Fuego y otros poemas perdidos

VIRGILIO PIÑERA

Fuego

A José Lezama Lima

Por cielo y tierra siembras a los que, benigno, haces a ti vuelvan después con fuego que vuelve.

Boecio, Metro Tx

Sea esa risa de sarmientos locos

el danzarín reflejo de su muerte.

La piedra del hogar mana descanso

cuando helada y sopor pueblan el tiempo

del tacto inerte de su lengua escasa.

Mas esa risa de sarmientos locos

dejadla que retuerza la sentencia.

Así comienza el ser, el salto, el cielo:

sensación de centellas disparadas

por asta astuta de invariable tino

a la virgen de agujas y de pinos.

Debajo el mar sus algas ejercita

en un tumulto de tridentes, trinos.

¡Ah del pirforos si las ondas pisa!

Este riesgo que rasga retozando

un trémulo principio de inventarse

moldes distintos que su aliento dicta.

Sólo secreto muestras de la angustia

si sombras surgen de tu caos fiero

ejecutando un mundo de pisadas

confundido en sus huellas de neblina.

Ese dios del compás sobre la frente

ejercita dibujos por el aire

con la imposible cuerda que te mida.

Geométricos ángeles circundan

rumbos de testa y pie sin norte fijo

a la brújula bruja, rosa ausente.

¡De esparto fatuos ángeles calan!

¡Solo quedabas tú, mastín de filos

devorando tus puntas retorcidas

en tentación de elásticas serpientes;

solo quedabas tú, lengua de galgo

sembrando dioses en el aire antiguo;

solo quedabas tú; brillo de escamas;

salamandra, sarmiento, zarza viva!

Ahora el soberbio ojo asiste grave

a un exacto peligro que vigila

el imperioso tránsito de ortigas.

Solo quedabas tú y esta severa

duración en mitad que te conquista.

Que te adormece las potencias suaves

en un raudo volar de alta ceniza.

(1940)

¿No es por esas ventanas...?

¿No es por esas ventanas que entra el aire y la

música y las algas

del suelo próximo a fundirse en los ojos del caballo?

¿No es por esas ventanas que puede uno asomarse

sin que la verdadera vida ahuyente un poco la

desdicha

de entre las grandes plantas de estas salas vacías:

para que el impalpable oro de los días se deposite?

Las negras tendidas esperando el raro olor de las

bestias

por las ventanas sin arcos, a través de los riñones

azulados;

esperando una imperiosa luz que venga a definir

su contorno y su lentitud de mariposas entrelazadas,

esperando el vértigo de los días.

Aquí en la mano sin un espejo.

Páramos,

y tú tejes con los juncos el borde de las aguas,

las cabezas sembradas de senos acribillados de

lanzas.

Incansable diosa de las parejas con una púrpura en

las costillas,

diosa perpetua con el ojo colmado de avispas.

Debajo de las aguas atraviesas la tierra

regando el oro impalpable de los días.

Hundida tú, la diosa, entre aquellas actinias

y los poliedros amargos del último relato,

precipitas el derrumbe del castillo de naipes.

Es como si la existencia cristalizara sus modas

bajo el légamo del incontenible río de la disolución.

Las negras en la pesada atmósfera con sus muslos

abiertos,

negros paisajes de una suave luz cenital-

músicas olvidadas, dodecaedros, polígonos:

todo eso que hace no pensar sino ver

para que el hombre teja la molicie del mundo.

En esos balcones, en esas suaves terrazas donde las

ortigas

bajan hasta pinchar la punta de la nariz del toro,

me acostumbro sin una vacilación, sin un suspiro,

en tanto los grandes falos discurren en su crujir,

de aquí para allá, cabalgando en los enormes globos

de la carne;

y el tejido geométrico del deseo,

divinamente, bajo las aguas, dispara sus flechas

sin una mitología, sin un tribunal.

(1945)

Dos o tres elegancias

Con dos o tres elegancias,

de la moda, encantadoras elegancias,

-un drapeado por aquí, un pliegue por allá-

se harán las piruetas necesarias

para escapar a las trampas mortales.

El aire que circula es divino,

la tarde cae blandamente como el plumón de un cisne,

un helado, huérfano de la boca ávida,

se derrite con su caramelo en la copa.

¡Cuídate! Esquiva con el drapeado y el pliegue

esa mesa en que el helado se derrite,

también sobre ella está el final de tu vida,

mas con dos o tres elegancias puedes escapar.

¡Escapa! Desoye esos violines quejumbrosos,

ellos te arrastrarían a los antros,

haz de modo que las elegancias los aniquilen,

los disequen abandonándolos a la entrada de un museo.

Con dos o tres elegancias,

óyelo bien, con dos o tres...

esquivarás a los que visten túnicas de plomo,

a los que todo lo ven, menos las elegancias,

a los que se confunden con la noche,

a los que desoyen los dictados de la moda,

de la moda, por supuesto, peligrosa,

ésa que se compone de dos o tres elegancias

para escapar a las trampas mortales.

(1972)

Yo me muero de luz

Yo me muero de luz

No culpéis a los ojos de este tránsito

suspendido entre cielo y tierra oscuros.

Me muero de la luz:

Ayer el brazo iba

sobre el temblor del pecho

implorando la sombra estremecido.

Desesperadas manos

arrancaron del fango

cuatro estrellas mudas de toda luz,

densos escudos fijos a mi carne

penetrada de lumbre que me apaga.

Atribulados pies

me conducían a la noche austera

de mil raíces que se pierden mudas

entre el negro principio de sus manos.

Y un polvo oscuro de pasados hombres

retornó de sus huesos a mi frente.

Y a mi estática carne condenada

por esta luz sangrienta que me pierde.

(Década 1940)

Poema de sobremesa

Entre la esterilidad y el miedo

como dos fórceps metiéndome en la vida

me siento a la mesa...

Un ritual donde el vómito es la culminación

coloreado con la frase que se pierde en otra frase

apuntalando ¿qué cosa, tú?

Ella con su problema y todo eso

Con su látex y sus pulseras,

se sienta y me dice:

Aquí estoy...

Desde otra mesa alguien dice:

Aquí estoy...

Y desde otra más alejada:

Aquí estoy...

Y desde el fondo,

en una para niños:

Aquí estoy...

Es la salsa cotidiana,

servida con tal aburrimiento

que se apagan las luces del salón.

Contra todo lo esperado,

nadie grita,

porque...

¿para qué?

Entonces brilla con luz propia

—semejante a un astro-pavo relleno de palabras—

Aquí estoy... aquí estoy...

María, Luisa, Jaime, Rebeca, Jorge...

Frituras de seso, sopa de fideos y gateaux a la creme...

Eres un falso, qué vida esta,

mañana será otro día.

A Rebeca le nació un niño deforme

—¡qué ricas están las frituras!—

Tengo que ir al velorio del primo de mi nuera.

—No eches tanta sal a la ensalada.

¿Quién dijo miedo? Dice el miedo

con los ojos desorbitados y una

albóndiga atravesada en la garganta.

¿Quién dijo miedo? ¿Quién en esta hora de tinieblas,

se olvida de alisar la raya del pantalón

y con sonrisa encantadora de un golpe seco

con la yema del dedo gordo se quita un grano de arroz

caído en la solapa del saco?

¡Qué manera de comer! Estoy reventando...

Y tú crees que el miedo...sí...el que viste y calza

nuestros actos,

El mismo que se sienta en la mesa con nosotros y

también dice: Aquí estoy...

salga, junto con las albóndigas, el arroz, las frituras

(¡pero qué ricas estaban!),

expulsado por todos y cada uno de los anos!

Yo...a la verdad...no sé...

Pon un disco, luz indirecta, empieza a acariciarme,

Dime que soy tu niño, arrópame, cuéntame el cuento

de los pies que hablaban y de la cabeza que caminaba...

recuérdame aquel sol que vimos juntos,

otra vez con el dedo señálame aquel barco,

de nuevo llévame a hacer pipí detrás de la caseta,

dime otra vez: “Esta noche iremos a ver

al Ratón Mikito...”

Así...así...derivando,

suave, suave...

¿A qué distancia estamos de ahora,

cuánto nos falta para llegar a antes?

Deslízame, ten cuidado,

que voy a pisar la fritura que el señor

de la gardenia en la solapa

ha dejado caer torpemente,

suave, mi amor,

suave, mi nena,

ya no sigas contándome...

ahora no hace falta,

ahora...ahora...

ahora... ¡Pronto!

¡Sácame el rabito

que me hago pipí!


Virgilio Piñera nació en Cárdenas, Cuba, en 1912 y falleció en La Habana en 1979, marginado por el régimen castrista. Vivió doce años en Argentina, donde publicó su primera novela La carne de René (1952), que Tusquets Editores rescata para su catálogo el próximo mes de noviembre. Además de poeta, es también célebre por sus obras de teatro, Electra Garrigó, En esa helada zona, Falsa alarma o Dos viejos pánicos, y reconocido como excelente narrador, con títulos como sus Cuentos fríos (1956) y las novelas Pequeñas maniobras (1963) y Presiones y diamantes (1967). En España ha aparecido recientemente un tomo con sus Cuentos completos.

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