Diamantes para el hombre nuevo, capítulo de “El Soviet Caribeño”

CÉSAR REYNEL AGUILERA

El cubano es un pueblo condenado a observar cómo otros cuentan su historia reciente. Poco importa si el tema es la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, la Crisis de Octubre, la muerte del Che Guevara o la guerra en Angola; en cada uno de ellos nos espera una lista de exper­tos extranjeros y de instituciones que yacen en las antípo­das de nuestra cultura.

Cada vez que leo a alguno de esos sabedores de la historia reciente de Cuba no puedo evitar el recuerdo de una fra­se de Isaiah Berlin en su ensayo Las ciencias y las hu­manidades: ¿Qué saben hoy los grandes estudiosos de Roma que no fuera del conocimiento de la criada de Cicerón? ¿Qué pueden añadir esos señores al acervo de esa muchacha?[1]

Por razones familiares crecí en una casa que, si bien nun­ca llegó a ser tan importante como la de Cicerón, sí fue un sitio de visita y tertulia por el que pasaron muchas de las ideas, y algunas de las personas, que conformaron la histo­ria reciente de Cuba.

Soy hijo de dos militantes del viejo Partido Comunista de Cuba (PCC-PSP). Mi padre, César Antonio Gómez Pérez de Medina, fue desde inicios de 1957 hasta enero de 1959, el secretario general de la Juventud Comunista en la Univer­sidad de La Habana; una institución que por su importan­cia estratégica era considerada por el PCC-PSP como la séptima provincia de Cuba.[2]

Mi madre, Thais Orquídea Aguilera Baqués, fue una de las pocas personas capaces de mostrar una doble militancia al triunfo de la mal llamada revolución: fue miembro de las célu­las de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio (M26-7) y en la Juventud Comunista.

El comentario sobre la valentía física de mi madre fue una de las primeras cosas que me acostumbré a escuchar cada vez que al­guien, amigo o enemigo, me reconocía como hijo de ella. A pesar de esos elogios, ella siempre tuvo a bien recono­cer que llegó viva al 1 de enero de 1959 gracias a la astucia conspirativa de mi padre. Creo que fue esa combinación de belleza y coraje físico, por el lado materno, y astucia e ideología, por el paterno, la que hizo de mi casa un sitio tan atractivo para el paso de los más disímiles personajes de la historia reciente de Cuba.

Llegaban, pedían café y se lanzaban a despachar sobre los temas más candentes de una política que creían cono­cer al dedillo. Los niños podíamos asistir, siempre que nos mantuviéramos callados. Y así crecimos, entre ideas y aná­lisis que no solo estaban mucho más allá de los que expre­saban las páginas del periódico Granma, sino que permitían entender una buena parte de lo que ese libelo insinuaba entrelíneas. Fue escuchando aquellas tertulias, o recordándo­las después —gracias a mi hermana mayor y a mis tíos—, que pude descubrir algo que todavía hoy, cuando leo a la mayoría de los cubanólogos, me hace preguntarme si están hablando del país donde nací.

La inmensa mayoría de esos expertos describen la his­toria de la mal llamada revolución cubana a partir de la figura de Fidel Castro y analizan esa historia como una cadena de hechos que se consideran esencialmente aislados. Esas dos limitaciones son im­prescindibles para crear el legado histórico que el castrismo pretende dejarle al mundo. Un cuento de hadas que reza más o menos así: un líder carismático y nacionalista desa­tó una revuelta agraria, engañó a la alta burguesía y a los estadounidenses, derrotó militarmente al ejército regular de Batista, tomó el poder y se lo entregó, por razones de sobrevivencia económica, a unos viejitos comunistas y co­bardes que siempre le estuvieron eternamente agradecidos.

La versión que yo crecí escuchando siempre incluyó esa mitología de profetas barbados y aguas partidas, pero le añadió un nivel de complejidad mucho más cercano a la realidad. Es una narrativa que parte de reconocer que a partir del año 1925 no hay un solo evento de la historia de Cuba —incluida la guerra de Angola— que pueda ser explicado sin tener en cuenta a la organización política más importante del país. Me refiero al viejo Partido Comunista de Cuba, a esa organización fundada en 1925 y que en 1944 —siguiendo las órdenes de Stalin— cambió su nombre por el de Partido Socialista Popular.[3]

Al mismo tiempo, durante esas décadas de la historia de Cuba no existe una sola figura política cuyas acciones puedan ser explicadas sin tener en cuenta la relación de esa persona —directa o indirecta, a favor o en contra, de perte­nencia o rechazo— con el PCC-PSP.

Por último —y para llevar la complejidad histórica hasta niveles de molestia física—, cualquier análisis de la relación de una persona con el PCC-PSP tiene que ser hecho sobre la base de saber, o al menos ima­ginar, con cuál de los anillos o niveles de esa organización se relacionó esa persona.

Desde su origen el PCC-PSP fue una organización con un carácter dual o heterogéneo. Ante las masas y muchos de sus militantes siempre se presentó como un partido polí­tico cuyo objetivo principal era la defensa de los derechos de los trabajadores cubanos. Para un grupo muy reducido de militantes, a los que yo denomino Núcleo Central de Inteligencia Soviética (NCIS), la verdadera esencia del Par­tido siempre fue la defensa de los intereses de la URSS y, eventualmente, el acatamiento de las órdenes de Stalin.

La estructura organizativa[4] del PCC-PSP puede ser descrita —a grandes rasgos— con los siguientes anillos o niveles pi­ramidales:

 

1. Núcleo Central de Inteligencia Soviética

2. Aparato de Inteligencia y espionaje

3. Comisión militar

4. Organización clandestina

5. Partido político en el sentido tradicional de las de­mocracias burguesas

6. Organizaciones de base del Partido

7. Organizaciones sindicales

8. Trama empresarial y financiera

9. Organizaciones sociales

 

Es ahí, en esa madeja de niveles, círculos concéntricos, puentes y pasillos truncados donde se pierden muchos cubanólogos y donde otros aprovechan para reforzar el mito Cas­tro-centrista de la mal llamada revolución cubana.[5]

La ignorancia de esa estructura tan compleja es la que permite equiparar a cuadros del ala política de la organización, como Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez o Lionel Soto, con cuadros que, como Fabio Grobart, Fla­vio Bravo o Isidoro Malmierca, siempre trabajaron para el NCIS. Esa homogenización a ultranza empobrece la his­toria del PCC-PSP y esconde muchos de los conflictos que afectaron a esa organización.

En varios momentos de su evolución, el PCC-PSP mostró contradicciones muy fuertes entre la proyección política de la organización y las decisiones que esta tenía que tomar para mantener su esencia pro soviética y estalinista. Como veremos a lo largo de este libro hay tres eventos de esa his­toria que, cuando se analizan desde la perspectiva de una organización política, pueden ser reconocidos como erro­res garrafales. Estos son: la expulsión de Julio Antonio Mella del PCC-PSP, en 1926; la negociación con el tirano Gerar­do Machado durante la huelga general de 1933; y la alianza con Fulgencio Batista, en 1938.

Esas pifias políticas adquieren otra dimensión cuando se ven como triunfos de la línea de Moscú; o sea, como ver­daderos aciertos de ese reducido grupo de hombres y mu­jeres que se encargaron de lograr que esa línea siempre se impusiera. Para garantizar esos triunfos, el NCIS tuvo que cumplir tres tareas fundamentales: 1) Controlar al PCC-PSP de una forma férrea. 2) Utilizar al PCC-PSP para proteger al NCIS. 3) Lograr que el PCC-PSP fuera algo más que una organización política y se convirtiera en un aparato de Inteligencia capaz de penetrar a la sociedad burguesa.

Los tres verbos serían, entonces, controlar, proteger y penetrar.

Cuando se analizan los tres famosos errores desde esa perspectiva se puede ver que la expulsión de Mella encaja muy bien con el deseo de evitar que el control de la organi­zación cayera en manos de un cubano valiente, carismático, inteligente y librepensador. De forma similar, la negocia­ción con Gerardo Machado indica en el sentido de proteger al NCIS de los efectos devastadores que una intervención estadounidense podría haber tenido sobre el entonces frágil aparato clandestino del Partido. En cuanto a la alianza con Batista, es evidente que esta, además de tener su origen en la coalición entre Roosevelt, Stalin y Churchill, sirvió para que el NCIS penetrara a la sociedad cubana de una forma hasta ese momento inimaginable.

Como consecuencia de esa tensión constante entre esas dos alas del Partido se generó, a principio de los años 50, una situación muy particular. Por un lado, el PCC-PSP sufrió un nivel tan alto de desprestigio político que su militancia se vio muy reducida y rechazada. Por el otro, sin embargo, la organización contaba con un aparato clandestino y de Inteligencia que, después de dos décadas y media de un ri­guroso e implacable trabajo de penetración, había logrado posicionar a sus agentes dentro de todos los niveles de la vida social, política, económica, militar y represiva del país.

Los comunistas estaban tan desprestigiados que no po­dían llegar al poder a cara descubierta, pero sí podían buscar a un candidato que se beneficiara de forma indirecta y, sin dejar muchos rastros, de una militancia relativamente pe­queña pero muy disciplinada, de un aparato de Inteligencia muy eficiente, de grandes recursos económicos, de fuertes conexiones con el comunismo internacional, de cierto ni­vel de control sobre el movimiento obrero cubano, de cua­dros con años de lucha clandestina y experiencia militar, así como de una organización con ramificaciones dentro de los Estados Unidos y, más importante aún, dentro de la Unión Soviética y el Campo Socialista.

Ese candidato fue Fidel Castro.

Fue ese pequeño núcleo de comunistas el que asesoró y protegió a los hermanos Castro desde finales de los años 40. Fueron esos cuadros los que prepararon la implosión o desmerengamiento de la tiranía de Fulgencio Batista. Fue­ron ellos quienes hicieron posible el triunfo tan rápido e inexplicable de la revuelta castrista y guiaron, desde el mismo inicio de ese triunfo, la también rápida e inexplicable alianza del castrismo con la Unión Soviética.

Fueron ellos quienes catalizaron el enfrentamiento tem­prano y absurdo con los Estados Unidos, hicieron posible las primeras derrotas de la llamada contrarrevolución, pro­tegieron la vida de Fidel Castro y garantizaron, de una for­ma todavía inexplicable para los cubanólogos, el fracaso de casi todas las acciones de la CIA contra el castrismo. Ade­más de eso se encargaron de profundizar la dependencia cubana del petróleo de Moscú, el uso de Cuba como punta de lanza de la geopolítica soviética, la ayuda de Cuba a los llamados movimientos de liberación nacional y, eventual­mente, la participación cubana en la guerra de Angola. En todos y cada uno de esos eventos del castrismo estuvieron involucrados los antiguos miembros del NCIS del PCC-PSP.

¿Quiénes fueron esos militantes? ¿Cómo fueron esco­gidos? ¿Quién los escogió? ¿Dónde se formaron? ¿Por qué nunca han sido reconocidos como tales? Las respuestas a esas preguntas serán el objetivo de este libro.

Para empezar, entre los viejos comunistas cubanos esos militantes eran identificados bajo el nombre genérico de la gente de Fabio, por Fabio Grobart, un militante polaco de origen judío que llegó a Cuba en 1924 enviado por el Comintern y que en 1925 fue uno de los fundadores del PCC-PSP.

Desde su llegada a Cuba, Grobart empezó a trabajar en la creación de un grupo de cuadros muy bien escogidos que se encargarían de las labores clandestinas del PCC-PSP. Mu­chos de los miembros de esa primera hornada todavía hoy no han sido identificados, aunque sí se sabe que contó con militantes comunistas como Pinjos Moiseevich Meshkop, Noske Yalob, Jacobo Hurwitz, Ángel Ramón Ruiz Cortés, Jaime Novomodni, Ramón Nicolau, Marcelino Menéndez, Juan Blanco Grandío, Pedro Piñeiro y Secundino Guerra, entre otros. De todos ellos, y de los que se mencionarán a continuación, se hablará de una forma u otra a lo largo de este libro.

En 1928, una vez controlado el vendaval de Julio Antonio Mella, Grobart pudo al fin pasar a dirigir la Liga Juvenil Comunista, un salto que le permitió establecer un proceso de selección mucho más riguroso y del que salieron los cua­dros que conformarían la segunda generación de hombres del NCIS. Entre esos militantes destacan Manuel Porto Dapena, Mariano Faget, Gervasio Rieumont, Víctor Pina Cardoso, Ella Sunshine, Osvaldo Sánchez Cabrera, Mario Morales Mesa, etcétera.

En 1936, después del nombramiento en 1934 de un secretario general tan dócil y discreto como Blas Roca, Grobart pasó a desempeñar el cargo de secretario de orga­nización del Buró Nacional del PCC-PSP, responsabilidad que tuvo hasta el triunfo de la revuelta castrista. Eso no signi­ficó que abandonara su trabajo de identificación, selección y reclutamiento de militantes jóvenes para el aparato de In­teligencia del Partido. Todo lo contrario, aquellos fueron los años del llamado “frente amplio”, de la alianza entre Roosevelt, Stalin y Churchill, de la disolución de la Liga Juvenil Comunista y la creación de organizaciones panta­llas, como la Hermandad de Jóvenes Cubanos, que sin de­jar de ser controladas por el Partido aspiraron a tener una fachada más inocua.

Al frente de la Hermandad de Jóvenes Cubanos estuvo Osvaldo Sánchez Cabrera, el hombre que se encargaría de la selección y los primeros entrenamientos del militante que eventualmente estaría llamado a convertirse en el delfín de Grobart, en el seleccionador de la tercera hornada de los hombres de Fabio, en el arquitecto de la llamada Generación del Centenario y en el manejador de los vínculos tempranos y profundos que Fidel Castro siempre tuvo con los comu­nistas cubanos: Flavio Bravo Pardo. El líder discreto e indis­cutible de un grupo de militantes como Jorge Risquet, Joel Domenech, Isidoro Malmierca, Antonio “Ñico” López, Emilio Aragonés, Pablo Ribalta y Raúl Castro, entre otros.

La inmensa mayoría de esos hombres y mujeres, con la sola excepción de Raúl Castro, han recibido un tratamiento histórico marginal y en ocasiones nulo. Justo es decir que la explicación de ese tratamiento radica en el hecho de que casi todos fueron cuadros profundamente clandestinos, personas acostumbradas a trabajar desde las sombras, militantes selec­cionados y entrenados para despreciar cualquier tipo de pro­tagonismo y que a lo largo de sus extensas carreras políticas se acogieron a un principio básico: mientras el proceso fuera en el camino deseado —pro soviético, estalinista y antiesta­dounidense—, a ellos bien poco les importaba quién se lle­vara la gloria. Y si esa supuesta gloria caía sobre los hombros de alguien que les recordaba a su adorado Stalin, pues entonces mejor.

La pregunta inevitable es: ¿por qué fue enviado a Cuba Fabio Grobart? Para responderla hay que recordar que, du­rante la involución del comunismo soviético desde Marx hasta Stalin, muchos en la URSS coincidieron en la nece­sidad de diseminar la mal llamada Revolución de Octubre y crear, para esos efectos, una organización internacional. Así surgió, en el año 1919, la llamada Tercera Internacional, un aparato de trabajo político, clandestino y de Inteligencia encaminado a la creación y al control de una confederación de parti­dos comunistas extranjeros que respondieran, con absoluta lealtad, a los intereses del comunismo soviético y, eventual­mente, del estalinismo.

Fabio Grobart fue el cuadro que esa organización en­vió a Cuba y fue, por tanto, el arquitecto del aparato que eventualmente haría posible que Fidel Castro triunfara donde antes habían fracasado hombres de la talla de Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras o José Antonio Echeve­rría.[6]

Esa misión de Fabio tuvo dos razones fundamenta­les: la primera es evidente y tiene que ver con la importan­cia geopolítica de Cuba, ya fuera por su posición geográ­fica privilegiada o por su cercanía a los Estados Unidos. La segunda, sin embargo, estuvo escondida durante varias décadas y tiene que ver con el hecho de que ya desde 1919 el Comintern había fracasado en su intento de crear una sucursal en Cuba.

Durante décadas, la propaganda del PCC-PSP ha insistido en decir que el primer partido comunista de Cuba fue el que se fundó en agosto de 1925. Hoy los archivos desclasificados de la antigua URSS muestran que en fecha tan temprana como diciembre de 1919 fue fundada en La Habana, bajo los auspicios de un enviado directo del país de los Sóviets, la llamada Sección Comunista de Cuba. Una sucursal del Comintern que surgió a partir del encuentro entre el estadounidense Charles Shipman y Marcelo Salinas, un cubano con una larga historia dentro del movimiento sin­dical de aquellos años. El origen de ese encuentro se remonta a los primeros años de la mal llamada Revolución de Octubre.

Unas semanas después de fundada la Tercera Internacional, Lenin nombró a Mijaíl Gruzenberg como representante se­creto de esa organización en Latinoamérica y como cónsul general en México.[7]

Gruzenberg, que es conocido por los his­toriadores del Comintern como Mijaíl Borodin, fue un co­munista bielorruso de origen judío que tuvo una gran amistad con Lenin.[8] En 1906 emigró hacia los Estados Unidos, adoptó la nacionalidad estadounidense, vivió en Chicago, estudió en la universidad, fue profesor de una escuela para inmigrantes, hizo algunos trabajos para la Fundación Carnegie y tuvo dos hijos. Durante esos años se vinculó al Partido Socialista de los Estados Unidos con el pseudónimo de “Berg”.

Once años después regresó a Rusia para ponerse bajo las órdenes directas de Lenin y fue enviado a México.[9] Para lograr el financiamiento de esa aventura Lenin ordenó que Borodin recibiera unos diamantes de la antigua co­lección de los zares. Así empezó una historia llena de sor­presas y fracasos que llevarían al primer contacto de los radicales cubanos con la Tercera Internacional, y al surgi­miento de la primera organización comunista de Cuba.

Al recibir los diamantes, Borodin escondió algu­nos en el dobladillo de su abrigo y el resto los puso en el doble fondo de un maletín de cuero diseñado para esos menesteres. En algún momento, ya durante la travesía en el Atlántico y sospechando que había sido detectado, logró convencer a un pasajero holandés que iba en camino hacia Haití —llamado Henrik Luders—, para que se hiciera cargo del maletín, pero sin decirle que iba cargado con diamantes.[10]

Al llegar a Nueva York sus sospechas se confirma­ron cuando el agente federal Jakob Spolansky lo detuvo. Fue interrogado y solo autorizado a permanecer quince días en terri­torio estadounidense, pero con la condición de que repor­tara diariamente por teléfono.[11] Borodin visitó a su familia en Chicago y les hizo saber a sus contactos de la decisión tomada con respecto a los diamantes, además les solicitó un traductor-asistente que hablara español. Sus camaradas del Partido Socialista de los Estados Unidos le recomendaron a un radical llamado Rafael Mallen.

Al llegar a México, Borodin inició sus exploraciones di­plomáticas y sus contactos clandestinos. Enseguida logró reclutar a Charles Shipman, un objetor de conciencia que se había negado a entrar en el ejército estadounidense —para no combatir en la Primera Guerra Mundial— y había teni­do que salir huyendo de los Estados Unidos. En sus memo­rias, Shipman describe a Borodin como un hombre capaz de “empezar una conversación sobre ping-pong y al poco rato tener a su interlocutor jurando que estaba dispuesto a matar a alguien”.[12] En noviembre de 1919, ya establecido cierto nivel de confiabilidad, Borodin le pidió a Shipman que lo ayudara en una misión muy sensible.

Unas semanas antes el soviético había enviado a Mallen a Haití con la encomienda de recuperar el maletín con los diamantes. Y esas eran las santas horas que no tenía noticias de su enviado. El maletín, ele explicó a Shipman, contenía unos planos que eran de vital importancia para su misión en Latinoamé­rica. Como no existía comunicación directa entre México y Haití, el viaje de Mallen, asumiendo que lo hubiera hecho, había tenido que pasar por La Habana antes de seguir cami­no hacia Puerto Príncipe. La misión de Shipman era agen­ciarse un pasaporte mexicano, repetir el periplo y regresar a México con los planos y con Mallen. La logística consistió en dinero para los pasajes y para el nuevo pasaporte (bajo el nombre de Jesús Ramírez), además de un revólver.

Shipman llegó a La Habana y no pudo encontrar a Mallen, pero en Puerto Príncipe sí pudo encontrar a Henrik Luders. El holandés le devolvió el maletín y lo botó de su casa gritando que poco había faltado para que el favorcito le costara varios años de cárcel en los Estados Unidos. En lo que a Shipman respectaba, la misión había sido un éxito, los planos estaban a salvo y ya podía regresar.

Cuando pasó por La Habana en camino hacia México decidió chequear por última vez la lista de los pasajeros que esperaban el buque hacia Nueva York. Grande fue su asom­bro cuando vio entre los nombres el de Rafael Mallen. Decidió esperarlo junto a la rampa de embarque, y le dijo que en México lo estaban buscando y se lo llevó a punta de pistola para un hotel. Antes de embarcar hacia Veracruz envió un telegrama anunciando su llegada.

Fue recibido como un héroe en la estación de trenes de la ciudad de México. Borodin lo invitó a una comida de lujo en casa de un amigo y, no más llegando, se metió en una ha­bitación con el maletín. Cuenta Shipman que lo que salió de esa habitación fue un león rugiente. Un agente bolchevique preguntando a gritos dónde estaban los diamantes mientras agarraba a Mallen, lo metía en la habitación y lo menos que le gritaba era que lo iba a raptar hacia Rusia para allá torturarlo hasta que dijera dónde estaban las piedras. Mallen confesó haber tenido miedo después de su encuentro con Luders en Haití y por eso decidió regresar a los Estados Unidos sin de­cir nada, pero juró no haber visto nunca esos diamantes.

Esa aventura hizo posible que Charles Shipman cono­ciera La Habana y la visitara dos veces antes de regresar a México. Esas visitas sirvieron de antesala para una ter­cera que sería clave en el origen de la primera sucursal del Comintern en Cuba. A inicios de diciembre de 1919 Boro­din se embarcó de regreso a Rusia. Como ya había perdido la confianza en Mallen, y ya Shipman tenía un pasaporte mexicano, decidió que el estadounidense lo acompañara hasta España y después siguiera por su cuenta hacia Moscú.

La primera escala del viaje fue en el puerto de La Habana. A Borodin no lo dejaron desembarcar, pero a Shipman sí. Bajó el estadounidense a tierra y unas horas después regresó con la grata noticia de haber creado la primera organización comunista de Cuba. Una célula nacida al calor de su en­cuentro con Marcelo Salinas, un anarquista cubano al que contactó en cuanto bajó del buque.

A la conversación entre Salinas y Shipman se sumaron otros cubanos —entre los que estaba Antonio Penichet—, quienes, al rato de intercambiar ideas con el emisario de Bo­rodin, decidieron crear el Comité Ejecutivo Provisional de la Sección Comunista de Cuba. Una organización cuyo primer acuerdo fue nombrar a Salinas como secretario general. El segundo fue escribir una carta, enviada el 6 de diciembre de 1919, solicitando la admisión de los comunistas cubanos en la Tercera Internacional y expresando sus deseos de afiliarse, sin compromisos, a la organización creada por Lenin.[13]

Nunca fueron aceptados como miembros plenos. Las ra­zones de ese desencuentro son varias. Por un lado, los bol­cheviques y los anarquistas rusos siempre se miraron con recelo desde el inicio, y con marcada hostilidad después. En la medida en que a Cuba empezaron a llegar las noticias de la represión de los anarquistas por los bolcheviques, Salinas se fue distanciando del comunismo soviético. Poco a poco fue pasando del fervor de una esperanza a la desilusión de una cruda realidad. Para el Comintern fue un rotundo fracaso ese primer intento de poner una sucursal en Cuba.

Salinas es una de esas figuras de la historia cubana que son casi desconocidas y no por ello menos extraordinarias. No alcanza el espacio de este libro para describir su vida po­lítica y literaria. Baste decir que al momento de su encuentro con Charles Shipman ya Salinas tenía una larga historia de lucha sindical, una gran experiencia como organizador de huelgas y protestas, una probada capacidad como escritor y una larga lista de acciones en defensa de la mal llamada Revolución de Octubre. Esos méritos fueron reconocidos por el propio Shipman en su informe al Comintern, en el que dice, en­tre otras cosas, que Salinas era el alma del periódico obrero El Hombre Nuevo, el organizador de la Federación de Sin­dicatos y el líder del unionismo consciente de clase en Cuba.[14]

Aquí es importante detenerse. La idea del hombre nue­vo en la Cuba del castrismo siempre se ha asociado con la figura de Ernesto Che Guevara. Esa asociación se inició a partir del año 1965 cuando el Che publicó su artículo “El socialismo y el hombre en Cuba”.[15] Un texto en el que en una decena de páginas se repite más de diez veces la idea del hombre nuevo.

Lo que resulta irónico es que esa idea ya existía en la Cuba del año 1919 y era proclamada desde una revista anar­cosindicalista cuya existencia reportan hoy los archivos del Comintern y confirmaron ayer las Crónicas cubanas de León Primelles.[16]

Lejos estaba Salinas de imaginar que cuarenta años des­pués el Che Guevara acabaría con los sindicatos cubanos y se apropiaría de una idea muy antigua, esa del hombre nuevo, para darle nombre a una nueva aberración. A una forma de gobierno, el de la mal llamada revolución cubana, que todavía hoy muestra la continuidad de aquella antigua estructura del PCC-PSP, con su ala política, su NCIS, y su inevitable fachada castrista.

Cuando se mira la estructura del poder en la Cuba de hoy (año 2023) es posible identificar que Rodrigo Malmierca, el minis­tro de Comercio Exterior, es hijo de Isidoro Malmierca, un antiguo miembro del NCIS. Bruno Rodríguez, el actual canciller del castrismo, es sobrino de Carlos Rafael Rodríguez, un militante del ala política del PCC-PSP. Oscar Sánchez Serra, subdirector del periódico Granma y uno de los jefes ideológicos del castrismo de hoy, es hijo de Osvaldo Sánchez y Clementina Serra, dos miembros del aparato de Inteligencia del PCC-PSP. El actual ministro de las fuerzas armadas del castrismo es Álvaro López Miera, hijo de Julio López Rendueles y de Carmen Miera, dos comunistas españoles vinculados a la Inteligencia soviética que terminaron viviendo en Santiago de Cuba después de la guerra civil española.[17] Por último, y por solo mencionar unos pocos, Alejandro Castro Espín, el heredero real de la dinastía castrista, viene de aquella fachada que el PCC-PSP tuvo que crear a inicios de los años 50. Muchos de esos vástagos, epítomes del hombre nuevo, estudiaron en la antigua URSS y cultivaron, como algunos de sus padres, fuertes lazos con la Inteligencia soviética de aquellos años, y con la rusa de hoy.

 

Notas

[1] Berlin, Isaiah. The proper study of mankind, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2000, p. 332.

[2] En aquella época Cuba tenía seis provincias; de Occidente a Oriente: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas, Cama­güey y Oriente. La Universidad de la Habana cerró sus puertas a finales de 1956, pero de la misma forma que las otras organizaciones estudiantiles mantuvieron sus estructuras, liderazgos y tareas de lucha contra la tiranía, también lo hicieron los jóvenes comunistas.

[3] En este libro, para evitar confusiones, llamaré al viejo Partido Comunista, al que surgió en 1925, como PCC-PSP; y al otro, al que fue fundado en 1965 por Fidel Castro, como PCC-castrista.

[4] La identificación de los partidos comunistas como partidos políticos no tradicionales, o como organizaciones más cercanas a los ejércitos que a cualquier otra institución fue propuesta y explicada por Philip Selznick en su libro “The organizational weapon-A study of Bolchevik strategy and tactic”. Mc Graw Hill, 1952. Un libro que recomiendo a todos los que deseen entender la política de hoy en los Estados Unidos.

[5] La coexistencia de dos niveles organizativos diferentes dentro del PCC-PSP fue brillantemente deducida, a partir de la simple observación de una persona que no era comunista, por Orlando Rodríguez Pérez en su libro “Testimonios de un rebelde” (Ediciones Universal, Miami, 2001, p 66). En ese libro, Rodríguez Pérez usa una analogía con el beisbol para explicar que el PCC-PSP tuvo al menos dos equipos de jugadores de cuadro (infielders) jugando al mismo tiempo: uno público o político y otro más profundo y encubierto.

[6] Para más información sobre ellos ver capítulos III, IV y XIV, respectivamente.

[7] Lazar and Víctor Jeifets. “The International Newsletter of His­torical Studies on Comintern”, Communism and Stalinism, vol. II, N. º 5/6, 1994/1995. Centro Ruso para la Conservación y Estudio de los Documentos de la Historia Reciente (a partir de ahora RCChIDNI por las siglas en ruso), 497/2/1/3; citado en Lazar and Víctor Jeifets, 1994/1995.

[8] Borodin. Jacobs, Dan, J. Harvard University Press, 1981, pp. 1-59.

[9] RCChIDNI, 497/2/2/199, citado en Lazar and Víctor Jeifets, 1994/1995.

[10] Contado por Norman Borodin (hijo de Gruzenberg-Borodin y también agente de la Inteligencia soviética) a K. Kasaturov, publi­cado en Latinskaja Amerika, Moscú, 1994, vol. 10, p. 107, referido por Lazar y Víctor Jeifets. Diario de Borodin, Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política (sucesor del RCChIDNI) y a partir de ahora RGASPI por sus siglas en ruso, 497/2/7/92, citado en Lazar and Víctor Jeifets 1994/1995.

[11] Spolansky, Jacob. The communist trail in America, Macmillan, Nueva York, 1951, p. 173-175.

[12] Shipman, Charles [Charles Francis Phillips]. It Had to be Revo­lution: Memoirs of an American Radical, Cornell University Press, Ithaca, 1993, p. 86.

[13] Carta de Salinas al secretario general de la Tercera Internacional, RGASPI 495/105/2/1, tomado de Lazar and Víctor Jeifets, Memo­ria, diciembre 2009, Nº 239.

[14] Informe de Shipman al Comintern, RGASPI, 495/105/2/2, to­mado de Lazar and Víctor Jeifets, Memoria, diciembre 2009, Nº 239.

[15] Guevara, Ernesto. “El socialismo y el hombre en Cuba”, Mar­cha, Montevideo, 12 de marzo de 1965.

[16] Primelles, León. Crónica cubana, 1919-1922, Editorial Lex, La Habana, 1957, p. 97.

[17] Pina, V. (2021). El exilio republicano español en Cuba: su interrelación con las luchas del pueblo cubano, algunas consideraciones. En A. E. Santana y G. Acevedo (Eds.), Rutas y experiencias: 80 años del exilio republicano español (83-96). Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe.

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César Reynel Aguilera. La Habana, 1963. Médico graduado en el año 1987 y Máster en Bioquímica Clínica en 1992. Trabajó durante diez años como investigador en los centros del llamado Polo Científico de La Habana y en la Universidad de Montreal, ciudad en la que reside desde 1995. En el año 2001 decidió dedicarse a escribir. Sus cuentos y artículos han sido publicados en revistas como La Jornada Semanal, Encuentro de la Cultura Cubana, Caleta y Replicante. Desde el año 2013 tiene su propio blog (aguilera-el blog de César Reynel). Su novela RUY, publicada en el 2004, tuvo una gran acogida en los círculos literarios del exilio cubano. Además, ha publicado la novela “De la boca salen flores”, y el libro de ficción política “Monólogo de un tirano con Maquiavelo”. En la categoría de no-ficción ha publicado el ensayo histórico “El sóviet caribeño” y “Rumbas de sal: Textos escogidos, 2003- 2023”. En estos momentos trabaja en el segundo tomo de “El Sóviet Caribeño”.

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