Un universo suspendido, pero seguro

ANAMELY RAMOS GONZÁLEZ

 
"Juego". Acrílico sobre cartulina, 9" x 10", 2018.

"Juego". Acrílico sobre cartulina, 9" x 10", 2018.

 

En la obra plástica de Sergio Chávez Bonora el costumbrismo es un amago. Lezama hace decir a uno de sus personajes, Fronesis, que la obra del Aduanero Rousseau nace de un encantamiento. Una especie de mundo encantado engrana lo mítico y la penuria de la época presente de una manera anacrónica. Es ese el desfasaje que da a lo naif su sabor primitivo. 

Sergio saca provecho de su propio mundo encantado, anacrónico, primitivo y logra convencernos sin más de una cercanía física y emocional que es solo imaginada.  Una cercanía que convierte su retrato de la ciudad, de Cuba y de todos nosotros, dentro, y en los bordes y por donde quiera, en prematuros objetos de colección. No hay fisuras entre el cielo y la tierra, dice Pascal, y lo que salva esa distancia a veces es lo mismo que la perpetúa: los símbolos.

Lo último y lo primero 

El ángel de la anunciación tiene una gorra de miliciano. La máquina de coser ha quedado guardada para momentos más calmos, de soledad. En el instante de la muerte se juega al dominó. 

Ella, la madre, cara a cara con la más fea. Apropiación donde la anciana es más madre que mujer, más que vieja, más que cansancio. Una madre que tiene los ojos vivos y sabe, de antemano, cualquier anuncio, cualquier destino. 

La narración del cuadro está “presentada”, como dicen las costureras de oficio antes de coser definitivamente. Coser y cerrar el juego de apariencias que es un vestido y que es la vida, también. No hay sorpresas. No te están regalando nada que ya no tengas. 

De repente, el pintor se hace el listo y ocupa el lugar de la madre en el cuadro, que es como ocupar toda la creación que es capaz de dar y recibir cualquier oficiante. Sus ojos están cerrados, como si con no ver al mensajero pudiera garantizar que no se descubra el trueque, la inversión de una lógica de sucesos irreversibles.

Vista hace fe

La naturalidad con que Sergio sitúa sus personajes y devela los ambientes citadinos parece desterrar el misterio de sus obras, en las cuales todo está dispuesto, vuelto hacia nosotros, como en una enorme mesa servida. Una perspectiva que parece inclinar hacia nosotros el universo del pintor y sentimos ese deslizamiento y a la vez la quietud de lo que detiene una caída justo antes del final. Un universo donde todo queda suspendido pero seguro, agarrado, aéreo, ficcional. 

La pintura de Sergio es atmosférica, y ese carácter parece situarla fuera del tiempo, en todo caso sujeta a las sinuosidades del recuerdo y a un tipo de sensorialidad particular que siempre parte del motivo, incluso cuando son cuerpos los que se representan. Cuando son varios es uno, porque el motivo siempre nace de otro, da igual si la matria es visible o no, su presencia no es temporal, es rotunda y flexible, en su fragilidad y pasmosa claridad. La procesión se lleva por dentro, la verdadera, que acarrea oscuridades y medias tintas.

La otra procesión, la representada, es un mantel tendido, con personajes y colores como si de comodines se tratara, para llenar el paño como de flores silvestres que cuando quieras recogerlas caigas en la cuenta de que son bordados o apliques inseparables de su fondo inicial. 

Y lo que después se hace operatoria en sus ensamblajes, ya se apreciaba en sus pinturas: la convivencia yuxtapuesta, y en igualdad de condiciones, de motivos centrales o personajes y fondos o ambientes. Todo tiene el mismo carácter de coro infantil, voces diferentes, pero en sintonía: las nubes y el sol, el cielo y el mar, paredones y cortinas sin pliegues que recortan el formato, el movimiento de los personajes. De repente, todo parece que ocurre en las mismas locaciones: como las diapositivas fijas que eran cambiadas por nuestros padres en aquellos proyectores de nuestra niñez.

Los humanos de Sergio apenas tienen rostro. Los verdaderos personajes del pintor son el inodoro, las bañaderas, las balsas, las carretillas. Unos impúdicos y otros flotantes, sobre el mar o sobre el asfalto. Su ruido es tan inaudible, como inadvertido es el peligro que pueden acarrear. La violencia, el peligro, hasta el misterio, han sido aparentemente expulsados de su imaginario. Los símbolos en la obra plástica de Sergio Chávez aluden a una violencia que no ha ocurrido o que parece  superada.

El presente texto fue tomado de “Entre dos aguas (obras, 1994-2020)”, un catálogo sobre la obra de Sergio Chávez Bonora publicado en Nueva York por Bluebird Editions en 2021.


Anamely Ramos (sq).jpg

Anamely Ramos González (Camagüey, 1985). Curadora, investigadora y crítico de arte. Fue profesora por más de diez años en la Universidad de las Artes de Cuba (ISA). Colabora en un proyecto de reconstrucción de la memoria histórica a través de la curaduría de artes visuales. Desde 2010 ha participado como curadora en más de una decena de exposiciones en La Habana, Luanda, Berlín y Buenos Aires. Coordina los proyectos de arte e investigación Ánima y El Parque Horizontal. Tiene una Maestría en Procesos Culturales Cubanos. En estos momentos estudia para el Doctorado en Antropología en la Universidad Iberoamericana de México.

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