiene a sangre viva su facultad del asombro siendo su inclinación la del niño que tira al azar cerrando los ojos por el solo placer de escuchar sus detonaciones”, afirmaba Blanchot.
Aventurándome en las definiciones voy bifurcando el desfiladero poético de Isel Rivero, intríngulis épico-heroico de sus explanadas, como un sumun de égloga y elegía retórica de imaginero medieval revelador de nuevos autos sacramentales, alumbrados con esa sangre que la antropofagia de la Historia derrama en la ferocidad de su elucubración.
“Salgo candil en mano
Recito mis canciones en alto
alguien me ha dicho que las serpientes son tímidas
y veo el resto de la Historia
a mis pies
Sobre la tierra mansa
Saturada de Sangre”
Nos aseguran que los viejos cabalistas jugaban con vocablos que no podrían ser dichos o que, de ser dichos, se lograrían, cataclismos cosmológicos…. Isel parece practicar esa táctica del misterio pues se diría que cada verso se halla estampado antes de confeccionar la página, que cada vocablo, adosándose al vecino queda, por su olor a humo negro, ya impreso, el cuerpo inclinado solo para grabar la incisión a punta seca y así mejor excavar en los ojos; extraña habilidad extraída a las vigilas.
¿En qué sustancia se funde y confunde la médula volcánica (esa especie de magma que nombramos poema) siendo toda creación origen, germinación, eclosión y no continuidad? ¿cómo ella desvía y aísla cuanto la ha lactado y aturdido en esos vocablos bien pensados, engastados en una elucidación de sí mismo a través de la elucidación de TODO? Bloque indivisible que al parecer alentó su ser poeta con un lenguaje extraviado de los monótonos conocimientos, llevando al lector desde una escritura perfilada de fluidos impensados, sutiles y duros hasta la soledad del mundo: es decir, la noche que envuelve al poeta. Como dijera el poeta surrealista Jean Jacques Dupray “ce monde que s’allonge s’écoule goutte a goutte devant moi et derriere moi en une rue de sable mouvante.” Mundo apocalíptico que describiera en otro siglo en su “sueño de juicio final” el señor de Juan Abad, nuestro irreemplazable Quevedo.
Isel Rivero, yo diría, transcribe sus vivencias como un ejercicio devoto, novenario, en donde mística y sustancia real se conjugan: desde esa carga inmaterial del objeto que la atrapa, desde ese invisible que advierte escrutador cuanto vislumbra.
Del caudal epistemológico, metafísico, fulgurante de originalidad que nos dejó, cual febril mensaje de su temprana muerte Lezama Lima, puede uno extraer frases claves en cuanto al inmenso esfuerzo indagador del poeta que “ha de manejar fuerzas que lo arrebatan y que parecen que van a destruirlo, exige él, vidente, extasiado… Pues que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia, que destruya el lenguaje y cree el lenguaje; que durante el día no tenga pasado y por la noche sea milenario.”
Desde ese furor, en un sobrehumano ejercicio de voluntad, sin complacencias sospechosas, en una pronunciación trágico-cómica de lo humano, prorrumpe a veces la poesía de Isel Rivero, sórdida y mítica, como raros avatares, vociferando vacíos, recónditos y conciliadores a la vez, conduciéndonos con su linterna de Diógenes por la inmensidad del infierno dantesco en que se ha convertido la tierra entera para desviarnos de sus miasmas y, como a paso de comedia, sacudirnos de la muerte.
De los espejos surgían
surgían las bestias mágicas
rompiendo las huevas salmódicas...
Como todo es tan sencillo en nuestro universo
ante esta nueva incursión profética
todo volvió a su pretendida calma de festín indolente
para dejarlo inscrito en la leyenda…
Pobre niña torturada por la amnesia desarticulada entre tus propias mandíbulas
viajero
parece que ignoras que también eres parte de la guerra
Y así le hablaba mientras los musgos reptaban por las piedras del castillo y los músicos afinaban sus instrumentos
y el otoño se sucedía al verano
y los vientos levantaban el polvo de las salinas...
Me voy con la muerte hermano
con el sol por escudo
y una piedra en el pecho…
Se adivina la dificultad, el trabajo de concentración. El esfuerzo titánico de su galería para atrapar esas palabras tan por delante, tan lejanas, que perderlas hubiera casi ocurrido. Es agudo, muy tierno y duro, el humor mecido con sus manos, y estrangulado después para encaminarnos casi a hurtadillas entre las ideas y los sueños.
Esta antología (o travesía de una vida) podría llevar como epígrafe el lamento de Jeremías que encabeza el párrafo 3 del poema La marcha de los hurones: “Pondrá su boca en el polvo por si quizás hay esperanza.”
Una reflexiva lectura nos sumergirá en el pozo artesiano de su escritura singular, a la caza de no se sabe qué de exaltante que rezuma la fragmentación onírica. Su caos aparente no es sino el secreto zumbido del silencio reclamando voz.
Por sus hondones transita vampira y asombrada, en fluctuante cascada “desde el otro lado de la fuente” (nos lo descubrió Marcel Proust) la poesía, esa extranjera de lo lineal…
* Texto leído en la Casa de América el 1º de diciembre de 2003 con ocasión de la presentación de Relato del horizonte, reunión de la obra poética en español de Isel Rivero.
Pío E. Serrano (Cuba, 1941). Reside en España desde 1974. Editor, ensayista, traductor y poeta. Enseñó Filosofía en la Universidad de La Habana. En Cuba, perteneció al Grupo El Puente. Fundó en 1990 la editorial Verbum y la dirigió junto a su esposa, Aurora Calviño, hasta su jubilación en 2014. Desde su retiro, continúa dirigiendo para Verbum la Serie Literatura Coreana y la Biblioteca Cubana. En 1996 fundó y codirigió con Jesús Díaz la revista Encuentro de la cultura cubana.
Nivaria Tejera (Cienfuegos, Cuba, el 30 de septiembre de 1929 -París, 6 de enero de 2016). Poeta, narradora y ensayista. Su infancia transcurrió en Tenerife, de donde era oriundo su padre, Saturnino Tejera, encarcelado durante la Guerra Civil española por las fuerzas de Francisco Franco. En 1944, Nivaria y su familia logran escapar a Cuba, y diez años más tarde, huyendo del gobierno de Fulgencio Batista, Tejera decide marchar a Francia. En 1959, ya en París, la autora retornó a La Habana para colaborar con el nuevo régimen cubano. Fue nombrada agregada cultural en París y Roma. Seis años más tarde, en 1965, Nivaria Tejera rompió su compromiso con el gobierno de Cuba y se asentó en París, donde permaneció el resto de su vida. París ocupó un lugar fundamental en la trayectoria vital y literaria de la escritora. En la capital francesa residió de forma permanente desde 1965 hasta su muerte en 2016. Aunque nació en Cuba, fue la isla natal de su padre, Tenerife, el espacio geográfico que sirvió de catalizador en su escritura. Tejera es la autora de El barranco, la primera obra sobre la Guerra Civil española en Canarias, una extraordinaria novela autobiográfica traducida a cinco idiomas. Nivaria Tejera fue la primera mujer en recibir el premio Biblioteca Breve Seix Barral por su obra Sonámbulo del sol, en 1971. Tejera centra sus historias en la encrucijada de tres espacios vitales: Tenerife, La Habana y París. Su obra comprende los poemarios Luces y piedras, 1949; Luz de lágrima, 1951; La gruta, 1952; Innumerables voces, 1964; La barrera fluídica o París escarabajo, 1976; Rueda del exiliado, 1983; Martelar, 1983. Así como las novelas El barranco, 1959; Sonámbulo del sol, 1971; Huir de la espiral, 1987; Espero la noche para soñarte, Revolución, 1997; Trouver un autre nom à l'amour, 2015.