Al regreso del olvido y otros poemas

JOAQUÍN CABEZAS DE LEÓN

Al regreso del olvido

El tiempo me disfraza de quijote

a pesar de mi vieja obsesión de querer ser feliz.

La mañana secuestra el ímpetu

de aquella dimensión de los recuerdos

a pesar de las palabras y la oligarquía de los sueños

y tu cuerpo enfrascado

en coleccionar jeroglíficos en los muros

y la compañía del desastre

cuando mis manos se apropian de la nada

en esta geografía

que los profesores y los centinelas

me vendieron como un país.

Al regreso desde el olvido

los viernes cantábamos una estrofa

con los zapatos rotos y una porción del alma,

el alma violentada y en perene naufragio.

Los profanadores de historia y los indulgentes

perdieron el horizonte que masticaban

y las noticias son alarmantes.

Calle Unión

Por la calle los desamparados

juegan con los verdugos y la muerte,

desterrados de la casa colonial y los vasos de whisky

en las paredes de unas ruinas donde los buitres dejaron su huella,

las doncellas más atrevidas perdieron la falda y la cordura

y el antepasado del porvenir cambió de rostro y de enemigos.

En un rincón de la calle Unión se cobijan los profetas,

los borrachos y los arrepentidos se confiesan en los bares

esperando el tiempo de los indecisos

cuando la señora de los proverbios y la luna

reacomoda su soledad a la lujuria que deja el corazón en urgencia.

Los sabios de la calle Unión, conocedores de las muchas maneras de no ser feliz,

comentan alguna estrofa memorable de un señor nombrado Vattimo

que repiten como un laberinto.

Por la calle van los desamparados

mitigando dónde cobijar sus pocas verdades

y despejar el cielo del dilema de las mentiras

sin otra bandera que la penumbra y los aguaceros.

El callejón de la esperanza

Un hombre se sienta sobre el cadáver de mi vida,

la esperanza es un anuncio lumínico

instalado en bulevares y ciudades

para que necesitados y soñadores sonrían

con la mercadotecnia del corazón.

Es un ardid de los vendedores del cielo

que necesitan ampliar el negocio rentable de la esperanza.

Un día con pretensiones de Dios,

disfrazan a la esperanza de mujer,

le arreglan el cabello y la visten en los templos de Zara;

otro día

los más habituales la envenenan con discursos,

la adornan con bandera y consigna del tamaño del sol,

la disfrazan de colores rojos o azules

pero sigue un hombre sentado en el cadáver de mi vida.

En lejanos y turbios días convocan la esperanza a la bolsa de valores,

la convierten en cifra

y unos señores vestidos de esperanza,

conocedores profundos de las maniobras financieras,

sin el más mínimo recato

se sientan también sobre el cadáver casi putrefacto de mi vida.

El olvido y la sonrisa de María Zambrano

Tras el cristal

los rectores de lo divino desconocen el funeral de Dios

decretado por el asombroso Nietzsche,

agazapado en el invierno y los innumerables rituales de la nada

donde viven mariposas y la osadía de una mujer de vientos y campanarios.

María, como una antigua monja,

distrae los ojos de ermitaños sombríos que saludan algún gesto de Dios

en la geografía de las ruinas.

El hombre amó el resplandor

con ese ejercicio desatinado de imitar a Dios

en bosques utópicos que desconocen tantos rumores

tantos suburbios del paraíso,

amaneceres que perturban el destino de una mujer

de bálsamos y soledad,

que sonríe en las vidrieras del olvido

como si las máscaras

fueran los rostros perdidos de los días.

Mi patria 

Mi país es una incógnita

donde náufragos en su angustia de náufragos

se aferran a criar escorpiones, 

los cazadores perdieron sus cotos

y solo acarician historias escritas bajo el influjo de la melancolía;

los felices en sus quimeras adolescentes

parecen mendigos consagrados al desamparo;

las novias y los travestis

consuelan turistas fugados de sus puertos.

En mi país hay repúblicas descubiertas

entre una muchacha y los rostros de la eternidad,

los carniceros esconden sus cuchillos

ante los animales que desandan los corrales

y la patria da un traspié en los rostros de los bufones.

Voy a alquilar un país a los mercaderes de los bulevares,

ellos ruedan las húmedas mentiras,

inflan los precios en la inseguridad de los funcionarios

y los decretos desconciertan a los transeúntes con vocación feminista.

 

Esto es también mi patria:

un trofeo o el polvo de algunas mentiras.

Mariel

En aquella temporada la memoria perdió muchos rostros

y alguna máscara acusada de contrabando;

todo fue un estruendo,

un golpe que el corazón recibió cabizbajo.

El cielo enarbolaba un delirio de huestes enemigas,

de murmullo en perdidos titulares

y el día fugaz con una llovizna fría, remota

que olvidaba el corazón y el nombre de nadie.

Los guardianes devoraban bailarinas

y el país creció para matar su soledad de país,

la patria se facturó en dos almas

entre el abismo y el horizonte,

dos almas que dividieron el mar como tristísimos dioses.


Joaquín Cabezas de León. Poeta y economista cubano. Estudio en la Universidad Marta Abreu de Las Villas. Dirigió la Biblioteca Independiente Enrique José Varona, en el municipio de Camajuaní, donde actualmente reside.

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