Año 1959: inicio de la pústula lancinante 

J.A. ALBERTINI

AÑO 1959: INICIO DE LA PÚSTULA LANCINANTE

Hemos fusilado, fusilamos

y seguiremos fusilando.

Ernesto “Che” Guevara de la Serna.

Asamblea General de las O.N.U.

Diciembre 11 de 1964.

Se llamó Alfredo Testar Díaz y a poco del derrocamiento, jueves 1 de enero de 1959, de la tiranía del general Fulgencio Batista y Zaldívar fue nombrado presidente del, a toda prisa creado, Tribunal Revolucionario de la provincia de Las Villas, con sede en Santa Clara, para juzgar y condenar a los militares del régimen depuesto implicados en abusos de autoridad y crímenes.

Desde el principio su postura vengativa, de ensañamiento antijurídico y violadora de los más elementales derechos humanos de los vencidos, suscitó críticas entre amigos y familiares.

No obstante, antes de llegar al personaje y las motivaciones que le condujeron a superar, con creces, los reales o hipotéticos desmanes de los “esbirros batistianos”, es necesario retroceder, un poco, en la historia.

En diciembre de 1958 se desató en la provincia de Las Villas la ofensiva de los grupos alzados en armas contra el régimen, producto de un golpe de estado, del general Fulgencio Batista. Fuerzas combinadas del Movimiento 26 de julio (M-26-7) Directorio Revolucionario 13 de marzo (DR) Segundo Frente Nacional del Escambray (SFNE) y minoritariamente de la Organización Auténtica (OA) comenzaron a derrumbar, con miras a entorpecer el envío de fuerzas gubernamentales, puentes viales y ferroviarios.

Paralelo a estas acciones fueron aislando y tomando poblaciones pequeñas hasta acorralar a las ciudades más grandes como Sancti Spíritus, Cienfuegos y Santa Clara, capital provincial.

La batalla de Santa Clara, en la que participaron el M-26-7 y el DR comenzó, oficialmente, en la madrugada del domingo 28 de diciembre, cuando grupos insurgentes, encabezados por Ernesto Che Guevara de la Serna, provenientes del cercano pueblo de Camajuaní, empezaron a entrar en la ciudad y el servicio eléctrico fue interrumpido. Horas después, con las primeras luces del alba, por la vía que corre de Santa Clara a Manicaragua, extremo opuesto a la carretera primeramente mencionada, se inició el despliegue de los combatientes del DR, liderados por Rolando Cubela Secades.

En aquella fecha yo tenía 15 años de edad. Había nacido y vivido, toda mi corta existencia, en la casa de mis abuelos paternos. Avenida Pase de la Paz #114 e/Estrada Palma y Misionero. A cuadra y media del Palacio de Justicia Provincial, conocido, localmente, como La Audiencia. Sin embargo, aseguro que disparos y explosiones lejanas, cada vez más cercanas, se iniciaron alrededor de las 10 de la noche del sábado 27. Lo recuerdo con claridad ya que mi abuela comenzó, desesperada, a recorrer la casa emitiendo sollozos y quejidos: ¡Mi hijo, me matan a mi hijo…!

El temor de abuela, a pesar del consuelo que abuelo trataba de procurarle no disminuía su pesar y ponía miedo en las miradas de mi hermano menor y hermana mayor. Del temor en mi mirada no puedo hablar porque no lo veía.

Pero si puedo decir que tenía la boca seca y era incapaz de hablar.

— ¡Mi hijo. Me matan a mi hijo…! —abuela Marianita no paraba.

Su preocupación de madre no era para menos. Tío Luisín, hermano menor y único de mi padre, tras el sangriento fracaso, en Santa Clara y resto del país, de la huelga general, convocada el 9 de abril de 1958, de la cual fue parte, pudo escapar de la persecución de los aparatos represivos del gobierno. Por algunos días se ocultó en casas de amigos y familiares. Pero al intensificarse la búsqueda de los sobrevivientes, optó por alzarse en armas, con el DR, en la Sierra del Escambray.

Los miedos de abuela y calladamente los de abuelo Luis Felipe estaban más que justificados. Días antes en mensaje verbal enviado, con un campesino, tío Luisín decía que era probable que antes de finalizar el año, Santa Clara fuese atacada por tropas rebeldes.

—Con la cantidad de policías, soldados, camiones blindados y tanquetas que hay es este pueblo eso es un suicidio, ¡Los mataran a todos! —desde que supo la noticia, abuela, excitada, dijo.

—No lo creas del todo. El golpe de estado del 10 de marzo de 1952 desmoralizó mucho a las fuerzas armadas. Recuerda en 1956 “la conspiración de los puros” liderada por el coronel Ramón Barquín y el comandante Enrique Borbonet. Si este ejército quisiera pelear de verdad, Fidel Castro y sus acompañantes hubiesen sido eliminados a pocas horas de haber desembarcado en Oriente y no habrían crecido las guerrillas en las sierras Maestra, del Escambray y de los Órganos. Santa Clara lleva días siendo rodeada. Placetas, Falcón, Camajuaní y Manicaragua ya están en manos de los “barbudos” —abuelo consideró.

— ¡Así y todo la matazón será grande…! —abuela exclamó.

—Eso no lo podemos saber…  —abuelo comentó.

En La Audiencia elementos del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) se atrincheraron y desde los pisos superiores le disparaban a todo lo que en la avenida y calles cercanas se moviera. Recuerdo que ese primer día del ataque, sobre las 12 del mediodía un automóvil, con luces encendidas y claxon sonando, que transportaba a una parturienta fue tiroteado, en la esquina de mi casa, desde los pisos superiores del edificio. Los gritos desgarradores del marido, heridos ambos, clamando ayuda, en el presente, cuando menos lo espero, vuelven a mis oídos con frescura instantánea.

Nuestra casa, por ser de placa (concreto) el techo de la amplia sala, se convirtió en refugio de algunos vecinos. Así desperdigados por el piso o pegados a las paredes rememoro los dos primeros días de combates con estampidos de armas automáticas y aviones que rugiendo pasaban en vuelos rasantes para, sin castigar a la población civil, descargar la metralla en las sabanas circundantes.

Allí, con un rosario entre las manos, estaba el corpulento y atemorizado carnicero Ñico, que ni agua se atrevía a tomar y Gloria, una de las hijas de Tito y Clementina, que a escasas horas de haber parido, a la vista de todos, amamantaba a la pequeña en tanto, el marido con un pañal le cubría los senos.

También recuerdo la madrugada del 30 de diciembre cuando una tanqueta y un camión blindado, seguidos por un grupo de soldados, se estacionaron en mitad de nuestra cuadra. Para entonces, los vecinos ya habían regresado a sus hogares.

Mi abuelo al escuchar el rugir de motores en descanso y voces que discutían nos ordenó ir hasta el último cuarto, el de ellos, y deslizarnos bajo la cama matrimonial. Apenas cumplimos el requerimiento, se desató un tiroteo de espanto, donde el tableteo de una ametralladora de alto calibre, se imponía por sobre los demás estampidos.

Abuelo y abuela no conformes con la protección que ya teníamos nos abrigaron con sus cuerpos. Éramos cinco seres y un solo e inolvidable temblor de amor filial.

El tiroteo cesó. En la quebradiza quietud que acaeció se escuchó que, en voz alta, la tripulación del camión blindado discutía con los de la tanqueta.

—No podemos seguir tirándole a las casas. Paremos esto y regresemos al regimiento.

—Todas estas casas están llenas de hijos de putas que alimentan y albergan a los barbudos —respondió el presunto jefe de la tanqueta.

— ¡No seas comemierda que esto ya se jodió! Del pelotón de soldados que nos seguían casi no queda ninguno. ¡Se han ido pa’l carajo…! No quiero que mañana me pasen la cuenta…

Sobrevino una airada e ininteligible discusión colectiva. A la larga los motores ganaron fuerzas y las máquinas de guerra retrocedieron hasta que la oscuridad las engulló.

Abuelo respiró aliviado. Salió de bajo la cama y reafirmó su criterio.

—Lo que siempre he dicho. El ejército esta desmoralizado y no quiere pelear. Batista perdió la pelea. Si hubieran querido luchar, con una tercera parte de los soldados del regimiento Leoncio Vidal, del Cuartel 31 de la Guardia Rural y de la Jefatura de Policía, hubieran barrido con los alzados.

— ¡Qué Dios te oiga…! —clamó abuela.

Con las primeras luces del día regresamos a la sala. El piso estaba lleno de polvo desprendido del repello de paredes y techo. Un proyectil calibre 50 había cercenado un barrote de la ventana que miraba para la calle, dejando un hueco ancho y profundo encima del medidor de corriente. La parte trasera del plomo se tocaba con los dedos.

Con el advenimiento del 1 de enero de 1959, se esparció la noticia que en la madrugada Batista había huido del país. En Santa Clara el pueblo se lanzó a las calles y los últimos focos de resistencia, como el Palacio de Justicia y el Gran Hotel, (actual Santa Clara Libre) donde se habían parapetados oficiales del SIM y colaboradores comprometidos, fueron ocupados por los insurgentes.

En un santiamén se improvisó, sin rostros visibles, un expedito tribunal revolucionario y al anochecer, de aquel primer día, del “Año de la Liberación”, la cifra de fusilados era, para satisfacción de las muchedumbres, impresionante.

No pasó una semana del triunfo cuando, en Santa Clara, los Tribunales Revolucionarios de la provincia de Las Villas fueron oficialmente constituidos. Alfredo Testar Díaz, nombre con el que iniciamos este relato; notario público y empleado de larga trayectoria en el juzgado municipal de la ciudad encabezó la corte recién creada. Él siempre había sido querido y respetado en Santa Clara.

No eran pocas las veces que se le mencionaba: Ve al juzgado que Testar te resuelve lo de la propiedad… Testar te agiliza esos papeles… Dile que vas de mi parte….E invariablemente, de una u otra forma, el diligente Alfredo Testar cumplía con sus conciudadanos.

El hogar de Testar, opositor manifiesto al general Batista, durante los siete años que duró el régimen, en numerosas oportunidades, resultó allanado y él detenido. Era sabido que en una ocasión, si no llega a ser por la intervención de un oficial amigo, hombres del SIM lo hubiesen colgado de uno de los árboles que existían en la carretera al acueducto. Exactamente donde en la actualidad se levantan las instalaciones militares del Ejército del Centro.

Sin embargo, a pesar de los atropellos sufridos, como siempre había sido un demócrata respetuoso de las leyes republicanas, la población acogió con entusiasmo su designación para dirigir los Tribunales Revolucionarios. Se esperaba que administrara justicia con la honestidad e imparcialidad que, de opositor, no se cansó de reclamar para todos.

Yo, desde muy pequeño le conocía. A pocas cuadras de mi casa vivía una hermosa señora, costurera de profesión, que desde jovencita había sido su novia. No obstante, él se casó y formó familia con otra persona. Contaban mis abuelos que la buena de Esperanza, mucho menor que él, sufrió en silencio el abandono. Y aunque no le faltaron pretendientes no volvió a comprometerse.

Ella, huérfana de padre y madre, volcó todo su afecto en cuidar a Sergio, hermano único y retardado mental, de trato fácil e infantil.

Con el pasó de los años Esperanza y Alfredo Testar reanudaron su relación. Esta vez como amantes. Ella, de por vida, le guardó fidelidad.

Todas las tardes Alfredo Testar, desde los tiempos del gobierno de Carlos Prío, al salir del juzgado pasaba por la acera de mi casa rumbo a la cercana vivienda de Esperanza. Bien a la ida o al regreso, se detenía en el amplio portal de casa para conversar con abuelo. A esas horas, previas a la comida, mi hermano y yo jugábamos en el portal o en la acera, donde nos entreteníamos con cualquier cosa.

Recuerdo que era un hombre grande de vientre algo prominente y voz atronadora que vestía pantalones oscuros y guayaberas gastadas.

Ya instalado, con la bendición del Che Guevara, como autoridad suprema de los tribunales revolucionarios de la provincia, su postura cambió por completo. El hombre afable y servicial se convirtió en un jacobino implacable. Los juicios en contra de militares y funcionarios del gobierno depuesto, comenzaban, diariamente, sobre la una de la tarde y, a veces, se extendían hasta el anochecer.

La emisora radial local CMHW, trasmitía, en vivo, a la población el desarrollo de los procesos y en el parque Leoncio Vidal se instalaron bocinas para que hasta los ociosos que pasaban tiempo en los asientos, quisieran o no, tuviesen que escuchar imputaciones, descargos, y lamentos.

Alfredo Testar se hizo famoso por preguntar, con voz tronante, a muchos procesados tan pronto, bajo férrea custodia, comparecían en corte.

— ¿Cómo te llamabas…?

—Me llamo fulano o mengano.

Y prescindiendo de la declaración del encartado, testigos y abogado, si es que el reo los tenía afirmaba.

—No, te llamabas porque tú no verás el sol de mañana.

Por supuesto, en aquellos primeros meses del año 1959, gracias al elogio del paredón de fusilamiento, con despliegue de fotos laudatorias para los verdugos y denigrantes para las víctimas que desplegó, como ningún otro medio informativo, la revista Bohemia en sus tres números iniciales; con tiradas de más de un millón de ejemplares; bautizadas, en conjunto, como “Edición de la libertad”, que salieron de imprenta en enero, los días, 11, 18 y 1 de febrero, una parte sustancial de la población aceptó, se acostumbró y aplaudió el paredón; la sangre ajena derramada y la injustica revolucionaria. Al igual que la mentira, gestada también en la revista Bohemia, de que durante el gobierno del general Batista se habían asesinado a más de 20,000 cubanos.

En verdad la novedad macabra del paredón de fusilamiento se extendió por toda la Isla con tal fuerza que hasta los niños jugaban a víctimas y victimarios. Fue en aquel éxtasis de libertad ganada, por otros, para nosotros que en las afueras de Santiago de Cuba, entre la noche del 12 de enero al amanecer del día 13 de 1959 con frivolidad de dios mitológico Raúl Castro, al pie de una gran zanja, cavada por un buldócer, ordenó pasar por las armas a 72 reos. Siendo el último Bonifacio Haza Grasso, ex comandante de la policía en la capitalina ciudad oriental.

Luego, de este hecho de memoria imprescindible en nuestra historia reciente, vuelvo a Santa Clara y les cuento que Testar, para ir a visitar a Esperanza ya no transitaba a pie por la acera de mi casa. Ahora, y por el tiempo que duró su reinado de terror, lo hacía con chofer militar, en un lujoso automóvil confiscado a elementos catalogados de batistianos.

Mi abuelo, fiel a sus sentimientos de amistad y justicia, creyendo que era su deber, una noche visitó a Testar en su casa, que si mal no recuerdo, estaba en la calle Colón entre Síndico y Caridad.

—Alfredo, ¿qué estás haciendo…? ¿Te has vuelto loco…? ¿Quién crees que eres…? ¡Se te ha ido la mano…!

— ¡Qué paguen estos cabrones! ¡Mucho que abusaron…! ¡A mí me quisieron matar! ¡Qué se jodan! —respondió airado.

—Te están cogiendo de caballito de monta —abuelo recurrió a una frase socorrida.

— ¡A mí nadie me coge de comemierda!

—Alfredo, aunque me duele decirlo, ojalá me equivoque, este proceso se está llenando de comunistas. Lo que estás haciendo mañana te podría pesar.

— ¡Esta revolución no es comunista! —afirmó agitado. —Además estoy haciendo lo correcto. Porque vean en los tribunales, como espectadores, a un viejo y desprestigiado comunista como Félix Torres o al profesor Gaspar Jorge García Galló u otros ñángaras del patio, no da pie para pensar mal. Al final el proceso los eliminará. Recuerda lo que Fidel dice y repite: Esta revolución es tan verde como las palmas.

—Creí era mi deber… —abuelo comenzó, pero Testar, con voz fría, lo cortó.

—Lo agradezco, pero no era necesario que te molestaras en venir.

A mediados de año Alfredo Testar fue sustituido por el abogado y capitán del Ejército Rebelde Humberto Jorge que, hasta alzarse en armas en 1958 con el Directorio Revolucionario, vivió en la calle Estrada Palma, cerca de mi casa y del puente Americano. Los juicios, ya en declive, se dejaron de trasmitir por la emisora local y fueron menos sonados.

Para inicios del año 1960 los comunistas, aliándose con el ambicioso Fidel Castro Ruz, de forma desembozada, comenzaron a posesionarse de importantes mandos políticos y militares.

Alfredo Testar que desde joven había sido un activo luchador contra la penetración marxista en el sistema judicial y sindicatos villaclareños, en un pase de cuenta, fue tildado de extremista de derecha y despojado, por los nuevos amos del país, de reconocimientos y privilegios.

Un mediodía, a la hora de almuerzo, cuando todos estábamos sentado a la mesa, abuelo dijo con tristeza.

—Hace un rato, cuando regresaba, en la calle, me encontré con Testar. Da pena verlo. Está hecho leña.

— ¿De qué hablaron…? —abuela se interesó.

—Me dijo que dos mujeres, en poco tiempo, por venganza, han tratado de apuñalarlo —abuelo hizo una pausa y completó. —También, que mandó al paredón a 99 personas.

— ¿Se arrepiente de lo que hizo…? —abuela volvió.

—Ni me lo dijo ni le pregunté, pero por lo que se ve está hecho leña —abuelo repitió la expresión.

Con el paso de los dos primeros años de la mal llamada Revolución Cubana, la oposición al régimen se incrementó en la población cubana. No pocas tardes, ya involucrado, junto a otros compañeros de estudios en actividades conspirativas contra el castrismo, al salir del Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara, de regreso a casa, tomaba la calle Colón y sus aceras estrechas. Y no pocas veces crucé junto a un envejecido Alfredo Testar, sentado en el primer escalón de acceso a su vivienda, con las piernas recogidas; los codos apoyados sobre las rodillas y el rostro, de mirada vaga, entre las manos.

Invariablemente vestía camiseta blanca y ajada, sin mangas, que descubría los vellos encanecidos del blando pecho. Pantalón maltrecho, ancho y oscuro; medias negras, caídas sobre los tobillos y chancletas, acorde a la vestimenta.

Y no pocas veces, al verlo en ese estado me pregunté: ¿Pensará en todos y cada uno de los 99 hombres que se llamaban….?

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J. A. Albertini (José Antonio). Santa Clara, Las Villas, Cuba (1944). Ex prisionero político cubano. Es autor de las novelas: Tierra de extraños (1983), A orillas del paraíso (1990), Cuando la sangre mancha (1995), El entierro del enterrador (2002), Allá, donde los ángeles vuelan (2010), Un día de viento (2014) y Siempre en el entonces (2017). También de los libros de entrevistas Miami Medical Team (1992) y Cuba y castrismo: Huelgas de hambre en el presidio político (2007).

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