El regalo y otros cuentos

NELSON RODRÍGUEZ LEYVA

El regalo

Mi padre ha avisado que traía un juguete que hace tiempo le pedí. Creo que trata de darme una sorpresa. Comienzo a pensar en todos los encargos que le he hecho desde hace algunos años. Después de una rigurosa selección, estoy decidido a afirmar que será una bicicleta. Ya la veo ante mí. Roja, con el caballete en blanco; una sirena colocada en la rueda delantera, para que con el roce suene; un foco sobre el manubrio; y por supuesto, que tenga los frenos donde van colocadas las manos. Me siento como si estuviese montado en ella, corriendo por calles y avenidas; vigilando las piedras o cualquier vidrio que pudiera ponchar las gomas. Luego, ansiaré el atardecer para pasear con el foco encendido.

Imitaré el ruido de los autos, y hasta el cerrar de sus portezuelas. Los amigos del barrio, me la pedirán para dar vueltas alrededor de la manzana, pero se la negaré. Quizás haya alguno que otro pleito, y mi padre saldrá a ver qué es lo que sucede. Con mala cara accederé a prestarla, y mientras duren los recorridos estaré preocupado, temiendo que la puedan chocar. 38 De noche harán que la guarde, y mi padre entonces será cuando tenga más deseos de montar. Ha entrado mi padre, y trae la bicicleta. Él no sabe el porqué, pero no me he puesto contento.

Una orden extraña

A todos en el palacio había extrañado la singular orden del monarca. Aunque en apariencia no daba la impresión de un déspota; en el trato con sus cortesanos se notaba su insensibilidad, apatía y a veces frustración; quién sabe por qué, puesto que obtenía todo lo que deseaba. Con las amantes a veces era atento, otras cruel; con los niños… nunca se le pudo conocer trato bárbaro o cariñoso con alguno de ellos, pues simplemente los ignoraba. Algunos días iba dos y hasta tres veces a una oficina que se hallaba situada en uno de los salones del palacio, y donde se llevaba a efecto un misterioso censo, el cual tenía desconcertada a la corte. Pasaron dos semanas en las cuales su vida siguió tan normal o anormal como antes. Debido a eso, fue el gesto de asombro de sus más cercanos colaboradores, cuando el rostro de Herodes se llenó de alegría al conocer las direcciones exactas de todos los niños menores de dos años que residían en la ciudad y sus alrededores.

Inconformidad

Los poetas tuvieron la culpa. Ello comenzó cuando declararon que todo estaba dicho. Y ante esa afirmación, sólo quedaba el recurso de crear. Pero no existe nada que pueda surgir sin que tenga algún antecedente. Y si se tomaba algo de lo viejo, no se había hecho nada nuevo. Primero se dedicaron a la semántica, y luego de una serie de discusiones, se llegó al acuerdo de suprimir los sinónimos. Con esto resultaba más fácil la invención de palabras que sustituyeran las antiguas. Sin embargo, se dieron cuenta de que en vez de crear, lo que hacían era una imitación al esperanto.

Entonces vino lo más grave: se tenía que suprimir la escritura y la prosodia. Y aunque el lenguaje de los signos era tan remoto como el del hombre, lo adoptaron. Los textos acumulados en el transcurso de los siglos fueron quemados. Así el mundo se tomaría más empeño en entender el nuevo método de comunicación artística. Y en vez de hablar se pusieron a emitir extraños sonidos guturales; aunque para que fuera el idioma universal tuvieran que cercenar la lengua a todos los hombres. Parecerá extraño, pero trajo una gran ventaja: se acabaron las guerras porque nadie se entendía.


Nelson Rodríguez Leyva  (Las Villas, 1943 – La Habana, 1971).  Narrador cubano fusilado por el régimen castrista. Estudió el Bachillerato en el Colegio de los Maristas en la capital cubana. Fue Maestro voluntario en la Sierra Maestra (1960) y participó en toda la Campaña de Alfabetización  que se desarrolló en Cuba (1961). En 1964 publicó su primer y único libro: El regalo (La Habana: Ediciones R, 1964).  En 1965 es internado por homosexual en un campo de concentración de las UMAP en la provincia de Camagüey. Tras tres años de trabajos forzados, salió en libertad al cerrar el gobierno cubano dichos centros de reclusión. En 1971, junto a su amigo, el poeta Ángel López Rabí (de 16 años de edad) intenta secuestrar un avión de Cubana y desviarlo a Florida. Fracasan, les detienen y  ambos son fusilados.



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