María Zambrano y el problema de la identidad en Cuba
ARIEL PÉREZ LAZO
Recientemente ha aparecido la pregunta de si los habitantes de Quebec son latinoamericanos y la idea de que los pueblos que comparten las lenguas romances tienen una identidad común. Y esta pregunta cobra relevancia cuando vemos los intentos muy recientes de crear un mercado común en América del Sur, que tendría unos 450 millones de consumidores, más que los que hoy forman la Unión Europea. Se trata de resucitar la vieja idea del panlatinismo que puede rastrearse a los ideólogos cercanos a Napoleón III pero que cuentan con una genealogía donde puede ubicarse a figuras como Rodó o Rubén Darío. La oposición entre germanos y latinos es un viejo tema del pensamiento europeo y América con su clásica división entre Norte anglosajona y protestante y Sur, latina y católica no escaparía de esta oposición.
La pregunta tendría respuesta dentro de la perspectiva que se tenga de lo que es una cultura. De existir la cultura latinoamericana, es decir de constituir una comunidad y entender la base de esta en tener una historia común, Quebec quedaría excluida, aunque tuviera idéntica base lingüística que América Latina. Solo para quien la unidad lingüística o étnica constituya la base de la nación o cultura tendría sentido dicha pregunta, no así para quien la pusiera en la historia. En efecto, poco o nada de historia común ha compartido esta región o nación en ciernes con las naciones del sur.
Si esta es la idea de una cultura común podríamos preguntarnos por el caso cubano. Lo que para España constituyó un problema, que era esta y cuál era su posición frente a Europa desde 1898, en Cuba por varias décadas fue vista España como parte de esta misma barbarie frente a la civilización que constituían los Estados Unidos. Así sucedería en la obra de positivistas como Varona y modernistas como José Antonio Ramos. En el caso del ultimo, siguiendo un eco de Ortega y Gasset proclamaría que "la rumba y el juego de gallos-símbolos de la cultura popular-habrían de adquirir las formas universales del concierto y el drama". Es decir proponía salir de la barbarie que constituía la cultura popular influida por la colonia con la apelación a lo universal de la misma manera que Ortega había planteado para su patria que "España es el problema, Europa la solución" .
El drama de la guerra civil en el caso peninsular haría más trágica la pregunta al quedar España fuera del proceso europeo a la caída del Eje. Este fue el caso de María Zambrano que se opondría a la vieja idea de la europeización promovida entre otros por su maestro Ortega y Gasset. La filosofa andaluza buscaba para Europa una síntesis entre Filosofía, Poesía y Religión que superara a la filosofía y la ciencia occidental:
Como signo y manifestación de una crisis tan profunda como aquella en que naciera, resurge en Europa el cinismo...Pero no deja…de mostrar el mismo mal, el mismo parcelamiento humano que ha hecho posible la magnificencia de la técnica, el esplendor inclusive de la ciencia, mientras el hombre...desaparece asfixiado. Tal cultura... no podrá salvarse a sí misma….
Necesita para su continuidad esta cultura que vaya en su ayuda aquella otra que se ha mantenido tan valerosamente al margen como una hermana cenicienta: necesita alimentarse de lo que desdeñó.
...De la melancolía española, de su resignación y de su esperanza saldrá quizá la nueva cultura. (La razón en la sombra, 489-90)
A diferencia de la europeización que Ortega planteaba, Zambrano llamaba a mirar a lo autóctono español, lo que Ortega llamara en critica a similar planteamiento de Unamuno, la "bárbara autoctonía". Había aquí una reivindicación de lo que había sido España en la época moderna, cuando vivió de espaldas a Europa, es decir, a su pensamiento.
Zambrano, iría aún más lejos. En un texto de 1940, llamaría a un nuevo panamericanismo, a reconciliar la América hispana con la anglosajona del Norte. Para lograr esta reconciliación, sin embargo, el latinoamericano habría de buscar su común raíz española que la filósofa entiende como cristiana y estoica. Y a partir de aquí se pregunta: “¿No sería a esta raíz a la que tendría que retroceder el hombre americano de habla española para encontrarse precisamente con su hermano el del Norte? ¿No sería ella donde tendría que ir para encontrarse a sí mismo, para entrar en la plenitud de su entereza, para ser íntegramente lo que tiene que ser?” (Isla de Puerto Rico,16-7).
Es decir, Zambrano veía en la confusión entre la cultura colonial emanada de la idea imperial de España y la original cristiana y estoica lo que había hecho alejar al latinoamericano de esta ultima y dificultado su reconciliación con el vecino del Norte. Una visión radicalmente distinta a la de José Martí en Nuestra América.
En Cuba, la tragedia que ha significado la revolución de 1959 no ha tenido una reflexión tan radical como aquella que produjera la Guerra Civil Española. Hubo, es cierto, una excepción, la de Roberto Fernández Retamar en su conocido Calibán, donde desecha la imagen poética de Ariel proveniente de Rodó donde se busca la identidad latinoamericana en la herencia grecolatina que compartiría con el sur de Europa. Retamar escoge a Calibán como símbolo del oprimido, creando una identidad poscolonial. Lo que uniría a los pueblos de América Latina es haber sido sujetos de la opresión colonial. Sin embargo, la experiencia del comunismo pese a que la dimensión neocolonial que significó la relación con la URSS estaría por teorizarse siguiendo esta perspectiva, la hace limitada sino arcaica. Además, pretende oponer una otredad que se justificaría en el caso de una cultura indígena que está casi ausente en Cuba, lo cual explicaría por qué la perspectiva de Zambrano habría sido acogida por Lezama Lima.
Una de las más conocidas teorizaciones del historiador Rafael Rojas, expone que la revolución fuera resultado del carácter totalizador y excluyente que la idea de nación había adquirido en décadas si no en más de un siglo de concepción. Este carácter totalizador de la identidad acercaba a Cuba a experiencias europeas como la de Italia, España y Alemania alejándola de las latinoamericanas. El problema de Cuba estaría en haberse cerrado en sí misma, parafraseando la frase de Ortega para el caso español en el periodo de la decadencia, en su "tibetanización". Esta tesis, sin embargo, no ha sido desarrollada para constituir una teoría de la identidad cubana, más bien ha sido puesta en entredicho en los trabajos recientes de este autor. En efecto, Rojas a la hora de analizar las protestas que sacudieron a Cuba entre 2020 y 2022 prefiere buscar paralelos con las ocurridas en varias partes de América Latina en este periodo antes que mostrar su excepcionalidad. Más reciente, Jorge Riopedre, ve en el choteo la causa última de la situación que condujo al fenómeno revolucionario y su deriva totalitaria donde nuevamente un rasgo de la identidad explica la crisis presente. Sin embargo, en ambos casos desde la crítica a la identidad no se nombra un modelo a seguir como lo tenían los positivistas y partidarios del discurso de la civilización cubanos, caso de Varona, que veían en Estados Unidos un modelo.
María Zambrano, quien residiera parte de su vida en el exilio en Cuba, llega a la Isla con una visión singular de Europa. Había visto en el fascismo la culminación de la filosofía idealista. Así declara:
Hay una cascara en el fascismo, hay un nudo estrangulado en el alma del fascista que le cierra a la vida. Es la misma que veíamos en el idealismo europeo hacia la realidad, es la misma cerrazón que desde el romanticismo se ha ido agravando hasta llegar al tedio y a la incapacidad de experiencia...
Del alma estrangulada de Europa, de su incapacidad de vivir a fondo íntegramente una experiencia, de su angustia, de su fluctuar sobre la vida sin arraigarse en ella, sale el fascismo como un estallido ciego de vitalidad que brota de la desesperación profunda, irremediable, de la total y absoluta desconfianza con que el hombre mira el universo. Es incompatible el fascismo con la confianza en la vida... (Los intelectuales en el drama…, 37)
El idealismo por el carácter aniquilador de la vida que poseía la "vida desde la conciencia" ha provocado el fascismo. El fenómeno tan duramente criticado por Zambrano y antes por Ortega: el racionalismo, y lo que podría ser su consecuencia, el fenómeno del totalitarismo, no ha provocado en Cuba idéntica revisión de la modernidad. Una de las raras excepciones es la de Armando Ribas en su poco leído ensayo ¿Quién es Occidente? que rastrea el origen del socialismo a Kant. Sin embargo, ni siquiera en este autor hay una razón extraída de la historia o el pensamiento cubano que oponer a la razón colectivista que encarnó en el marxismo. La oposición se da dentro de la propia historia occidental, no se ve al marxismo como algo ajeno al espíritu de Cuba como sí lo hizo Zambrano que se enfrentó a Europa desde la idea de España como realidad opuesta a una Razón que había desembocado en el totalitarismo.
Quien más se acercará a esto fue Emilio Ichikawa, aunque sin sistematizar esta idea. Al recién fallecido ensayista le gustaba recordar como José de la Luz y Caballero consideraba pernicioso el estudio de la filosofía clásica alemana. En este sentido, si la filosofía cubana era sensualista, estaba lejos entonces esta de aprobar un Espíritu objetivo o una dialéctica de la historia que condujera al comunismo. En un ensayo he mostrado[1], en este sentido, como Varela, pese a no haber comprendido la especificidad de la epistemología de Kant si señaló los peligros de su idealismo, capaz de inspirar un fanatismo mayor que el religioso (¿premonición de los movimientos de masas del siglo XX?). En este sentido, si bien el sensualismo de Condillac, que inspiró los comienzos de la filosofía en Cuba, sería luego desechado por su insuficiencia epistemológica, toda apelación a los "fundadores" de la filosofía en Cuba debería tomar en cuenta esta advertencia.
El problema de Cuba estaría en que a diferencia de España no tiene una tradición literaria católica -independientemente de algunos representantes en siglo XX-como si aparece en la mística de la segunda. La literatura nacional empieza tardíamente con temas propios del Romanticismo, de ahí que, en una cultura americana sin pasado indígena perdurable, había poco que oponer al carácter arrollador de la modernidad. La única excepción a esto sería la tradición africana en la isla, pero si bien se ha estudiado mucho su aspecto ritual, no hay el mismo entusiasmo a encontrar aquí material para una filosofía que pudiera al menos compararse con la de los presocráticos. El paso del mito a la filosofía estaría todavía por hacer aquí.
De manera que la pregunta que habría que hacerse es si por nuestra condición de “pueblo nuevo” -como llamaba Ortega a los pueblos americanos--no podemos constituirnos como un "otro" de Occidente, como pretendía Zambrano con España. Podemos, sin embargo, ser críticos de los modelos de occidentalización propuestos. La experiencia totalitaria pese a derivar de Occidente, aísla de este por lo que replantea la pregunta de a qué Occidente queremos regresar. Podemos escoger entre Europa y los Estados Unidos. En el primer caso una razón discursiva-una vez que hemos abandonado una totalitaria-, filosófica y en el segundo una utilitaria y tecnológica, rechazada ya como modelo desde comienzos de la República. Esto no hace pensar al caso cubano como el de una cultura radicalmente distinta a Europa, a la que habría que oponer una verdad-como pretendía Zambrano con España- pero sí abre la perspectiva de una elección entre dos caminos de Occidente.
La tercera opción sería la de una América Latina separada de la cultura europea, donde el México teorizado por Octavio Paz resulta un arquetipo del resto de sus naciones con un fuerte pasado indígena. Al explicar el rasgo de la soledad en la psiquis colectiva mexicana, Paz acude a la historia:
Nuestro grito es una expresión de la voluntad mexicana de vivir cerrados...frente al pasado. En ese grito condenamos nuestro origen y renegamos de nuestro hibridismo. La extraña permanencia de Cortés y de la Malinche en la imaginación y sensibilidad de los mexicanos actuales revela que son algo más que figuras históricas: son símbolos de un conflicto secreto, que aún no hemos resuelto. Al repudiar a la Malinche-Eva mexicana según la representa Juan Clemente Orozco en su mural de la Escuela Nacional Preparatoria-el mexicano rompe sus ligas con el pasado, reniega de su origen y se adentra solo en la vida histórica. (El laberinto de la soledad, 78)
De esta manera, continua Octavio Paz "el mexicano condena en bloque toda su tradición, que es un conjunto de gestos, actitudes y tendencias en el que ya es difícil distinguir lo español de lo indio".
La diferencia con Cuba-otros casos notables serian Argentina y Puerto Rico- se descubre al instante. Ni siquiera el deseo del gobierno actual de Cuba de buscar en el pasado una figura con la que denostar a sus opositores equivalente al "malinchismo" señalado por Paz, en este caso el de "anexionistas" -señalando un movimiento cuya duración en el siglo XIX cubano apenas habría de durar cuarenta años- ha tenido calado en el imaginario popular. A diferencia de una gran civilización vencida por los conquistadores españoles, el cubano vive abierto a la influencia externa. Esta radical separación de Europa para constituir América Latina una civilización aparte-como la postulara Huntington-no sería viable por ser culturas con un pasado de civilizaciones indígenas que Cuba no comparte.
¿Significa, sin embargo, este hecho el triunfo de la tesis panamericanista de Zambrano? Aquí habría que decir que la filósofa española no tuvo en cuenta el proceso de "barbarización" de los pueblos americanos anotado por Ortega. Los pueblos de este lado del Atlántico presentaban, según el filósofo español, un diferente tiempo histórico. En estos se daba la reaparición de una serie de rasgos barbaros propios del europeo al encontrarse en un medio sobrado de posibilidades. ¿Cómo mirar aquí a la tradición española?
Si Cuba ha estado más de medio siglo separada de la trayectoria latinoamericana por su rumbo comunista, habría que pensar cuan cerca estamos de esa unidad con pueblos de la región que no lo han experimentado y si con pueblos de Europa que si participaron de este. A esto se le suma su permanencia como colonia de España excedió en más de medio siglo al resto de América Latina. Quizás el problema esté entonces en cómo se ha entendido América Latina y si el camino hasta ahora recorrido implicará el derrotero de su futuro o si este traerá un cambio.
Obras citadas:
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica, 1986.
Zambrano, María: “Los intelectuales en el drama de España”. Senderos. Anthropos, 1986.
La razón en la sombra. Edición de Jesús Moreno Sanz. Siruela, 2004.
Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor. Islas. Edición de Jorge Luis Arcos. Verbum, 2007.
[1] ¿Era Varela un pensador inculto? Publicado en Eka Magazine en 2017.
Ariel Pérez Lazo (La Habana, 1977). Máster en Historia Contemporánea por la Universidad de La Habana, es profesor en el Management Resources Institute de Miami. Fue premio de ensayo Casa Cuba de la revista Espacio Laical en 2009. Ha publicado artículos para Convivencia, Diario de Cuba y Cubaencuentro, entre otros sitios digitales e impresos. Sus ensayos “La filosofía cubana”, “Martí: crítico de Darwin” y “Aproximaciones a un pensamiento filosófico cubano” han sido recientemente publicados en Amazon.