Un hermoso crimen
LEÓN DE LA HOZ
La metáfora más generosa, manuable e inmediata de Dios es la Poesía.
Gastón Baquero
Hacer una antología es uno de los crímenes que un escritor puede cometer, sin embargo podría ser necesario como un acto de amor. Quienes nos hemos atrevido a hacerlo alguna vez sabemos que es así antes de ver el cadáver convertido en libro y viceversa.
Este crimen cometido por un escritor sobre otro escritor en un acto de amor debería ser hermoso, pero con frecuencia es lo más horrible. La historia de la literatura está plagada de crímenes horrendos que aparecían reseñados como los “mejores versos”, por ejemplo, la antología de poesía cubana de Juan Ramón Jiménez de la cual se arrepintió toda su vida y por la que culpaba a José María Chacón y Calvo. Pero hoy lo de las antologías toma visos de epidemia cuando la industria editorial se ha masificado y abaratado a expensas de la supervivencia de la crítica en niveles de indigencia, y proliferan las antologías personales que son algo así como muertes por la misma mano del autor.
Espero que estos poemas escogidos por mí sean en todo caso un crimen menor, como una prolongación de las conversaciones que con Gastón tuve de estos temas, salpicados por su humor, el bueno y el malo, y anécdotas de otro mundo y otras vidas que no se pueden contar por la misma razón por las que él no quiso escribirlas.
Cuando él lea estas palabras sabrá comprender, indulgente, desde uno de esos pliegues del tiempo en los cuales siempre ha habitado con su poesía, y donde habrá quedado seguramente convertido en un pez o un leopardo de Kenia que nos mira con sorna. Aunque preferiría que fuera un crimen perfecto, aquel por el que no puedan juzgarme y la víctima entendiera que una antología puede ser un mal necesario, que hecho por amor tiene cien años de perdón.
Hacer una antología es un crimen con consecuencias por las cuales yo no lo recomendaría jamás, en primer lugar porque podríamos ser perseguidos hasta nuestra muerte por quienes creen que hemos cometido una injusticia y, porqué no, también por aquellos aficionados a la poesía que adoran los maquillajes y quisieran para sí mismos el que usamos para decorar el cadáver. Una antología sin maquillaje como el de los taxidermistas nunca será una buena antología. Todo el mundo espera que lo escogido sea lo que quisiera y gusta o está asentado en la tradición selectiva que repite una y otra vez los mismos tópicos, a veces innecesarios, injustificados, equivocados o sin fundamento. La historia de la literatura está llena de ejemplos de esta popularidad, aunque aparentemente la literatura y la poesía parece importarle a muy pocos.
Sólo el amor o un bien mayor justifica que uno se acerque a la obra de un poeta para cortarla en pedazos y luego exhibirla, como un juez de lo que un demiurgo, que es el poeta, ha construido según unas reglas desconocidas, misteriosas, a veces erráticas y tal vez mal fundadas, semejantes a las que Dios pudo tener para hacer su gran obra. El amor se puede explicar por sí solo y de muchas maneras, pero el bien mayor para un poeta debería ser que eso que ha inventado para reproducir lo que no se ve, pueda llegar, no a las manos de todos, sino a la de aquellos que sabrían apreciarlo. Una comunidad de personas selectas que buscan hallar eso que no se ve aunque esté en todas partes, y tampoco sabemos exactamente qué es aunque muchos han intentado buscarle una definición mejor en cada época.
A la hora de pensar en hacer esta antología creo haberme regido por esos dos supuestos, el amor y un bien mayor. Por sí misma la palabra antología, en su origen griego “selección de flores”, ya nos aleja de la idea que él y muchos tenemos de la poesía. Si bien la poesía puede estar en cualquier recipiente ajeno a cuanto creemos o nos han dicho que es la poesía. Con esos sustentos quiero eludir la argumentación del propio Gastón, cuando inteligentemente intentaba justificar primero la decisión de hacer la selección de Autoantología comentada (Signos, 1992) y su resultado final. Un verdadero festín de comentarios propios de él con los que intenta huir de la idea del “florilegio”, que le dan a su antología personal e impersonal, como la describe, un toque de obra singular. Una antología que además de las virtudes de sus poemas, es una especie de testamento poético antológico de contradicciones, dudas y aciertos que tuvo siempre sobre su poesía en la búsqueda de una expresión más acertada. Quizás sería suficiente leerlo para adentrarnos en gran parte de las paradojas sobre la creación que acompañaron al poeta.
Como sugiere Baquero en Autoantología..., y otros textos donde indaga la esencia y el comportamiento de la poesía, nadie puede separar y clasificar la obra de otro o la propia sin dejar de limitar la libertad de la poesía, del poema y de los lectores, ya que son los individuos a merced de épocas y contextos quienes afirman o niegan y relativizan las apreciaciones, como ha sido con tantas obras olvidadas o renacidas a pesar de la calidad intrínseca, las formas y los gustos que las han hecho prevalecer, desaparecer o reaparecer a lo largo del tiempo. Es un argumento que repite una y otra vez a lo largo de su vida cuando se le daba la oportunidad de hablar de poesía, y cuando también. Gastón era un poeta torturado por la idea de poder encontrar la expresión adecuada para definir lo que no se ve, y creo muy pocos poetas escribieron tanto sobre el tema. Su descubrimiento y la admiración por la poesía de Lezama Lima tiene que ver con esa búsqueda.
Él que creyó en la autonomía de la poesía con cualidades de realidad alternativa a aquella que estructura nuestras vidas, confiaba en las virtudes ontológicas de la misma y que por esa razón era imposible reducirla, ya que su existencia era independiente de la voluntad, no como un ente autónomo, sino como algo que podía ser parte del relato de la invención del ser humano. Y el poeta, como Dios, era el encargado de darle cuerpo mediante su visibilización.
En ese sentido, casi místico, separar y clasificar las partes de un cuerpo total como es la obra de un poeta, nada más puede ser excusable con otros fines ajenos a la poesía. Como los estudiantes de medicina, que meten las manos entre los trozos humanos de una piscina llena de cadáveres en sus clases de anatomía patológica con la finalidad de aprender, tocando lo que de otro modo podría interpretarse lascivo. Y los profesores de literatura, que despiezan a los autores para encontrar características y tipologías, semejanzas y diferencias, cánones y canonizaciones, en vez de enseñar a leer encontrando en la literatura lo que pervive y no se ve pero constituye la esencia de la escritura, podría haber dicho Gastón. De hecho la academia es la peor enemiga de la poesía por muchas razones que aquí no hay lugar para ver.
Antes de someter a juicio del lector esta selección de poemas de Gastón Baquero —ramillete debería escribir para molestarlo en su trono—, lo primero que debo decir es que no soy inocente de los motivos y del resultado final según los propósitos de este crimen, que no son otros que los de querer favorecer la mayor difusión de su poesía, baqueriana debo decir por los valores diferenciales e intrínsecos de su obra, poniéndole y visibilizándolo en una de las plataformas más extendidas y al alcance de gran parte del mundo, ya que hasta el momento solo casi es posible leer sus libros en soportes provenientes de mercados tradicionales. Y estimular de ese modo la lectura del maestro, sobre todo en los poetas más jóvenes, si esto fuera posible.
Para dicho propósito he basado la selección en un enfoque diferencial, que trata de distinguir aquello que el poeta solía discriminar como poesía menor y sentimental, aunque se equivocara en sus valoraciones cualitativas de esa poesía que no quería escribir. De hecho he pasado por encima de su juicio en aquellos textos en los que creo que se equivocaba cuando los desechó por sentimentales, como es el caso de “Palabras escritas en el arena por un inocente” y otros de su primera etapa. Debo decir que mi clasificación no es de buenos y malos poemas, sino de poemas diferenciados, también que no pretendo agotar al lector con un estudio de los rasgos distintivos de su poesía según la fenomenología que seguía Gastón, aunque estaría bien que se hiciera abandonando los caminos trillados donde nos hemos encontrado.
Por otro lado, debo aclarar que si bien es cierto que la obra poética de Baquero fue escrita en dos tiempos y por dos alter egos que se solapan sin distinción —a pesar de que él pasó gran parte de su vida queriendo separarlos con la condena a muerte de uno de ellos, el sentimental— hay una convivencia útil entre ese Gastón y el otro, que enriquece su poesía y la separa de sus coetáneos. Hay un tiempo cronológico que se sitúa desde sus primeros poemas conocidos hoy hasta 1948 en la antología Diez poetas cubanos, de Cintio Vitier, que incluye “Palabras escritas en la arena por un inocente”, “Octubre” y “Saúl sobre la espada”, ya presentes en Poemas (1942), y otro tiempo que empieza en 1960 con Poemas escritos en España (1960) donde aparecen “Primavera en el metro”, “Fábula”, “Amapolas en el camino de Toledo”, “Anatomía del otoño”, “Discurso de la rosa en Villalba” y “Silente compañero”, incluidos aquí.
Estos tiempos se caracterizan por arquitecturas estilísticas dispares que coinciden, consecuentes con los soportes temáticos que recorren su obra desde que publicara sus primeros poemas: la muerte, la vida y la sobrevida, como estaciones que se superponen y coexisten en escenarios diferentes. Sin embargo, en estos dos tiempos se interpolan las dos visiones de la poesía de Gastón, que no siempre logran ser excluidas por el poeta, vencido por sus alter egos funcionales, el de “lo sentimental” y el de “lo intelectual”.
La alteridad en Gastón es más que una conducta, y está fuertemente enraizada en su biografía personal y literaria, si ambas pudieran separarse. El que era y quien quería ser, el que era en realidad y quien parecía ser, se asocian para construir una personalidad que no siempre fue comprendida, ni por sus compañeros de generación, ni por la sociedad para la cual escribió periodismo, ensayos y poemas. Aún más si entendemos aquello que se vio obligado a hacer por garantizar su bienestar y el de su familia, la integridad de su vida y de sus ideas. Gastón fue un hombre que pasó de ser un niño que realizara trabajos para ayudar a su madre, mientras descubría la poesía, a un hombre con un poder práctico y mediático insólito para alguien de su origen, color y sexualidad, que logró con un enorme sacrificio sin renunciar a su pensamiento y, no menos importante, sin dejar de ser el guajiro que se conocía por su generosidad y que perdió todo para quedarse consigo mismo.
Dicha alteridad nunca dejó de ser un problema para la interpretación que los demás hicieron de él y con la que él mismo jugaba como cuando hacía un poema. Los lugares comunes sobre su ideología y actividad política, de su papel en el Diario de la Marina, su vida social y la discriminación de cierta izquierda en España han creado un Gastón con el que se conformaba —porque le daba igual— como uno de los personajes poetizables de su fantasía.
Cuando en realidad ni era de esa derecha como se le pinta, ni había dejado de trabajar como un esclavo desde la jefatura de redacción del Diario donde escribía de todo con seudónimos, hasta de moda; ni en el exilio sufrió ninguna enajenación que no fuera la misma que sufrimos todos con mayor o menos crudeza, además de haberse creado una isla consecuente con su personalidad en la que prefería ponerse el sombrero que lo hacía invisible.
Me viene a la memoria la primera vez que fuimos a comer a un restaurante de mucho postín en Madrid, vinieron corriendo desde dentro a ayudarlo a caminar hasta una mesa que enseguida le buscaron, entonces el dueño reparó en mí, y me dijo: ¡a este señor antes lo recibíamos con alfombra roja! Era como un príncipe que, por cierto, tiraba al cesto de la basura las invitaciones de los eventos de la Casa Real. Si bien muchos de la izquierda, como podría ser hoy, le tacharon de lo que no era aunque lo pareciera por su historial, en la España de entonces, como ahora, ni todos eran de izquierda ni todos de derecha, y el sentido común, la inteligencia y la cultura convivían felizmente con las ideologías o lo aparentaba que es como se vive democráticamente. Más de un amigo socialista de antes en un alto cargo le abrió las puertas de su oficina y su corazón, también de derecha y todos estaban agradecidos por tenerlo en las instituciones donde se ganó la vida. Algunos de sus jefes, más jóvenes, aún le recuerdan con cariño y admiración.
No sólo los contemporáneos en Cuba lo reconocieron como uno de los poetas más notables en un ambiente literario que no era nada complaciente, desde 1948 en la antología de Cintio Vitier, Diez poetas cubanos, con la que el poeta había comenzado a hacerse invisible. También en España, a pesar del mito que gran parte de los comentaristas repiten como un eco, marcó una diferencia en la poesía a partir de la publicación de Memorial de un testigo (1966).
Su obra anterior española es menor y padece, aunque de otra manera, de todo cuanto él habría querido borrar de su obra que le hizo dividirla en “sentimental” e “intelectual”, dependiente de los dos gastones con los cuales convivía en vida y poesía. Esos Poemas escritos en España (Madrid, 1960) son una transición inscrita en su otro yo sentimental que recorre su obra a veces con un rastro más invisible que otros, hasta que en Memorial de un testigo logra encontrarse a sí mismo con lo que quería e inicia una obra que no por tardía es importante y trascendente en el marco de la lengua.
Hay que decir, aunque a Gastón no le gustara y no quisiera dar su brazo a torcer, que en ambas naturalezas de los dos gastones, la emocional o cursi, como le llamara, y la intelectual, no por fría sino porque se instala en el mundo de la fantasía, que es la palabra con la que le gustaba explicarse y mejor lo define —si bien la idea de la fantasía se ha corrompido por manoseada en su cercanía con lo fantástico—, su poesía es de altos quilates, incluso superior al desempeño de otros poetas de su generación, que en los años de Orígenes escribían adscritos a una tendencia neoromántica declinante y a la otra que luchaba por desprenderse los excesos de quincallería y sentimentalismos. Pudo no haber escrito más poesía después de abandonar Cuba y, aún así, habría pasado a vivir en la eternidad por ese poema que despreciaba —palabras escritas en le arena por un inocente— y con todos los antologados por Cintio Vitier en Diez poetas cubanos, más los que más tarde se conocieron, muchos de los cuales me los entregó Fina en una noche inolvidable en su casa de La Habana, mientras emocionada, como una estudiante enamorada, iba sacando de un álbum decorado con cintas y lazos los poemas que había guardado toda su vida desde que Gastón se los diera. Cintio, estupefacto, asentía marcando el ritmo a las expresiones de admiración y cariño, que acompañaba recordando los momentos que habían sido motivo de la dedicación de Gastón.
Siendo así, he tratado de escoger aquellos poemas que independientemente de sus fechas se hallan más cerca de la invención “no sentimental” de la cual el poeta huía en pos de lo que llamaba “lo intelectual”, sin lograrlo del todo en ocasiones en las que coexistían esos dos extremos. En Gastón “lo sentimental” era como una maldición cultural de la que era consciente y que achacaba a sus orígenes campesinos y caribeños, incluso cuando en algunos de sus poemas “lo sentimental” tomaba el aspecto del costumbrismo da igual que fuera de lo cubano o de lo español. Poemas conocidos y antologados, francamente irregulares, que he dejado fuera de esta selección están marcados por esta intercadencia de folclorismo identitario. No obstante, ambas líneas, “lo sentimental” y “lo intelectual” confluyen con mayor o menor acento según se encuentren los poemas hacia el principio o el final de su vida, sin que uno y otro sean determinantes en el resultado del poema.
En ese sentido he priorizado la selección de textos que forman parte del tiempo del poeta cuando se distancia y rompe con aquello que le sirve de fundamentación para rechazar uno de sus mejores poemas y el más conocido, me refiero a “Palabras escritas en la arena por un inocente”, un gran poema, posiblemente único en la lengua, pero que él ve en las antípodas de lo que cree la poesía: el sentimentalismo que, por otro lado, se explica por una manera muy particular de entenderlo y que nada tiene que ver con los coletazos neorománticos en boga en sus años cubanos. Independientemente de la carrera del poeta por alejarse de lo que él llamaba su tendencia a sentimentalizar su relación con la realidad, viendo en el otro extremo la mentalización de la realidad interpretada en el mejor de los casos por José Lezama Lima, el “maestro”, como le llamó siempre, Gastón fue un poeta con una solvencia especial ya fuera en un camino o en otro.
Gastón con su poesía se puso por encima de esquemas de época tanto del periodo cubano que finaliza con su salida de Cuba en 1959, como cuando después de 1966 con Memorial de un testigo en España irrumpió en el panorama de la poesía española con un lenguaje y una forma de hacernos ver la realidad totalmente inéditas, desempolvando la expresión poética de aquello que había caracterizado hasta entonces el lenguaje que moría en la rica tradición española y de lo emergente, que nacía con la postguerra en coincidencia con la posvanguardia latinoamericana y que ha recibido diferentes bautizos por la crítica, dependiendo del país donde se produjera, pero que a fin de cuentas era parte de una reacción generalizada contra lenguajes ya caducados para expresar las nuevas realidades.
La connivencia de “lo sentimental” y “lo intelectual” en su poesía fue un elemento reactivo de inconformidad que le permitió situarse con un lenguaje singular por delante de su generación y servir, por lo menos entre los poetas españoles, como una referencia nueva.
Esos dos tiempos del poeta que transcurren en dos contextos diferentes igual que sucede con los personajes que habitan sus poemas, otorgándoles la materialidad de la ubicuidad y la trascendencia, es en esencia, según mi modesta opinión, aquello en lo cual Gastón nunca se sintió cómodo y se veía obligado a expresar cuando quería explicar su poesía. Una contradicción que coexiste en gran parte de sus poemas y que quiso explicar sin éxito en la Autoantología como poemas “personales” e “impersonales”. Por un lado aquellos donde la emoción es primaria y los otros en los que la inteligencia y la cultura interceden otorgando ese sesgo de originalidad que deslumbró a sus lectores de antaño y a los más jóvenes.
No se trata de dos “Baqueros”, ni de uno que evoluciona o se transforma desde los primeros poemas hasta los últimos que conocemos del final de su vida —como le sucede a los poetas como parte de su madurez. Se trata del mismo Baquero en el que conviven desde el inicio el poeta que mamó la poesía más emocional de una época, esa que el llama sentimentalista, cuando ya era poeta en su temprana edad, y el otro que descubre cuando lee a José Lezama Lima, a quien llamaba “maestro”, acorde a lo que el denomina poesía de la inteligencia. Son dos tiempos que se solapan a lo largo de su obra con mayor o menor eficacia poética, en una batalla por hacer sobrevivir la parte menos emocional o sentimental. Esa es la poesía que he querido seleccionar y seguramente la que él hubiera deseado al verme hacer esta antología, con la idea de que los jóvenes que recientemente lo han descubierto no perdieran el contacto.
De cualquier manera, Gastón siempre fue fiel a la idea que tenía de la poesía, unas veces leemos que nos dice que es lo que no está, pero en otras nos aclara que es lo que no se ve. Esta última definición era la que manejaba en los últimos años de su vida cada vez que hablábamos. Evidentemente, y sin entrar en disquisiciones filosóficas que no vienen al caso, no es lo mismo una cosa que la otra, pero ambas se complementan. Ese es el origen del título de esta selección de su poesía. “La poesía es lo que no se ve.” Decía, como José Martí lo dijera de la política: “La política es lo que no se ve”. Dos expresiones que enmarcan la prioridad y la sabiduría del quehacer de dos vidas incomparables, pero unidas por el amor a la tierra que tenemos tantos en común.
Al final de este libro el lector podrá encontrar las entrevistas que el poeta Felipe Lázaro le hizo, es un epílogo necesario porque en ellas está bosquejado el armazón ideológico de la poesía de Gastón Baquero. Quien quiera conocer al poeta tendrá que acudir de forma inevitable a las propias palabras del poeta que habla de su vida y su poesía bosquejando una biografía literaria.
No quiero acabar sin agradecer a los poetas Pedro Shimose, quien reunió la poesía de Gastón en Magias e invenciones (1984), a Alfredo Pérez Alencar y Alfonso Ortega por la Poesía completa (Fundación Banco Central Hispano, 1995) y a Pío E. Serrano por Gastón Baquero, Poesía Completa (Verbum, 1998, 2013) al haber contribuido con esos tres conjuntos de la poesía de Gastón al redescubrimiento del poeta lejos de su país, después de que él mismo se hubiera distanciado del poema, no de la poesía, para dedicarse al periodismo, donde hizo una de las mejores y más grandes obras de la prensa cubana. Precisamente ha sido la segunda edición de Verbum, ampliada y revisada, la que he usado de fuente para construir esta edición de Gastón Baquero, lo que no se ve.
No puedo dejar de aludir a quienes desde Cuba, poco a poco, ayudaron a visibilizar a Gastón venciendo las reticencias de las autoridades, después de que estas hubieran hecho todo lo posible porque muriera, a pesar de que posiblemente en el siglo pasado no haya habido escritor cubano que hubiera reiterado con su firma palabras de mayor reafirmación de su amor a la patria. Sus innumerables ensayos y textos periodísticos sobre la cultura, los autores y la historia de su país, confirman aquello que repetía con el José Martí de los Versos sencillos, “¡Oh patria, así / como mi corazón, mi cuerpo es tuyo! /¡Qué los gusanos que me coman, cubanos sean!”
Incluso si se trataba de autores con quienes no compartía la ideología política y vivían dentro de la isla, como demuestra su trabajo sobre poesía cubana actual, firmado con seudónimo para Revista Española (1971), por encargo de José García Nieto, donde elogia y recomienda leer a poetas como a Heberto Padilla, Fayad Jamís, Roberto F. Retamar, Luis Marré, Miguel Barnet, Pedro de Oraá, Pablo Armando Fernández, Luis Suardíaz, entre otros que permanecieron en la isla.
Espero que este libro ayude a que ese poeta que siempre se está volviendo a hacer a sí mismo encuentre “A los poetas que llegan y seguirán llegando. A los muchachos y muchachas nacidos con pasión por la poesía en cualquier sitio de la plural geografía de Cuba, la de dentro de la Isla y la de fuera de ella.” A quienes con estas palabras les dedicó su libro Poemas Invisibles (Verbum, 1991) cuando todavía era un desconocido en su Isla por el silencio que el Gobierno impuso sobre todos los que no estuvieron de acuerdo con ellos.
Una antología puede ser un crimen hermoso y eso es lo que yo quisiera para celebrar la existencia de Gastón Baquero, sobre todo si se comete por el poeta. Esta selección es un acto de amor como lo fue la relación que mantuvimos desde su casa en Antonio Acuña y luego en la residencia de ancianos que hoy lleva su nombre, adonde Pilar Regato, a quien eligió como médica cuando lo conocimos, pudo llevarlo cuando descubrió que vivía peligrosamente entre sus libros. Un lugar recién inaugurado donde lo trataron como un rey.
Como él decía, los techos hacen la amistad, de la cual tengo testimonios que me hicieron quererlo como padre porque siempre me hizo sentir como un hijo.
LEÓN DE LA HOZ
Madrid, mayo, 2024.
Prólogo de la antología poética Gastón Baquero, lo que no se ve (Editorial Betania, 2024).
Para adquirir el libro: https://a.co/d/06zSAwJg
León de la Hoz, escritor y periodista. Ha publicado Coordenadas (1982), La cara en la moneda (1987), Los pies del invisible (1988) Preguntas a Dios (1994), La poesía de las dos orillas, Cuba (1959-1993)(1994,2018), Cuerpo divinamente humano (1999, 2021), La semana más larga (2007), Vidas de Gulliver (2012), Los indignados españoles: Del 15M a Podemos (2015). Vidas de Gulliver (2016, 2ª ed, 2017 3ª ed, 2018 4ª ed.). La mano del hijo pródigo (2019). Ejercicio de Convivencia. Guía emergente para sobrevivir al virus sin morir de aburrimiento (2020). Fragmentos del descuartizador (2023). Ganó los premios David (1984) y Julián del Casal (1987), ambos de la UNEAC, Cuba, entre otros. Ha sido antologado en diferentes ocasiones, como en Poesía cubana: La isla entera (1995), de Felipe Lázaro y Bladimir Zamora; Las palabras son islas. Panorama de la poesía cubana del siglo XX (1999), de Jorge Luis Arcos; Antología de la poesía cubana, Vol. IV, de Ángel Esteban y Álvaro Salvador; Poemas cubanos del siglo XX (2002), de Manuel Díaz Martínez. Dirigió la revista cultural La Gaceta de Cuba, en La Habana. Tuvo a su cargo el Consejo Técnico Asesor del Ministerio de Cultura. Fue uno de los directores fundadores de la revista Otrolunes. Escribe en el Blog de León. Actualmente trabaja en tres libros nuevos, ensayos políticos sobre la democracia y la Revolución cubana, y un libro de poemas.