Tonadas y versos de Mike Porcel (introducción)

CARLOS ESPINOSA DOMÍNGUEZ

Mike Porcel en la Tertulia La Otra Esquina de las Palabras. Miami

Hace ya varios años, el escritor peruano Antonio Cisneros preparó una Antología de la poesía inglesa contemporánea (Barral Editores, Barcelona, 1975). Tras la introducción, en ese libro aparece una breve nota del compilador titulada "Debe haber", en la que lee: "En un principio estuve más que decidido, entusiasta, a incluir los textos de algunas canciones de Lennon y McCartney. Traduje y retraduje y corregí. Al momento de la poda final comprendí que sin música esa letra no existe o, si existe, lamentaba la ausencia del sonido que no podía apreciarla entre cuatro refiles de papel". No sé si después Cisneros se ha arrepentido de aquella decisión. Personalmente, hasta hoy deploro que no incorporase algunas de las composiciones de esos dos grandes creadores musicales. Lejos de haber desentonado en aquel volumen, sus textos hubiesen probado que son literariamente superiores a algunos de los poemas que allí figuran. 

Al igual que los de Lennon y McCartney, los textos que se recopilan en este libro existieron originalmente como componentes de una partitura. Nunca tuvieron la aspiración de que se les leyese como poemas, aunque en propiedad muchos lo son. Sin embargo, independizados de la música con la que mantienen una fusión natural y orgánica, vienen a demostrar ahora su legitimidad literaria. 

Es algo que no resulta casual, si se recuerda que desde sus inicios Mike Porcel ha tenido estrechos y permanentes vínculos con la poesía. Uno de sus primeros trabajos como orquestador fue el disco Versos de José Martí cantados por Amaury Pérez (1978, reeditado como compacto en 1998), en el que además musicalizó dos de los temas. A aquel título se sumaron luego otras canciones, que Porcel compuso a partir de textos poéticos de Miguel Hernández, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Mirta Aguirre. Asimismo junto con el actor Carlos Ruiz de la Tejera, Porcel creó Que hablen los poetas, que conjugaba teatro, poesía y música. Entre 1976 y 1979, ambos ofrecieron decenas de presentaciones de aquel espectáculo que, como ha comentado el propio Mike Porcel, sirvió para desmentir "el mito de que la gente rechaza la poesía y rechaza el arte que no sea facilista". 

Ya desde sus primeras composiciones con que se dio a conocer, Porcel demostró, además de su preocupación por la calidad musical, un especial cuidado por evitar los textos banales, adocenados y elementales que tanto abundan en la cancionística popular. Recuerdo mi deslumbramiento al escuchar por primera vez esa gema imperecedera que es "¡Ay del amor!". A su capacidad para hablar del amor sin acudir a ninguno de los lugares comunes, la letra alcanza un nivel de sugerencia y una belleza logrados −y es lo más admirable− con una modélica sencillez expresiva: "¡Ay del amor que cargado de sed/ vuela, se posa y se marcha otra vez!/ ¡Ay de los sueños que van a morir en el mar!/ ¡Ay de mí!/ ¡Ay que ha pasado el amor y no vuelve a pasar!/ ¡Ay de mí, nunca más!". 

En las composiciones que se recogen en este volumen, se advierte de inmediato que su creador asigna un valor fundamental a las letras. Eso se pone de manifiesto en el rigor y la calidad literaria con que están redactadas. En ellas, hay un empeño por restituir a la palabra su valor poético, su capacidad de sugerir. No obstante, al apuntar esto conviene precisar un aspecto del que ya otros se han ocupado: la poesía en literatura no es la misma que la poesía en música. O para decirlo de otro modo, la poesía cantada no es igual que la poesía escrita. La primera es autosuficiente y está concebida para la lectura. En cambio, la segunda se vincula de manera indisoluble a un ámbito sonoro que completa, redefine y subraya su contenido. Igualmente cabe hablar de una diferencia en la expresividad, además de otros aspectos (por ejemplo, la concisión y vivacidad del texto requeridas por la canción). 

Eso, sin embargo, no impide que los buenos compositores musicales incorporen recursos que pertenecen al ámbito de la poesía escrita o culta. En las canciones de Porcel hallamos numerosos ejemplos de ello, a través del uso consciente de las estructuras sintácticas, el lenguaje tropológico, las figuras retóricas. No considero que tenga sentido hacer un inventario de cada uno de ellos, pero sí voy a referirme a algunos que, a mi juicio, forman parte esencial de los vectores que vertebran la escritura de sus letras. 

Dos recursos característicos en las letras de Porcel son las enumeraciones y las repeticiones. En el caso de las primeras, el compositor muestra preferencia por el asíndeton, que al prescindir de las conjunciones le permite dar más flexibilidad y ligereza a las frases. Entre los muchos ejemplos con que esto se puede ilustrar, escojo el de "Regalo", cuya estrofa inicial reproduzco: " Te regalo una flor casi roja/ la prudencia del ser y no ser/ el milagro del viento y la aurora/ mi ventana, mi pena y mi sed". Asimismo Mike Porcel utiliza la enumeración como principio estructural en canciones como "Clair de lune", "Mis momentos felices", "Paloma que vuelve", "Para amarte", "Porque te hallé casi a tientas", "Razones del canto". 

En cuanto a las repeticiones, en "A Don Antonio Machado", la canción que abre esta compilación, encontramos la primera de las numerosas anáforas empleadas por Porcel: "Ya ve usted, Don Antonio, como a pesar de todo/ la vida sigue dando tropezones y arqueadas/ cada vez que los vivos alteran la jugada/ cada vez que los muertos se pierden en palabras/ cada vez que alguien corre detrás de una esperanza/ cada vez que los sueños se nos vuelven distancia". No voy a extenderme más sobre este tema. En todo caso, quienes repasen estas letras han de comprobar el atinado uso de apóstrofes, símiles, metáforas, símbolos. 

No han de faltar, presumo, quienes argumenten que en algunos casos se trata de recursos que la música popular ha usado desde siempre. Nada tengo que objetar al respecto. No obstante, en estas letras se puede advertir que no están empleados de una manera ingenua, sino por el contrario muy consciente. Y me refiero a conciencia desde el punto de vista literario, propia de un compositor que en buena medida se ha nutrido a través de la lectura de la buena poesía. En este aspecto, quiero contar algo. En 2001, decidí dedicar la columna semanal que hasta hoy mantengo en el diario digital Cubaencuentro a obras destacadas de la literatura cubana. Para ello solicité a un grupo de escritores, pintores y músicos que escogiesen un libro para ellos significativo, por razones puramente personales, y que a partir de esa premisa redactasen un texto breve en el cual explicaran las razones de su elección. Las colaboraciones se publicaron a lo largo de un año, bajo el título cortazariano de Todos los libros, el libro. El libro seleccionado por Porcel fue el Ismaelillo, de José Martí. Al inicio de aquel texto, apuntaba: "Lo siento por los escritores, pero soy un amante de la poesía y siempre estaré en deuda con los poetas".  

En muchas de las letras de Porcel, se descubre la influencia benéfica dejada por esas lecturas. Así en versos como "Yo sé que no se van/ yo sé que no se pierden. / Lo que anda bajo el sol/ cambia de rostro y vuelve", se advierten ecos de Antonio Machado. Hablo del Machado de Nuevas canciones, de Proverbios y cantares, cuya escritura se hizo más ceñida y derivó hacia lo sentencioso y lo filosófico. También hay puntos comunes con la obra del escritor español en canciones como "Borracho", "Don Carlos, "Tonada del buen Miguel". Al igual que hizo Machado en textos como "El viajero" y "A un viejo y distinguido señor", Porcel retrata a unos personajes a quienes no deja de ver con cierta ironía, pero sobre todo con una mirada entrañable. 

Otro aspecto a resaltar en estas canciones es el buen nivel y la fluidez que en ellas alcanza el lenguaje. La escritura evidencia su gusto por un idioma despojado y limpio y una dicción mesurada, así como por un español castizo y de rica sonoridad (en sus composiciones se pueden hallar vocablos como donaire, vergel, diezmo, abrojo, pleamar, mirto, abrevar). Por otro lado, ese lenguaje mantiene una ajustada consonancia con los temas y con los presupuestos estéticos de Porcel. La sencillez expresiva y léxica resulta idónea para una estética que rehúye las ostentaciones y los brillos retóricos, en favor de unas canciones en las que letra y música discurren pausadamente, como un suave murmullo. Quien las escuche, se dará cuenta de que su autor más que sorprender, se interesa en emocionar e iluminar. De ahí, por tanto, la transparencia estilística de los textos, que conjugan gracia, ternura y sabiduría. 

A partir de esa llaneza de la expresión, las letras de Porcel alcanzan un notable nivel literario. La sugerente belleza, el vocabulario sobrio pero elegante, el lirismo refinado y esencial y la sensibilidad que distinguen a sus mejores composiciones, son cualidades propias de quien ha sido tocado por la gracia inefable de la poesía: "Esa mujer rojiza, con el cabello al aire/ y su viejo donaire de mirarme y perder/ se queda en un temblor cuando le da la luna/ y frágil cual la espuma se me convierte en dos./ Esa mujer tan tierna que me ama a la deriva/ solo se cansará si el tiempo la derriba/ mientras me llena el lecho de nardos y jazmines/ se duerme en el poema para que allí la rime". Mike Porcel demuestra que maneja la rima con tanto dominio como naturalidad, y la convierte en un dispositivo mágico, capaz de activar revelaciones y resonancias. Los versos que antes reproduje ilustran el eficaz uso que hace de este fenómeno acústico y no gráfico que, por eso mismo, tan esencial es en la música. Asimismo, aparte de la consonante o perfecta, comúnmente empleada en la música, Porcel utiliza con bastante frecuencia la rima parcial o asonante, mucho más propia de la poesía escrita. 

En el plano temático, estas canciones se concentran en unos pocos asuntos: el amor, la amistad, los recuerdos de infancia y juventud, el paso del tiempo, la presencia de la muerte. (Es conveniente señalar, no obstante, que en ese mundo homogéneo y coherente también hay espacio para las reflexiones morales, así como para las visiones críticas de la realidad y de cierta tipología social.) Esos motivos, que pertenecen al repertorio de la mejor poesía, se reiteran con insistencia a lo largo de toda su obra, de igual modo que hay un vocabulario por el cual Porcel evidencia una particular predilección. (A propósito de esto último, el compositor ha hecho del empleo de la interjección ay una de sus señas estilísticas más visibles.) Otro detalle significativo a resaltar es que ya desde sus primeras composiciones, o por lo menos aquellas que primero se divulgaron, advertimos una madurez de espíritu y una vieja sabiduría, que desmienten la juventud de su creador. 

Como la lectura de estas letras pone de manifiesto, la obra de Porcel se caracteriza por un arraigado lirismo. Esto significa que sus canciones ante todo parten de un proceso de subjetivación a través del cual expresa sus sentimientos, sensaciones, emociones. Eso explica, en parte, el hecho de que nunca se dejó tentar por la canción política. Nunca le interesó ser cronista de la realidad, ni creó canciones para conmemorar fechas patrióticas o celebraciones similares. Nada de eso tenía cabida en su poética. Ni siquiera renunció a ella en "En busca de una nueva flor", seleccionada entre los 262 que se presentaron para ser el tema del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. La referencia a ese evento es puramente circunstancial, pues ni una sola palabra de la letra alude a ello. Porcel además siempre ha creado su obra al margen de las corrientes, las modas y el brillo de los reflectores. Es por eso que incluso sus canciones más antiguas hoy mantienen intactas su frescura y su lozanía, y se escuchan como si su autor las hubiese compuesta la semana pasada. A eso también contribuyen la intemporalidad y universidad de los temas que tratan. 

En estas canciones se trasluce, pues, el testimonio de una andadura humana, el trayecto de una vida. Quien recorra las páginas de este libro, tendrá una cartografía de sus vivencias, sus afectos, sus preocupaciones existenciales. Sus textos están llenos de sentimiento, pero no hacen concesiones al sentimentalismo. La carga emotiva ha sido sabiamente dosificada, y de ello resulta una delicada sentimentalidad. El compositor que las firma dibuja además los escenarios por los que ha transitado, y lo hace con sensibilidad, melancolía e inteligencia. 

Apunté antes que Mike Porcel ha puesto música a textos de algunos poetas. En realidad, es algo que no necesita hacer: él es un poeta-músico o, si se prefiere, un músico-poeta. En su caso estamos, a no dudarlo, ante una voluntad poética llena de exigencia, delicadeza lírica y frescura. La mejor prueba son estas letras que poseen un grado de sabia belleza a la cual ya no estamos acostumbrados. Estoy convencido de que publicación será recibida como lo que en propiedad es: un regalo para los degustadores de buena poesía. 

Carlos Espinosa Domínguez, Mississippi, octubre 2011. 


Carlos Espinosa Domínguez (Guisa, Cuba, 1950 – Aranjuez, España, 2024) estudió Teatrología y Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte de La Habana, y fue parte en Cuba de prestigiosas instituciones culturales como Teatro Estudio o el Departamento de Teatro Latinoamericano de Casa de las Américas. 

En 1986, dejó la isla para exiliarse en España, adonde retornaría en su vejez tras años de labor académica en Estados Unidos. Realizó un doctorado en la Universidad Internacional de la Florida y ejerció como profesor en la Mississippi State University.

Su obra crítica e investigativa incluye los títulos como Cercanía de Lezama Lima (1986); Virgilio Piñera en persona (2003); Gastón Baquero, paginario disperso (2015); Lino Novás Calvo. Lo que entonces no podíamos saber (2015); Jorge Mañach. La cura que quisimos (2017); Francisco Ichaso. La palabra y la memoria Ensayos y artículos (2021); Un desorden de sábanas y almohadas. Antología de la poesía erótica iberoamericana (2021); Enrique José Varona. El saber generoso e iluminador (2023); Esteban Borrero Echeverría. Cuestión de monedas y otras narraciones (2024).

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