Entrevista a Rafael Bordao

JOAQUÍN GÁLVEZ

Rafael Bordao


El poeta, editor y académico cubano, Rafael Bordao, nació en La Habana, en 1951, y se exilió en la ciudad de Nueva York  a raíz del éxodo del Mariel en 1980. Obtuvo dos Maestrías y un Doctorado en el Teachers College de la universidad de Columbia en New York City. Su destacada labor como poeta y emprendedor de proyectos editoriales constituye un logro de independencia creativa al margen del marco oficialista. Bordao ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales. Es autor de los poemarios: ProyecturaAcrobacia del abandonoEl lenguaje del ausenteEl libro de las interferenciasPropinas para la libertad (Primer Premio / Premio Internacional de Poesía «Poeta en Nueva York» 1997; Los descosidos labios del silencioLos despojos del sueño / The Debris of Dreams y Escurriduras de la soledad / Last Drops of Loneliness. Su poesía ha sido publicada en más de 60 antologías en inglés, español, francés y portugués, y en numerosas revistas literarias de Estados Unidos, Hispanoamérica y Europa.  En 1998 fue honrado en el Teacher’s College de la Universidad de Columbia de New York, como «Homme de Lettres» (Medalla de plata y Diploma) de la Academia de Arts-Sciences-Lettres de Francia, y ese mismo año fue el ganador del Premio Internacional, “Fernán Esquío”, con sede en Galicia, España.  Fundó y dirigió en Nueva York las revistas literarias internacionales: La Nuez (1988-93) y Sinalefa (2002-2014). Su libro El polvo del torbellino (Antología poética) se acaba de publicar (2023) en la editorial Betania (en ebook) y en Obsidiana Press. Ha ofrecido talleres de poesía y ha sido invitado a dar conferencias y a leer sus poemas en diferentes universidades, bibliotecas, y en la icónica Biblioteca del Congreso en Washington, D.C. Enseñó Español, Español Conversacional y Cultura, y Literatura Hispánica en Columbia University, Saint Peter 's College, Mercy College, Montclair University, y en las escuelas públicas de Nueva York, de donde se jubiló en el 2014. En la actualidad reside en el sur de Florida. Recientemente concedió esta entrevista a Insularis Magazine

¿Cuándo comienzas a escribir y cuáles fueron tus primeras influencias literarias?

Vivíamos a una cuadra de la Biblioteca "Rubén Martínez Villena" que estaba en la esquina de Obispo y San Ignacio en La Habana Vieja, a una cuadra del Palacio de los Capitanes Generales, que durante la república fue por algún tiempo el Ayuntamiento de La Habana; esa biblioteca era la mejor surtida de La Habana intramuros; cuando salíamos por la tarde de la escuela primaria No. 1 "José Martí", que estaba en la calle Aguiar entre Chacón y Tejadillo, nos íbamos a leer en la sección infantil de la biblioteca que se llamaba "Ismaelillo". Allí la biblioteca nos ofrecía galleticas con dulce guayaba, bombones, cake, dulces con crema, chocolate caliente, refrescos, entre otras confituras. Estas golosinas servían de anzuelo para atraer a los niños del barrio que pasábamos horas allí leyendo. Allí leímos a Julio Verne, Mark Twain, Lewis Carrol, Jonathan Swift, Rudyard Kipling, Jack London, los hermanos Grimm, Charles Perrault, Carlo Collodi, Hans Christina Andersen, entre otros. Creo que a partir de esas lecturas comencé a escribir, obviamente fueron mis primeras influencias, entonces tendría 11 ó 12 años de edad. Recuerdo dos libros que me impactaron muchísimo en mi carácter, ellos fueron: La isla del tesoro de Robert L. Stevenson y Robinson Crusoe de Daniel Defoe. La mayoría de aquellos primeros escritos los desechaba porque al leerlos y releerlos ya no me gustaban. A veces compartía con algunos amigos lo que escribía, pero no le daba mucha importancia. Sin embargo, me destacaba en las conversaciones y los temas de los que hablaba llamaban la atención de mis amigos del barrio, decían burlándose que yo era un cuentista que imaginaba cosas inverosímiles, pero más tarde llegué a la conclusión que estaba haciendo -sin proponérmelo- una especie de literatura oral, a tal extremo que mis colegas de la escuela me esperaban en el parque o en cualquier esquina donde frecuentábamos, para que les contara algo nuevo, algo que los hiciera reír o pensar. No tengo dudas que la biblioteca jugó un papel preponderante en mi interés por la lectura y después por la escritura, despertó mi curiosidad por el saber en general, y creo que a partir de ahí comenzó a germinar mi formación como escritor. 

Tu niñez y adolescencia transcurren en La Habana durante la convulsa década de los 60. ¿Cómo fue tu vida durante esos años?

Bueno, a partir de los doce años comenzaron mis problemas escolares y sociales; no pude salir del país en la Operación Pedro Pan al desatarse la alarmante Crisis de Octubre; la señora que me cuidaba  desde los 6 años (Pilar, natural de Ponte Vedra, España) falleció en 1963, unos días después del asesinato del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy; la revolución se recrudecía y ganaba notoriedad dentro y fuera de Cuba a partir de la victoria de Playa Girón (abril 1961); los presos políticos cada día eran más, los enfrentamientos de los fidelistas con los anticomunistas y la abolición de la propiedad privada (intervención de fábricas, bancos, industrias, compañías, etc.), fueron creando un miedo secreto y una inestabilidad general en todos los niveles de la sociedad. La gente escapaba del país (yo mismo intenté varias veces irme de polizonte en barcos griegos con tripulación mixta) en lanchas, botes, cámaras; los más desesperados se metían en las embajadas pidiendo asilo político, se desviaban aviones hacia la Florida, hacia cualquier sitio fuera de la isla, nadie estaba seguro de su vida. Desde los dos parques de la avenida del puerto los niños que jugábamos y montábamos en bicicleta, oíamos el eco de los tiros de los fusilamientos que se hacían a diario en la fortaleza de La Cabaña. El terror era ya generalizado. Mi familia no estaba integrada a la revolución, no pertenecíamos al CDR (Comité de Defensa de la Revolución) ni a la milicia, yo no era ni pionero y vivíamos con el temor de ir a la cárcel tan sólo por no apoyar a la revolución ni pertenecer a nada. Mientras todos estos abruptos cambios ocurrían, nosotros los adolescentes de entonces, nos sentíamos vigilados y perseguidos, teníamos miedo; fuimos testigo de la desaparición de aquella feliz niñez, de aquella Cuba próspera que nos fueron arrebatando con nuevas y odiosas consignas revolucionarias, todo lo que disfrutábamos en aquella época, como los paseos, los helados, los restaurantes, las cafeterías, los cines con las películas americanas, las sabrosas comidas de las fondas de chino, las tiendas repletas de mercancías, la libertad de pensar, de comprar, de viajar, de hablar sin tapujo; en fin, aquella abundancia de vivir en democracia, todo fue abolido o cancelado, nos lanzaron encima un comunismo rencoroso; la música americana ya no podíamos oírla sino en secreto (por la emisora de Miami: WQAM, "la dobliu" ) y si nos veían con discos de los Beatles, de los Rolling Stones, de los Beach Boys, etc., nos los quitaban y nos llevaban a la estación de policía para hacernos un reporte como antisocial y pro yanqui. En medio de este clima político a contrapelo de la cultura cubana, fuimos creciendo y dando tropezones en los centros de estudios y después en los centros de trabajo...  

En 1965 un grupo de jóvenes estábamos conversando en el recién fundado restaurante El Patio en la Plaza de la Catedral habanera, cuando apareció Fidel con su camarilla y escoltas, al terminar su discurso con el que cerró El Puente Marítimo de Camarioca. Después de varias horas comiendo pantagruélicamente en los reservados, se dirigió a nosotros encendiendo un tabaco y nos preguntó con sarcasmo: "¿Ustedes son los de Camarioca?" Nadie contestó, todos estábamos atemorizados, después volvió a preguntar: "¿Qué son ustedes, estudiantes, trabajadores?" Uno de nosotros contestó esta vez diciendo que éramos estudiantes, uno llamado Walter dijo que era psicólogo, después de eso nunca más lo vi. En el grupo había dos guitarristas (Frank y Rolando), un baterista (Monguito), un joven que apodaban "el gallego", y uno que había participado en la alfabetización (Manuel Pereira), y años más tarde devendría en un conocido escritor, autor de las novelas, El comandante veneno y El ruso. Antes de marcharse con su comitiva el "máximo líder" nos dijo una frase lapidaria que nunca olvidé: "Sigan así muchachos que en ustedes está depositada la esperanza de nuestro país". Irónicamente la mayoría de los que estábamos allí reunidos, hoy casi todos vivimos en en el exilio, ya sea en Estados Unidos, España o México...

A mediado de los años sesenta trabamos amistad con un abogado criminalista, Alberto Núñez Rivas que acababa de retirarse como abogado del bufete que estaba en la calle Mercaderes esquina a O'Reilly en La Habana Vieja; Alberto había colaborado en la Cámara de Representante de Godoy Sayán, era masón grado 33, rosacruz, espiritista y ocultista. Tenía tres estudiantes y nos reuníamos en el parque de Las Misiones frente al Palacio Presidencial, allí nos hablaba de muchas cosas interesantes y de las barbaridades que estaban cometiendo los revolucionarios castristas. A partir de esos encuentros en el parque comencé a interesarme por el ocultismo, por sus prácticas como la magia, la alquimia, el espiritismo, la percepción extrasensorial y la astrología; buscaba en la biblioteca libros relacionados con estos estudios: El libro de los espíritus de Allan Kardec, Isis sin velo y La doctrina secreta de H.P.  Blavatsky, los libros de Grimorios, etc. Quería aprender algo diferente, algo de lo que apenas se hablaba y que estaba en oposición radical con el nuevo credo político que se estaba implantando en Cuba. En la secundaria Benito Juárez y en el pre-universitario José Martí de La Habana, tuve problemas con algunos maestros y con la dirección escolar, porque no les gustaban mis comentarios que hacía acerca de los líderes de la revolución, y en ocasiones me daban bajas notas, que yo percibía como una advertencia, y en vez de atemorizarme, aumentaba mi rebeldía, y con furia me lanzaba a la lectura de libros esotéricos, donde encontraba la libertad y la fantasía, que me negaba la campestre sociedad que iba emergiendo. Mi manera de pensar me fue distanciando de otros estudiantes, que sí acataban los nuevos programas estudiantiles del gobierno; era visto como un muchacho raro, inadaptado, extravagante y problemático. Mi interés por la parapsicología, los fenómenos paranormales, y la grafología, me llevaron a reflexionar sobre los libros de difícil acceso, que contenían secretos inexplicables que sólo podían comunicarse a una minoría. En ocasiones mi madre me reprochaba que anduviera con hombres mayores, siendo yo tan joven. Yo le explicaba que aprendía nuevos conocimientos que no estaban al alcance de todos, y ella me aconsejaba que no perdiera el tiempo con esos viejos que ya habían vivido sus vidas. Pero yo quería saber de todo un poco, pero no tenía una idea precisa de lo que quería hacer... La calle también fue mi otro gran aprendizaje. 

¿Qué consecuencias tuvo en tu vida el hecho de que fueras parte de esa juventud cubana que, al igual que los jóvenes de Occidente, quería disfrutar de la nueva moda surgida del movimiento de la contracultura? 

El 25 de septiembre de 1968 la revolución llevaba nueve años en el poder, los jóvenes nos reuníamos en la heladería Coppelia, en la cafetería del Hotel Capri, donde pedíamos arroz frito y otras delicias; nos sentábamos en los jardines del Hotel Nacional y caminábamos por toda La Rampa, donde había infinidad de restaurantes, cafeterías, galerías, cine, etc. Estaba de moda el pelo largo, las ropas extranjeras, el amor libre, la música en inglés, fumar cigarrillos yanquis y mascar chiclets, algo que el castrismo no podía aceptar de ninguna manera. A pesar de que todos los productos americanos se habían extinguido, nosotros conseguíamos con los griegos y otros extranjeros los cigarros Pall MallChesterfieldCamelLucky StrikeDunhillMarlboro, etc., y los Chiclets Adams y Doublemint, que alcanzaron precios exorbitantes para quien quisiera "darse lija" con ellos. Pues bien, ese fatídico día el gobierno hizo una emboscada en todas esas áreas donde estaba la juventud habanera, y nos recogieron (ametralladora en mano) y nos metieron en ómnibus Leyland que estaban en el parqueo de la pastelería "La Karla" y nos llevaron a la Seguridad del Estado (Villa Marista). Esa recogida pasó a la historia como "La recogida de los hippies". En San Francisco y en otras ciudades norteamericanas el movimiento de los hippies, llamado muchas veces "Los chicos de la flor" (Flower Children), era un movimiento contracultural pacifista que se oponía a la guerra de Vietnam y a los valores tradicionales de la sociedad, y abrazaban la paz, el amor libre y la armonía, expresándose a través de la música, el arte y la moda. La lucha de los negros en los Estados Unidos, el asesinato de Martin Luther King y el movimiento de los Derechos Civiles estaba en pleno desarrollo y su efervescencia llegaba a Cuba, a través de los documentales que veíamos en los cines; mientras los jóvenes cubanos estábamos siendo perseguidos, denunciados y encarcelados por sentir admiración y afinidad por todo lo que fuera americano. Nosotros no teníamos ninguna simpatía por el comunismo que el castrismo se esforzaba en vendernos, criticábamos todo lo que fuera ruso, sus películas de hambruna y tristeza, sus ropas inelegantes, sus cigarros mitad cartón y mitad picadura, sus horribles camisas de nylon y el olor a cebolla que despedían cuando uno sudaba, sus zapatos redondos y chatos de payaso, etc. En Villa Marista según les dijeron a nuestros padres, estábamos presos por un delito (al que llamaron "Conducta Impropia") que ni los abogados más famosos conocían. En mi caso estuve preso un año y dieciséis días sin haber hecho nada, tan sólo por ser joven, vestir a la moda y estar parado en la calle 21 entre N y O, detrás de lo que había sido la exposición del Pabellón Cuba un año antes...

¿En qué medio literario das a conocer tus primeros textos? 

Unos años después de la famosa "recogida de los hippies", matriculé en el Facultad de Psicología, pero muy pronto mis extrañas conversaciones con otros alumnos llegaron a oído del decano, Guevara, el cual me sugirió abandonar los estudios por mi incompatibilidad política con la escuela; después me fui a la Facultad de Letras y al poco tiempo de asistir a clases me expulsaron por diversionismo ideológico y por no estar afiliado a ninguna organización revolucionaria. A partir de entonces comencé a escribir con seriedad y a relacionarme con otros jóvenes escritores con los que tenía muchas afinidades políticas y literarias. Durante la década de 1970 y el acercamiento de Cuba con la URSS, trajo consigo el debate nacional en torno a cómo debía orientarse la producción artística desde su comienzo, y fue así como se crearon los Talleres Literarios en cada zona de la ciudad, que tenían como finalidad dirigir la creación literaria, sus líneas temáticas trazadas por la política cultural, empleando el realismo socialista, como método de creación oficial, donde se explicaban las diferentes tendencias del arte y de los autores. En el taller literario de Centro Habana a donde yo asistía, se me ocurrió decir en una reunión que, "los talleres literarios eran los Círculos Infantiles de la literatura", ese comentario fue decisivo para que la directora me dijera que desde ese momento ya no pertenecía al taller. Me retiré y no dije una sola palabra, comprendí que decir la verdad en un país como Cuba, era una sentencia que te condenaba a ser un esclavo, un desahuciado en la sociedad. 

Decides abandonar Cuba durante el éxodo del Mariel en 1980. ¿Cuáles fueron las razones principales que te llevaron a tomar esta decisión?

A principio de 1980 en La Habana la tensión social era notable e insostenible, la juventud estaba desesperada por salir de aquel manicomio, la agresividad de los jóvenes ya no podía disimularse; eran tantas las leyes, los decretos, las normas, los mandatos, los códigos y las ordenanzas, que apenas podíamos salir de la casa sin cometer un delito. Algunos de mis amigos desesperados se lanzaron al mar con una cámara inflable y nunca más supimos de ellos; el gobierno parecía divertirse o no tomar en cuenta el malestar que por toda la ciudad y en todo el país se podía apreciar; en el ministerio del trabajo sólo quedaban plazas vacantes para cazar cocodrilos en la Ciénega de Zapata y aprendiz de sepultureros; los centros de trabajo se habían convertidos en tribunales revolucionarios, sancionando con virulencia (en la búsqueda de un castigo ejemplar) las llegadas tardes y las ausencias laborales. No obstante, los eventos de la embajada del Perú nos cogieron a todos desprevenidamente. Al enterarme de ese magno evento me fui corriendo a Miramar con el fin de entrar a la embajada, pero cuando me estaba acercando a la sede diplomática una mujer del vecindario, me alertó que estaban recogiendo a los jóvenes y dándoles golpes, entonces decidí regresar a casa y seguir los acontecimientos a distancia. Al conocer que Fidel había autorizado que entraran a la embajada todos los que quisieran, diciendo “pueden irse del país si les da la gana”, en menos de 48 horas ya habían entrado a la embajada más de 10, 000 cubanos, que aprovecharon la ocasión para gritarle: ¡Dictador! ¡Asesino! ¡Abajo el comunismo! La crisis creada y vapuleada por "el comandante" no tenía otra salida que la que vino después: el éxodo del Mariel. Mi padre se apareció en mi casa con un papel que le pidió al abogado que me defendió en un juicio, donde se me impugnaba de antisocial y elemento pro-yanqui; con ese papel me presenté en un sitio que llamaron "Las 4 ruedas" y allí me llenaron los papeles a la carrera y me dijeron que regresara a casa que ellos me llamarían. La madrugada del 4 de mayo de 1980 se apareció en el sanjuán de la casa un hombre gritando mi nombre, me entregó un papel y me dijo que debía estar en una hora en "Las 4 ruedas" para recoger mi pasaporte, etc.; de allí una guagua nos llevó al puerto del Mariel. Salimos (tenía 28 años cumplidos) del puerto de Mariel al mediodía en un barco camaronero llamado "Captain Joe", y llegamos a Cayo Hueso alrededor de las 10 de la noche ese mismo 4 de mayo. Estuve unos veinte dos días en la Base Eglin en Pensacola y varios días en Hialeah en casa de un amigo que había llegado un año antes con su familia y su abuela americana. Me sentía feliz y a la vez triste, dejaba atrás a mi madre y a mi hija de 4 años, pero al fin llegaba a mi ansiado destino, comprendía con sentimientos encontrados que todo en la vida no se puede tener. Había deseado y esperado tanto tiempo estar en los Estados Unidos, que ahora me parecía increíble, surreal, no podía creer que en menos de un día ya estaba pisando tierras de libertad, cuando había estado 18 años intentando salir por distintas vías de aquella trampa aparatosa.

Rafael Bordao en su casa del Village, New York, década del 80.


Una vez que llegas a Nueva York en 1980, ¿cómo te incorporas a la vida cultural de la gran manzana y continuas tu obra literaria?

Fui a parar a Queens, Nueva York, en casa de una tía por parte de padre que no conocía, porque había salido de Cuba en los años 40, casada con un norteamericano de origen puertorriqueño; allí estuve un mes, pero me sentía ansioso y desconectado, el diazepam que tomaba en Cuba (dos diarios de 5mg) se me había acabado y al parecer me había creado adicción y al no tomarlo me sentía nervioso y extraño. Me llevaron al médico y tan pronto me tomé un diazepam salí de la casa a conocer el barrio. Ese año asistí a un Congreso de Intelectuales Cubanos en el Exilio que se celebró en la universidad de Columbia; allí conocí en persona a Reinaldo Arenas, a Julio Hernández Miyares, y a otros que ahora no recuerdo. Comencé a publicar algunas viñetas y artículos cortos en el periódico Noticias del Mundo; un día decidí ir al Diario La Prensa a ver si podía conseguir un trabajo como redactor y allí conocí a su director, el periodista y exiliado cubano, Agustín Tamargo, el cual me ofreció $25 dólares para publicarme un cuento, y yo de tonto no lo acepté, aduciendo que tenía que hacerle algunas correcciones. Por entonces ya había escrito algunos poemas y decidí enviarlos al concurso de la Academia del Hunter College, donde recibí de la mano del profesor cubano, José Olivio Jiménez, el Premio de Poesía de la Academia; el Premio de Cuento lo recibió otro cubano que había llegado también por el éxodo del Mariel, me refiero al escritor Miguel Correa, al que conocí ese mismo día. Unos meses después del premio, Reinaldo Arenas nos invitó a Correa y a mí a encontrarnos en un restaurante de comida china, 'La Palma Oriental', en el barrio llamado The Hell's Kitchen (La Cocina del Infierno) que quedaba muy cerca de donde él vivía en Manhattan; la dueña del restaurant era una poeta china cubana llamada, Miquen Tan. Cuando llegué ya Reinaldo y Miguel habían comido; leí un largo poema titulado, Ira de ángeles, Correa leyó un cuento y Arenas lo hizo con algunos sonetos, y hasta la entusiasmada dueña del restaurant nos leyó una poesía. Por aquellos días la revista Mariel (1983-1985) y Arenas estaban en la cúspide de todo su esplendor. Me fui vinculando a la vida cultural de la gran urbe, participando en diversas actividades culturales, recibiendo premios y menciones en certámenes literarios dentro y fuera de los Estados Unidos. Por ejemplo, un día recibo la llamada del escritor peruano Isaac Goldemberg (simpatizante del castrismo), para decirme que yo había resultado ser el ganador del Primer Concurso de Poesía del Instituto Latinoamericano de Escritores del cual él era su director, también me habló de las penurias que estaba pasando el Instituto, etc., y me pidió (de ser posible) si yo podía entregar la parte monetaria que me correspondía por el premio, a lo cual le respondí que no me parecía correcto hacer eso. Me dijo que estaba bien y nos despedimos, pero dos o tres horas después me volvió a llamar, esta vez para decirme que le habían comunicado que unos poemas míos (premiados en el concurso) se habían publicado en una antología en España, y que por lo tanto el premio no se me entregaría porque los poemas tenían que ser inéditos, etc. Este contrasentido causó un revuelo que nos llevó a discutir hasta en la prensa; incluso el premio no lo recibió nadie como era de esperar, ya que el ganador había sido descalificado por un recurso sospechoso que apareció a última hora después de haberse dado el veredicto final. El profesor José Olivio Jiménez -que había sido jurado en el concurso- me llamó para decirme que nadie había consultado con él para la decisión de retirarme el premio, que esa sentencia la hizo en privado el director del Instituto.

En la presentación de su libro "Escurriduras de la soledad" en la librería McNally Jackson de Soho, Nueva York en el 2008. A la izquierda el poeta y profesor estadounidense, Louis Bourne, en el centro el poeta Rafael Bordao, acompañado por el profesor y académico español, Gerardo Piña-Rosales.

Varios de tus poemarios han obtenido premios, tanto en Estados Unidos como el extranjero. ¿Nos puede hablar al respecto? ¿Cómo ha repercutido tu experiencia exiliar en tu obra poética?

Fíjate, Joaquín, no cabe dudas que el exilio ha sido una gran enseñanza para todos, nada ha sido fácil, hemos sobrevivido a diferentes crisis emocionales, económicas, sociales, pero hemos tenido la libertad a nuestro favor, hemos podido elegir entre lo bueno y lo malo, sin que tengamos que recurrir a la doble moral y a la deslealtad para subsistir. En cuanto a los premios, no siempre los que están detrás de ellos son honestos y justos.

En 1988 mi poemario Acrobacia del abandono mereció el Premio "Agustín Acosta" en la ciudad de Miami, en esa actividad conocí a muchos de mis compatriotas escritores y me encontré con mi entrañable amigo, Reinaldo Bragado, que había llegado de Cuba recientemente. Mi librito Propinas para la libertad recibió en 1997 el Premio de Poesía "Poeta en Nueva York", patrocinado por dos revistas literarias, Realidad Aparte y La Ñ, que se publicaban en Nueva York, y cuyos directores eran poetas colombianos. Después siguieron llegando los premios, a tales extremos, que alguien en la revista, Encuentro de la Cultura Cubana, escribió sarcásticamente que yo había recibido tantos premios, que mi obra corría el peligro de ser ocultada por ellos. ¿Quién habrá redactado esa disimulada diatriba? En 1998 la Academia de Art-Sciences-Lettres de Francia, me concede el título "Homme de Lettres" (Diploma y Medalla de Plata) por mi obra poética; también en ese mismo año recibí una carta desde España informándome que había sido el ganador del Premio Internacional de Poesía "Fernán de Esquió". Ahora por mucho que quisieran mis enemigos velados ocultarme, ya no podían hacerlo de la forma en que he sido tratado por muchos (y aún continúan forcejeando silenciosamente) hasta el día de hoy. Hace más de una década me enteré por un escritor colombiano que había sido juez en las Becas Cintas para cubanos fuera de la isla, que el libro mío enviado ese año había quedado como el ganador de esa beca, pero le dije que yo nunca recibí ninguna información al respecto, pero no es de extrañar en este caso, que hasta ahí había llegado el brazo largo de la dictadura castrista, por medio de los jueces que designan para dar esos premios tan codiciosos. Ni siquiera en el exilio nos ha dejado en paz esa ominosa "revolución", que continúa buscando la forma de desacreditarnos, de disminuirnos de la manera más sucia e indecorosa que podamos imaginar, con sus miles de colaboradores que tienen a su servicio y a los que le pagan muy bien.

La profesora Carmen Klohe y el poeta Rafael Bordao en la librería Lectorum de Manhattan. Nueva York, 1999.

Realizas estudios universitarios y te gradúas con un doctorado en Columbia University, donde también llegas a trabajar como profesor. ¿Cómo ha sido tu experiencia en el ámbito académico, como exiliado y anticastrista, el cual está dominado por intelectuales de una izquierda que ha tendido a apoyar a la Revolución cubana?

Antes de entrar a Columbia University, yo había tomado cursos en el Mercy College, allí era un alumno destacado en las aulas, pero tuve algunas fricciones con algunos profesores, a los que corregí con palabras y conceptos marxistas cuando se equivocaban. No sintiéndome a gusto con las calificaciones ni con el ambiente decidí irme y buscar nuevos horizontes. Entonces llegué a Columbia y conocí a un profesor y poeta guantanamero, llamado Jorge Oliva, este profesor estaba escribiendo una tesis sobre la poesía cubana contemporánea, pero se le hacía difícil terminarla, al no tener los libros publicados en Cuba de los que quería hablar. Un día me invitó a comer a su casa para que le leyera mis poesías, creo que les gustaron y llamó a alguien en frente de mí, para decirle que había descubierto a un joven con buenos poemas, etc.; cuando estaba sirviendo los espaguetis en la mesa donde íbamos a comer, de pronto y sorpresivamente explotó un bombillo de luz fría encima de la mesa, entonces yo me negué a comer, diciendo que eso era una señal muy extraña y peligrosa, y por lo tanto no comería esos espaguetis, porque yo era supersticioso y eso me decía que tuviera cuidado, que algo andaba mal. Por supuesto que no le gustó mi negativa a comer, pero él sí comió y seguimos conversando, y no recuerdo como vino al caso la palabra yerbatero y yo le dije yerbero sin saber que ambas eran sinónimos. En ese momento él llamó para mi sorpresa, a Vicente Echerri, que estaba en el cuarto escuchándolo todo sin que yo lo supiera, y Echerri me dio la razón diciendo que lo correcto era decir yerbero. Jorge y yo nunca pudimos llevar a cabo un trato que teníamos pensado hacer. En cuanto a mis credenciales de estudios hechos en La Habana nunca aparecieron, la mano invisible de la Seguridad del Estado (supongo que para mortificarme) lo sustrajo de los archivos donde debían de estar y nunca aparecieron; entonces me sometí a los exámenes correspondientes en la universidad y fui aceptado como estudiante en el Departamento de Artes y Humanidades en el programa de educación en Español del Colegio de Maestro de la Universidad de Columbia. Terminé dos maestrías y un doctorado (Ph.D.) cuya tesis doctoral, La sátira, la ironía y el carnaval literario en Leprosorio (Trilogía Poética) de Reinaldo Arenas, fue seleccionada y publicada por la famosa editorial neoyorquina, Edwin Mellen Press en el 2002. Muchos de los profesores con los que recibí clases simpatizaban abiertamente con la revolución castrista, en este contexto hasta cierto punto hostil, se fue construyendo mi formación académica en los Estados Unidos.

 

Junto con tu obra literaria, has realizado también una importante labor como editor y promotor cultural con dos revistas literarias, La Nuez y Sinalefa. ¿Qué razones te llevaron a fundar estas revistas y cuál es el legado que le concedes en la difusión de la literatura cubana exiliada?

Creo que una de las razones que me llevaron a fundar la revista La Nuez fue el vacío que había dejado la revista Mariel en la comunidad hispana de escritores en Nueva York. El 24 de diciembre de 1986 un joven poeta gallego (Francisco Álvarez "Koki") y yo estábamos sentado en un banco del parque Union Square, con el fin de buscar el nombre que le pondríamos a la revista literaria que queríamos fundar, cuando de pronto se me va acercando una ardilla con una nuez en la boca, nos quedamos quietos y la dejo que haga lo que quiere hacer, me mira, me abre la tapa del bolsillo de mi sobretodo y me deja caer dentro la nuez sin cascar, intacta, y luego se marcha dando saltos hacia la estatua de Lafayette, estatua hecha por Bartoldi el mismo escultor de la estatua de la Libertad. Una mujer rubia que vio todo lo acontecido me preguntó en inglés, si yo conocía a la ardilla, le dije que posiblemente éramos amigos sin yo saberlo, y continuó diciéndome la mujer, que esa nuez que la ardilla depositó en mi bolsillo era un regalo de los magos. ¡Qué bella nos pareció esa expresión! Mi amigo y yo nos sonreímos y al poco rato Francisco se marchó a su trabajo, y yo me fui a casa que me quedaba a sólo unas cuadras de allí. Ahora, ya sentado en el sofá le daba vueltas a la nuez y le hacía el cuento a mi novia Celeste (mi novia azul como la llamó en una carta el poeta judío cubano, José Kozer, con el que me carteaba a menudo) diseñadora y filmmaker con la que vivía en el East Village. Al poco rato de romperme la cabeza buscando un nombre apropiado para la revista, pensé que ese nombre no podía ser otro que el "regalo de los magos" que me había dicho la señora que vio toda aquella inusual escena. Así fue cómo surgió el nombre de mi primera revista: La Nuez (1988-1994). La revista tuvo un éxito rotundo dentro y fuera de USA, en ella publicamos a centenares de escritores, poetas y pintores de medio mundo, incluso de algunos que vivían dentro de Cuba -como es el caso de Pedro Juan Gutiérrez- que después fue muy conocido por su realismo sucio. El primer número lo publicamos en Madrid, España, bajo la supervisión del editor de Betania, Felipe Lázaro y del pintor extremeño Obdulio Fuertes. Hagamos historia como ocurrieron las cosas; después de la exposición pictórica de Obdulio en Nueva York, una vez terminada la exposición nos fuimos un grupo a un restaurant cerca de allí con el pintor agasajado, que nos oyó decir que buscábamos un dibujo para ilustrar la portada de la revista que ya habíamos preparado, entonces él nos dijo, "si quieres te regalo el original de El fumador" y ese fue el dibujo que apareció en la portada del primer número de La Nuez; vale decir que el dibujo de marras inspiró un comentario que se publicó en la sección de arte del New York Times. De La Nuez se publicaron quince números y fue inspiración para muchos escritores cubanos del exilio que aparecieron en ella; recuerdo que en una Feria del Libro de Miami de los años '90 un escritor cubano, creo que se llama Alfredo Triff (no estoy seguro) fue sincero y valiente al confesarme que, su admiración por La Nuez lo había inspirado de manera terminante para crear una revista. La Nuez tuvo que suspenderse porque me interfería con mis estudios doctorales, pero una vez concluido éstos, me di a la tarea de comenzar una nueva revista (Sinalefa 2002-2014) despues que desapareció la excelente revista Encuentro de la Cultura Cubana. Sinalefa surge cuando ya hay en el mundo un gran desarrollo y auge de la tecnología cibernética, con sus diferentes programas como Word PerfectWindows y Pentium, éste último para uso gráficos y música, etc. La revista Sinalefa se mantuvo durante 12 años de continua publicación, donde dejaron sus letras varios centenares de autores de todo el mundo, especialmente de aquellos correspondientes al orbe hispánico: Reinaldo Arenas, Antonio Benítez Rojo, Stephanie Panichelli, Odón Betanzos Palacios, Gerardo Piña Rosales, Clara Janés, Cristina García, Louis Bourne,  Justo Jorge Padrón, Luis Benítez, Matías Montes Huidobro, Jorge de Arco, Janitzio Villamar, Joaquín Gálvez, Peter Bloch, Aldo Luis Novelli, Juan Goytisolo, Reinaldo Bragado, Mario Vargas Llosa, Harold Alvarado Tenorio, Félix Luis Viera, Ángel Cuadra, Alberto Martínez Márquez, José Acosta, Luis de la Paz, Gordiano Lupi, Rolando D. H. Morelli, Ulises Varsovia, Alina Galliano, Eduardo Lolo, Carlos Alberto Montaner, Antonio Domínguez Rey, Ismael Sambra, entre muchos otros. Creo que Sinalefa logró satisfacer la demanda colectiva de numerosos escritores que deseaban publicar sus trabajos en la ciudad de Nueva York, en la llamada "Capital del Mundo", y nosotros logramos hacer una revista que nunca recibió fondo de ninguna institución privada o gubernamental, tuvimos varios retos, pero nos enfrentamos a ellos y demostramos que no teníamos que arrodillarnos a nadie para que nos mantuvieran financieramente, como lo hacían y continúan haciéndolo los escritores de izquierda, que defienden a capa y espada o disimuladamente la dictadura cubana, que nos ha forzado a vivir en el exilio, lo mismo que le tocó vivir a José Martí en el siglo XIX.


Sede del PEN Club Americano en Nueva York. A la izquierda el profesor y crítico cubano, Octavio de la Suarée; en el centro el poeta Rafael Bordao, y a la derecha el poeta y expreso político cubano, Ernesto Díaz Rodríguez. Foto tomada en los primeros años del siglo XXI.

Recientemente publicaste El polvo del torbellino (Editorial Betania, 2022, en ebook y en Obsidiana Press edición de papel) una antología de tu obra poética. ¿Te sientes satisfecho con lo que has logrado con tu obra, o consideras que no ha recibido la atención que merece en el panorama de la actual literatura cubana?

Bueno, déjame decirte que, aunque me doy cuenta de la hipocresía de ciertos escritores cubanos que conocemos, no les pido nada, aunque muchos de ellos se creen que tienen a Dios cogido por las barbas, no es más que una ilusión generada por los miedos que almacenaron en su infancia. Afortunadamente yo crecí y me formé en Nueva York, donde no existe el "cubaneo" ni el padrinazgo, allí estás solo (aunque hay personas y culturas de todo el mundo) y tienes que desarrollar tus sentimientos y saber adónde te conducen; estás más contigo mismo y por la misma razón lo que hay dentro de ti (lo bueno o lo malo) es lo que sacas a la superficie. En cuanto a mi obra me siento tranquilo, no me quejo, leo más de lo que escribo, comprendo que todo lo que hacemos es una especie de ejercicio, de gimnasia escritural que nos prepara para el porvenir, para nuevas obras que irán saliendo en la medida que estemos listo. Existen los poetas que se deprimen por no tener muchos libros publicados y se llenan de hostilidad con los libros que publican sus amigos; hay otros que rabiosamente publican un libro todos los meses y ya se creen que esta excesiva abundancia les hará ganar el Premio Nobel de Literatura, o al menos la admiración con los que se rodea. Escribir no es una carrera de automóvil que gana el que llega primero, lo importante en la poesía es la autenticidad de los sentimientos, el saber escoger las palabras que mejor se ajusten a lo que sentimos o queremos decir, porque el lector prevenido se dará cuenta si hay o no hay alma en el poema que está leyendo, ese espíritu sólo se logra alcanzar cuando todas nuestras controversias se hayan calmado en nuestro interior y emerja la luz que nos pacifique...

Como poeta y hacedor de proyectos editoriales, ¿qué opinión tienes de las más recientes revistas y editoriales que nuevas generaciones de cubanos han emprendido en el exilio o la diáspora? ¿crees que estas les han dado una merecida representatividad a los escritores cubanos exiliados, como tú, o por razones extraliterarias los han ignorado?

Mira Joaquín, tú bien sabes que la dictadura cubana se ha dado a la tarea desde hace ya varias décadas de intervenir o neutralizar la literatura cubana que escribimos los exiliados que no nos hemos arrodillado por un premio o por una invitación de la dictadura para conferenciar o leer en la Casa de las América de La Habana. Han pasado los años y han nacido y han sido adoctrinados nuevos escritores que llegan de la isla al exilio con una agenda del gobierno. Por ejemplo, recordamos el proyecto de la revista Encuentro de la Cultura Cubana (1996-2002) que dirigía el novelista y cineasta Jesús Díaz, quien se dio a conocer en Cuba al ganar el premio Casa de las Américas en 1966 con su libro Los años duros; en sus primeras ediciones la revista se mantuvo al margen de la política cultural castrista, y fue recibida con cierto recelo por la afiliación comunista que tenía su director; con el paso del tiempo muchos escritores comenzaron a enviar texto que atacaban y desenmascaraban las peripecias culturales, económicas, políticas y sociales que mantenían al pueblo atrapado en una red de desinformación y esperanza; Encuentro era una revista para intelectuales, la mayoría de su membresía eran profesores universitarios, muchos de los cuales sentían "a sotto voce" una gran simpatía por la revolución comandada por F. Castro; además era una revista costosísima (enviada desde España) que buscaba monopolizar la cultura cubana del exilio, con la pretensión de ir sutilmente cambiando la noción que los intelectuales, los escritores y la gente de cultura en general, tenía de la dictadura. Con el tiempo la revista cambió totalmente su política editorial y se mantuvo hasta su desaparición publicando trabajos que atacaban y desmentían el sistema político implantado en Cuba con el socialismo. Ese cambio al parecer (eso creo yo) le costó la vida a su primer director, Jesús Díaz (que atacaba al mismo tiempo a Cuba y a EE.UU.) quien falleció súbitamente a los 61 años de manera muy misteriosa. En los últimos 20 años he visto llegar a este país, principalmente a Miami una nueva oleada de escritores, poetas, músicos, influencers y comunicadores de todo tipo de pelaje. Pero estos nuevos cubanos en su mayoría (aclaro que hay excepciones) no son exiliados, son emigrantes económicos, que van y vienen de Cuba como ir de Miami a Hialeah; no están interesados en asociarse con el exilio histórico, no asisten a las actividades culturales de los exiliados, se creen o le han hecho creer que nos hemos quedado en el pasado, que estamos contaminado de un virus que ha envejecido y nosotros con ellos, y por lo tanto carecen de combatividad política y evitan los enfrentamientos donde se reclaman libertad para los presos políticos y los derechos humanos en Cuba. Estos escritores tienen sus grupos, han creado revistas virtuales, premios literarios donde sólo publican sus amigos y ganan los premios que entre ellos mismos han creado, pero todo eso lo hacen con el dinero que le otorga el capitalismo norteamericano a través de becas como la Rockefeller y las becas Cintas, etc. Todas estas cosas han hecho que yo me haya alejado (me haya recogido silenciosamente) de todo ese hormiguero de todo ese aquelarre de escritores engreídos, que ya vienen recomendados desde la isla, para ocupar cátedra en la FIU (Universidad Internacional de la Florida), y me refugie en la lectura y en amar y comprender más a mi perrito, a mis hijas (una de ellas en la distancia) y al prójimo, a la gente con las que me cruzo de buenos sentimientos, de serena cordura y sensible el corazón. Me he dado cuenta que han minado de Marxismo Cultural el gran Miami de los cubanos, hay que saber leer los silencios del enemigo y las maniobras culturales que llevan a cabo en detrimento de la libertad, y aprender a descubrir sus más recónditas intenciones, porque de esta forma impediremos que sus metas se cumplan y destruyan el territorio que hemos ganado con nuestro esfuerzo.

Exiliados cubanos. Desde la izquierda, la profesora Raquel Romeu, la poeta, Amelia del Castillo; el poeta y expreso político, Ángel Cuadra (+); la profesora Mariela A. Gutiérrez y el poeta, Rafael Bordao. Restaurante en Manhattan. Nueva York, 2002.

Para terminar, hace unos años te mudaste de Nueva York a Miami. ¿Cómo ha sido tu vida en la llamada capital del exilio, y qué planes literarios tienes en un futuro cercano?  

Para comenzar debo decir que en diez años viviendo aquí en la Capital del sol me he mudado cinco veces; un venezolano que conocí aquí en esta ciudad me dijo que en su país cuatro mudanzas es el equivalente a tener un incendio. Las razones por las que me he mudado han sido diversas, pero la mayoría han sido porque ya no entiendo el comportamiento de los cubanos que todos los días llegan a Miami. Mis años vividos fuera del ghetto cubano y en Nueva York me han alejado de ese modus vivendus. Ninguno habla de libertad, ni se expresan contra la barbarie castrista, permanecen callados todo el tiempo, y si hablan es para decir barbaridades y hablar del reguetón, aunque esto no aplica para todos, pero sí para un gran número de personas. El vocabulario con el que desenvuelven es desastroso, no leen los libros que pudieran sacarlos del hoyo donde los ha metido el socialismo, la mayoría de esos libros publicados aquí se pueden conseguir en la editorial Universal que dirige todavía Juan Manuel Salvat. En cuanto a mis planes futuros es seguir publicando lo que vaya escribiendo, ir mejorándome como persona, más que como escritor, estar atento a las emboscadas de las tentaciones, prepararme para los años que se avecinan, mejorar la comunicación con todas las cosas que me rodean, y evitar caer en los grandes pecados capitales que son: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza, y aunque todos estos vicios pueden perdonarse, hay uno que no se perdonará jamás según la biblia, y ese pecado que es imperdonable por Dios, es la blasfemia contra el Espíritu Santo.


Joaquín Gálvez (La Habana, 1965). Poeta, ensayista, periodista y promotor cultural. Reside en Estados Unidos desde 1989. Se licenció en Humanidades en la Universidad Barry. Cursó estudios de postgrado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Internacional de la Florida y obtuvo una Maestría en Bibliotecología y Ciencias de la Información en la Universidad del Sur de la Florida. Ha publicado los poemarios “Alguien canta en la resaca” (Término Editorial, Cincinnati, 2000), “El viaje de los elegidos” (Betania, Madrid, 2005), “Trilogía del paria” (Editorial Silueta, Miami, 2007), “Hábitat” (Neo Club Ediciones, Miami, 2013), “Retrato desde la cuerda floja” (Poemas escogidos 1985-2012, Editorial Verbum, Madrid, 2016) y “Desde mi propia Isla” (Editorial El Ateje, Miami, 2022). Tiene inédito “Para habitar otra isla” (reseñas, artículos y ensayos). Textos suyos aparecen recogidos en numerosas antologías y publicaciones en Estados Unidos, Europa y América Latina. De 2015 a 2017, fue editor y miembro del Consejo de Dirección de la revista Signum Nous. Desde 2009, coordina el blog y la tertulia La Otra Esquina de las Palabras. Es editor de Insularis Magazine, revista digital de Literatura, Arte y Pensamiento.

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